La Villa armera de Eibar organiza todos los años un festival en homenaje al pintor vasco Ignacio Zuloaga, eibarrés de nacimiento, aunque afincado en Madrid. Formó parte de ese nutrido grupo de noventaiochistas aficionados que encabezaba Ortega y Gasset y en el que se encontraban Cossio, Diaz Cañabate o el escultor Sebastián Miranda, entre otros. Retrató a muchos toreros, famosos y anónimos, entre ellos a Domingo Ortega, al matador Pepillo, a los torerillos de Turégano, a la familia del torero gitano o a Rafael Albaicín a quien puso nombre artístico en una verdadera acción de marketing, pues nada tenía que ver el gitano Rafael con el barrio granadino. Pero el pintor pensó que ese nombre ayudaría a vender la figura del torero, y así fue. Zuloaga inmortalizó en sus pinturas a curas y a gitanos, a campesinos y a toreros, a la sobria España, a la vieja Castilla, y a la fiesta de los toros en la que ofició de joven y a la que al final, a base de retratarla, llegó a pertenecer. Algún día escribiré más largo sobre Zuloaga; su figura lo merece.
Son ya muchos años los que se lleva desarrollando el festival homenaje a Zuloaga en Eibar. El éxito ha llegado en esta última edición, en la que los tendidos de la pequeña plaza se han visto abarrotados de gente, un hecho con precedentes atávicos. Parece ser que los viejos del lugar recuerdan un lleno semejante al de este año, mucho tiempo atrás, cuando Manolete hizo el paseíllo en el ruedo eibarrés. Los jóvenes dicen que Paula consiguió meter a mil personas... ¿Qué factores han incidido para que en esta ocasión la gente acuda a la plaza a raudales, como casi nunca antes lo había hecho?
La gestión del coso de Eibar queda este año en manos de la Peña Taurina Pedrucho, formada por los aficionados del pueblo. Han tenido éstos la buena idea de hacer los carteles con esos toreros que tienen nombre en la prensa rosa, con esos que dicen que llenan los tendidos cada tarde. El efecto ha sido instantáneo: a falta de cuatro días para el festejo, la organización ya había vendido mil entradas. Es el resultado de anunciar a Ortega Cano junto a Rivera Ordóñez; mano de santo. Les acompañaba también Matías Tejela y eso hacía que el cartel ya fuera agradable para todo tipo de públicos. Y es que en Eibar no sólo se dio cita el público morboso que alimenta el estómago de la prensa del corazón. También había allí aficionados de solera. Para rematar el éxito, la excelente presentación (dentro de lo que cabe, recuerden que se trataba de un festival) y el magnífico comportamiento de los Núñez de Manolo González, que junto con Tejela fueron el plato de gusto para la afición militante. En fin, que todos salimos contentos. Mucho más que cuando el coso era gestionado por empresas taurinas al uso.
Ver a Rivera Ordóñez en este tipo de festejos le aclara a uno muchas dudas. Las mujeres intentan arremolinarse a su alrededor, le gritan, le persiguen por el callejón, le piden autógrafos durante la lidia de sus compañeros. No comprenden que en ese momento él sigue trabajando, que su labor no ha terminado al lidiar su toro y que aquí todo el mundo curra hasta que no se ha dado muerte al último burel. Y Rivera firmando, y recorriendo el callejón estrechando las manos que salían desde las barreras, manos de niñas guapas y arregladas, en edad de merecer, la mayoría. Manos de mozos festeros que ocupan asientos en sol. Manos de señoras ya talluditas que quizás vieran torear, por eso de la edad, al mismísimo Niño de la Palma. Todo son sonrisas y agradecimientos al grito de “guapo” o de “torero”. Ese tipo de público son clientes dobles para Rivera Ordóñez: compran las revistas en las que él sale y acuden a las plazas en las que él torea. Son parte y sustento del negocio. Corazón y ruedos conforman en él la pescadilla que se muerde la cola. Si fallara una de ellas enseguida el efecto se dejaría ver en la otra. La figura de Rivera Ordóñez es además curiosa en un aspecto: la prensa lo maltrata y sin embargo es querido por los públicos, tiene buen cartel entre el público ocasional.
Con frecuencia los aficionado criticamos a este tipo de toreros y los repudiamos. No entendemos, mal que nos pese, que ellos también tienen su función dentro de la fiesta y que quizás por eso continúan en ella. Son toreros que en un momento dado salvan un espectáculo e incluso una feria entera. Convocan público en masa y eso, hoy en día, es poco corriente en este mundillo. No es raro que los empresarios los quieran meter, como mínimo, en un cartel e intentar hinchar un poco más la bolsa de la recaudación. No llevan público aficionado, eso está claro, pero ¿quién ha dicho que la fiesta haya de ser sólo para aficionados? De hecho, si esto fuera así, se verían toros en muy poquitas plazas. Claro que este que escribe es capaz de soportar semejante tinglado en un festival pero monta en cólera cuando lo encuentra en una corrida de toros. Cosa que suele suceder. En Eibar se combinaron los elementos para reunir a todos y dejar a todos satisfechos y eso es de agradecer.
No obstante se me plantea una duda en cuanto a la continuidad de la programación de la plaza de toros de Eibar ¿Cómo se van a confeccionar los siguientes carteles? No esperemos que el público ocasional del otro día acuda a festejos en que no se encuentren este tipo de toreros. No podemos calificarlos como público fiel. El reto al que se enfrentan ahora los organizadores de Eibar es el de conseguir esa fidelidad sin convertir la plaza en una pasarela. De momento el asunto está en manos de aficionados, que ya es mucho. El listón ha quedado muy alto y ahora, hay que volver a saltarlo. Suerte y a seguir en ello.
