Cualquiera, en la humildad de su anonimato, sin pretenderlo, puede aportarnos la historia más bella jamás imaginada. En mi caso, mi defecto o virtud, según se mire, estriba en saber escuchar a las gentes; todo el mundo puede decir algo importante; los genios, como vulgarmente se dice, apenas existen. Sin embargo, las personas, en su devenir cotidiano, en ocasiones, aportan genialidades que pueden cautivar a sus semejantes.
Ser narrador de vivencias, como pueda ser mi caso y el de otras muchas personas por el mundo, en definitiva, ello te aporta experiencias que, a veces, uno siente la nostalgia de no haberlas vivido. Miles de historias han quedado en el anaquel de mi memoria, sencillamente porque, un día, personas generosas, decidieron contármelas. De todos guardo recuerdos entrañables y, con todos, dichoso de mí, aprendí la mejor lección. Es difícil ser maestro de nada y, por el contrario, es apasionante ser el discípulo de todos. Uno camina por la vida con la hermosa intención por reparar en aquello que uno ama y, en definitiva, en mi caso concreto, lo que amo es la propia vida y, a su vez, a todas esas gentes que saben vivir, sentir, reír y amar.
Me contaron una historia de amor que, sin lugar a dudas, es el hecho más relevante que pueda tener cualquier ser humano: luchar por el amor. Al respecto de estas cuestiones del corazón, lo dijo hace ya muchísimos años aquel pensador británico al que conocimos como Oscar Wilde que, afortunadamente, solía sentenciar cuando decía que, si el corazón le gana a la razón, inequívocamente, es que triunfó el amor. O, si lo miraba desde otro ángulo, solía decir que, procura que tu corazón no aplaste tu razón porque, de lo contrario, estarás abriendo las puertas de la locura. Pero es cierto; sólo por amor se pueden hacer las más grandes locuras y, como en el caso que me contaron, todavía mucho más. Un hombre y una mujer enamorados, un día, cometieron la locura que voy a relatar en este párrafo que, al contarlo, me sigo emocionando; como antes decía, añoro no haber sido el afortunado protagonista, el Alfredo enamorado de Gabriela que, junto a ella, ha encontrado el rumbo y norte de su vida.
Ellos son Gabriela y Alfredo. Como su nombre les delata, un hombre y una mujer pero, de connotaciones muy especiales; ellos viven, desde hace muchos años, la historia de amor más apasionada del mundo, sí; pero a espaldas de sus parejas puesto que, ambos, un día, cometieron la torpeza de casarse. Y no creo que casarse sea de torpes; el error, como creo puede entender todo el mundo, se basa en saber con quien te casas y, Alfredo y Gabriela, cada uno por su lado, erraron por completo. Posiblemente, tanto el uno como el otro, de cara a sus cónyuges, no encontraron la compatibilidad necesaria para que, sus vidas, caminaran de forma paralela, el uno junto al otro. Este hombre y esta mujer aludidos, como pude comprobar, sentían las mismas miserias en sus hogares; la inclemencia de sus parejas que, aún dándolo todo, ellos no recibían nada. Un infierno en sus vidas que, durante muchos años, cada cual en su casa, sólo supieron vivir por criar unos hijos admirables; todo lo dieron por ellos, hasta la propia felicidad de lo que pudo haber sido y que nunca fue. Esta pareja es admirable; pensar que, dieron su vida, su felicidad, su entrega toda, sólo por el amor a unos hijos, ello les hace grandes y diferentes ante el mundo que les rodea. Quizás que, apasionados como padres, apenas reparaban en la dicha particular y, a través de los años, hasta creyeron que la vida matrimonial era la que ellos vivían, de ahí, tantas carencias.
La historia, contada como al, podría darnos materia para cientos de páginas aunque, en honor a la verdad, como trabajo periodístico, intentaré sintetizar y, en breves líneas, explicar la grandeza y magnitud cuando dos personas se juntan por amor. Existen matrimonios de intereses; uniones entre estúpidos inexpertos; bodas por circunstancias que no has podido prever y, en definitiva, cientos de motivos para que un hombre y una mujer vivan juntos pero, en ninguno de los casos citados, está basado en el amor. ¿Qué el amor? Sencillamente, darlo todo a cambio de nada; pero desde las dos partes de la pareja. Cuando esto es así la pareja y el éxito están asegurados. Cuando no existe el amor, en el ser humano, vive el egoísmo, el trato inadecuado, las dudas permanentes, las vacilaciones desde todos los ángulos de un matrimonio y, por consiguiente, se palpa una desdicha inminente. Ellos, los personajes aquí retratados, eran el prototipo de cuanto explico, sin lugar a dudas, el más infiel resultado hacia el amor porque, como se deduce, vivían el más aberrante desamor.
Alfredo llegó un día al hospital con su padre y, sin pensarlos dos veces, le preguntó a una enfermera que pasaba por allí. Ella, en gesto amable, quizás para corresponder a la buena educación con la que él se le había dirigido, no dudó en ayudarle en su cometido; incluso en acompañarle a la planta que él requería. Dentro del ascensor, como por arte de magia, intercambiaron unas palabras; llegado al destino, Alfredo se sintió reconfortado por el trato generoso de la muchacha que, en aquel instante, obviamente, todavía desconocía su nombre. De forma cortés, y si acaso un tanto sorprendido por aquella amabilidad tan gentil, le dio Alfredo las gracias a la enfermera que, como ella decía, cumplía, con aquel gesto, su sagrada obligación, entre otras, de ayudar a los despistados como Alfredo que, hasta aquel momento, desconocía la trama hospitalaria.
Una vez que los doctores habían explorado las dolencias del padre de Alfredo, con el diagnóstico debajo del brazo, éste se marchaba tranquilo con su progenitor. En la planta baja, como un presagio del destino, se encontró de nuevo con la enfermera que le había ayudado y, tras darle las gracias, intercambiaron unas palabras, entre ellas, darse los números respectivos de teléfonos con la idea de llamarse. Soy Gabriela- dijo ella con voz aterciopelada- puedes llamarme cuando quieras. Alfredo, - respondió él- para lo que tú gustes y necesites.
Al día siguiente, el uno como el otro, como por arte de magia, se necesitaba como el mismo oxígeno que respiraban y, simultáneamente, se estaban cruzando sus llamadas. Se buscaron y, obviamente, se encontraron. Vieron se al día siguiente y, desde aquel instante, un hombre y una mujer pudieron conocer la felicidad. Tras aquel afortunado encuentro, Alfredo y Gabriela, pese a todo, le dan gracias al destino que les juntó. Respecto a sus parejas, viven el compromiso por el cual, un día, sin darse cuenta, firmaron y, lejos de tales ataduras, llevan a cabo el sueño que siempre habían tenido; conocer el amor y gozar de sus encantos. No tienen otra opción puesto que, miles de razones, les impiden separarse y, cada cual, a su modo, convive bajo el techo que forjaron; pero nadie les puede negar el sagrado derecho a ser felices y, a ráfagas fugaces y encuentros esporádicos, Gabriela y Alfredo saborean la felicidad que antes jamás habían tenido. ¿Qué es la felicidad? Seguramente lo que este hombre y esta mujer son capaces de vivir, aunque el mundo no les entienda. El corazón, como explico, no entiende la razón y, mucho menos, la de Alfredo y Gabriela que, enamorados hasta la médula, viven con pasión aquello que antes, la vida les había negado.