Las constantes declaraciones del señor José Antonio Martínez Uranga como empresario de Madrid, analizadas con detalle, nos ponen a temblar al más blando de los aficionados; no hace falta ser del siete para sentirte indignado por cuanto ha confirmado el empresario de Las Ventas. O sea que, en los tiempos que corremos, las figuras, como decía el gestor madrileño, les cuesta un infierno ir a la primera plaza del mundo y, algunos, hasta acuden por salvar el compromiso, eso sí, a una sola tarde, caso de Enrique Ponce que, multimillonario, no es capaz de dar la cara como lo hicieron siempre los toreros en la plaza venteña.
Ciertamente, ser figura y acometer retos complicados, la verdad es que nos les hace ni puñetera gracia; pero eso es tanto como decir que, Plácido Domingo, en vez de acudir a la cita en la Scala de Milán, por citar un teatro emblemático, se la pasara por los villorrios dando serenatas, por bien que le pagaran. El precio de ser quien eres, obviamente, se tiene que pagar; aunque sea tres veces al año, que tampoco es pedir mucho. Y, los toreros figuras, como se demuestra, no tienen dignidad, ni tampoco memoria. ¿Será que Ponce no se acuerda cuando tuvo que mendigar su primera corrida en Madrid con Antonio Manuel Punta y Domingo Valderrama? ¿Será que este buen hombre ha perdido la memoria y pidió arrodillado aquella corrida en Valencia en que, El Soro y Roberto Domínguez se acojonaron y no torearon, de ahí que, Ponce, matara los seis toros, con éxito, por cierto?
Hace unos años, tampoco tantos, los que mandaban en el toreo, todos los años, acudían a Madrid en plena feria y, por supuesto, a los grandes eventos que se daban cita en dicha plaza; por ejemplo, habían bofetones entre las figuras para torear la corrida de la Beneficencia y, ahora, esta corrida, la tienen que salvar con la caridad artística de algún que otro desesperado. Pensemos que, el toreo, se está degenerando por momentos. Hasta hace muy poquito tiempo, José Miguel Arroyo Joselito, era capaz de enfrentarse a seis toros en Madrid, amén de torear varias corridas en la feria isidril; y todo eso ocurría hace apenas “cinco minutos”. La fiesta, como se demuestra, camina hacia el abismo; ahí están las pruebas. Las figuras no quieren que nadie les examine en Madrid; están todos muy bien matando lo que les viene en gana en provincias y pueblos y, eso de sentirse vigilados, les cae muy mal. Entiendo que, la comodidad en que viven, les aleje de los riesgos pero, antes, como explico, los toreros tenían raza y cojones. Recordemos que, todavía no hace muchos años, despuntaba tal o cual torero y, la figura del momento actual se reunía con su apoderado para que le pusieran con el susodicho en la plaza de Madrid. Los toreros, como vemos, se retaban; ahora se acojonan, esa es la diferencia.
Vivimos la época de la fiesta adulterada desde todos los extremos y, a este paso, veremos quien es el valiente que arregla esto. Está claro que, por todo cuanto acontece, si vemos que un torero se juega la vida sin condición, a tenor lo los hechos, está claro que no es figura de nada y está sin un euro. Lamentable acontecer el de los taurinos que, entre unos y otros, han logrado esta fiesta miserable y adulterada que, como explico, si uno quiere ver la grandeza de la fiesta, sin lugar a dudas, tiene que escapar de las figuras. ¿O no es terrible que, como decía Martínez Uranga, las figuras, pagarían aquello que pudieran cobrar, sencillamente por no ir a Madrid y quedar exonerados de dicho compromiso? ¿Entiende ya todo el mundo por qué, Victorino Martín, con sus toros, sigue siendo el rey de la fiesta? En honor a la verdad, al margen de la grandeza de este hombre singular y de su trayectoria honrada y hermosa, los taurinos, se lo han puesto en bandeja de plata. Si miramos hacia atrás, en la época en que Victorino Martín compró los toros de Escudero Calvo, la misma procedencia de Albaserrada que ahora mismo y, aquel hombre, arruinado, tuvo que vender la ganadería. ¿El motivo? Estaba clarísimo; la competencia. Ahora no hay competencia de nada; todos son amiguetes y, nadie se molesta, el uno hacia el otro; tanto en toreros como en los mismos ganaderos; ganaduros, como les bautizara Victorino Martín.
Conforme lo tienen montado, me río yo cuando, algún que otro imbécil del taurinismo se rasga las vestiduras cuando habla de los protectores de los animales; es decir, de los ecologistas y sus huestes que, a su manera, quieran erradicar la fiesta. A todos estos desaprensivos desocupados, les daré un consejo: que no se preocupen que, el peor cáncer de la fiesta, obviamente, lo tenemos dentro de la misma y, los toros, se acabarán; pero todo eso pasará por una sola razón, porque así lo querrán los taurinos. En los toros es el único lugar del mundo en donde, los aficionados, lamentablemente, dormimos con el enemigo; y lo peor es que no podemos echarlo de la cama.