Hoy, en este homenaje a Vidal, traemos “Se llama Zotoluco”. Homenaje a México, donde tantos seguidores tenemos. Una crónica de las suyas, llena de ponderación y realismo, utilizando su finísimo humor para hacerla distraída y cercana. Propia de su estilo literario, con la imparcialidad que siempre utilizó a la hora de juzgar la actuación de los toreros. No eran de aquí o allá, sino que estaban en el ruedo y eso era lo que había que narrar y juzgar.
Nosotros, a sabiendas de que la entrada de Zotoluco en San Isidro ha sido una de las noticias más novedosas y, al tiempo, más esperada allá en México, queremos contribuir con esta crónica rescatada del San Isidro de hace cinco años a que sus paisanos vean con ilusión y esperanza la entrada de su torero en el cartel más llamativo del ciclo. Alternará con Ponce, quien ya estuviera con él en aquella tarde que narra Vidal. Ojalá se repita lo del torero mexicano y que a Ponce le rueden mejor las cosas. Ambos hacen un solo paseíllo en San Isidro y en ese día deberán dar la medida de su toreo. Les dejamos que disfruten con esta nueva crónica que nos trae el recuerdo del maestro Vidal.
”Se llama Zotoluco”
Las dudas se despejaron pronto. Porque salió el toro, con trapío y redaños, lo toreó Zotoluco, cuajó unos naturales de irreprochable factura y cobró un volapié impresionante, que está llamado a ser la estocada de la feria y aun de la temporada entera.
Y con estas muestras la afición quedó harto conmovida. Alguno juraba que al primer hijo que tenga le va a poner Zotoluco.
El torero más interesante de la tarde fue el llamado Zotoluco. Serio y entregado en la lidia, pundonoroso en los trasteos de muleta, empeñado en aplicarles a los toros el toreo puro, desgranó muletazos de alta escuela.
Los hubo de calidad, entre otros que desbarataba la encastada codicia de los toros. Pareció que el problema de Zotoluco estribaba en cogerles la distancia. Unas veces se quedaba corto, otras se pasaba; como en las siete y media. Y acaso no era impericia sino la gran diferencia de temperamento que existe entre el toro mexicano, al que está acostumbrado, y el español, que sólo ve en fotografía.
Intentó ligar los pases, y los ligó a veces. En su primera faena consiguió hacerlo cuando toreaba por naturales y par de ellos -mando, templanza; la difícil naturalidad, de donde le viene el nombre a la suerte- quedaron grabados para los restos en la retina de los buenos aficionados. La segunda faena, tenaz y valiente, también con algunos pasajes cálidos, alcanzó la cumbre en la suerte suprema: perfilado en corto, atacó no echándose fuera como se acostumbra, ni siquiera pasando al hilo del pitón, sino que se abalanzó sobre la cuna y fue la mano izquierda -la muleta echada bajo los belfos- la que vació, mientras hundía el acero en las agujas y salía limpiamente por el costillar.
La estocada, por sí sola, valía una oreja. Y se la dieron. Y menudo iba de contento el moreno aceituno Zotoluco presumiendo de ella en su vuelta al redondel...
...El arte de torear había volado a México. Se hizo presente Enrique Ponce para pegarles pases a un inválido sin trapío y a un moribundo, y cundió el sopor. Fuera cacho su primera faena, pinturero al embarcar y huidizo al rematar, brillante en las trincheras y los cambios de mano, el conjunto careció de fundamento y pasó sin pena ni gloria. Peor cayó la insoportable porfía al lisiado quinto toro, que ni se podía mover pues ya le estaban viniendo los estertores.
Se hizo presente después Manuel Caballero, triunfador en medio mundo, y dio la sensación de que se le había olvidado el toreo. Inseguro y desastrado con el toro tercero -algo inexplicable pues embestía con nobleza-, pretendió compensarlo exponiendo con el áspero sobrero de Peñajara, pero el arte de torear le seguía ajeno y toda la faena tuvo los aires broncos propios de las capeas...
San Isidro, 22 de mayo de 2000
Joaquín Vidal