¡Cuando se torea bien... es una bendición!, exclamó don Tino, mi vecino de lugar, cuando Serafín Marín... con firmeza, llevó a los medios al marrajo de La Cardenilla que cerraba el festejo. Un marrajo al que un pésimo tercio de banderillas le acentuó los peligrosos defectos.Y sin embargo, a Serafín eso... no le importó. Comenzó a estructurar una de las faenas más intensas, no sólo por el poder que da la técnica, el aguante, el sitio y el oficio, para domeñar e imponerse a un toro que tuvo ostensible peligro; sino por el poder del sentimiento que acompañó en cada pase al torero.
Sí... Serafín Marín llevó a ese peligroso astado a los medios y, ahí, en donde pesan los toros... porque el torero le concede los terrenos, y más en un ruedo tan grande como el del coso venteño, el joven catalán toreó con la mano diestra ajustándose, mandando y dominando, para trazar pases en los que impuso el tiempo y el espacio, por donde debería de embestir el toro.
Y así... se escucharon los ¡olés!... los sonoros y emotivos ¡olés!, que fueron reconociendo -por el público que lleno el aforo de la plaza de la calle de Alcalá-, pase a pase, la importancia de lo bien toreado.
Después, el joven Marín, con una serenidad que conmovía, porque era evidente que frente a él, estaba un marrajo... tomó la muleta por el lado natural, y lo obligó a acometer... los dos primeros pases, no salieron limpios, pero había evidente exposición, y el tercero fue el compendio del bien torear, que acabó enalteciendo la gracia de ser torero.
Nuevamente... su argumento le llevó a seguir con la mano diestra, y así volvimos a degustar más de su toreo.
Decidido se fue por derecho y sepultó una estocada entera que hizo sucumbir de inmediato al toro de La Cardenilla, y entonces... entonces la primera plaza del mundo taurino, se llenó de pañuelos blancos, para exigir al señor José Manuel Sánchez García, presidente del festejo (juez de plaza), le otorgara merecida oreja, que fue un trofeo a su verdad torera.
Pero, Serafín, no había estado así sólo con este toro, ya nos había dejado constancia de su indiscutible valía, con el tercero del festejo... otro toro manso y peligroso; en donde a pesar de haber sufrido un fortísimo varetazo, después de una primera serie con la diestra, varetazo que dejó al descubierto su pierna derecha tras romper la taleguilla, continuó sin inmutarse hasta sumar una faena poderosa.
Javier Valverde... es otro joven que igualmente estuvo a la altura de las circunstancias... de las circunstancias de enfrentar toros mansos y peligrosos, que buscaban herirle en cada momento de la lidia. Y Javier, también estuvo heroico.
¡Qué gusto da ver a estos jóvenes toreros que con sus hazañas en el redondel, demuestran la importancia de ser toreros!
Sí... el joven Valverde estuvo valentísimo ante dos toros que no valieron nada, pero que también tuvieron peligro. Su primero acabó claudicando, ante el poder de su toreo. Mientras que con el quinto... con el que expuso hasta lo indecible extrayendo pases por demás meritorios... aguantando sin inmutarse, por la falla con el acero, perdió una oreja que casi tenía conquistada, y todo quedó en una salida al tercio, con la que se le agradeció su voluntad y entrega a raudales.
Eduardo Dávila Miura... no quiso exponer mucho; bueno... según dicen, que no tiene porque exponer... la vida la tiene resuelta, y es mejor comer calientito, y en el calor del hogar pleno de comodidades.
Claro que a un torero, eso... no le va.
Por eso no dijo nada con el sustituto del que abrió plaza, un toro “agradable” de Hermanos Astolfi, que sustituyó al inválido de la ganadería titular, y menos pudo hacer con su segundo, porque acabó como una vaca echada. Alguien por ahí dijo... si Dávila Miura no hubiera estado... habría sido lo mismo.
¿Qué más decir de La Cardenilla?... Cuando la vergüenza debe estar ahora mismo ahogando al señor ganadero.
Mejor quedémonos, lector amigo, con el imborrable recuerdo que han dejado dos toreros... Serafín Marín y Javier Valverde, quienes han salido a jugarse la vida con cabalidad.