Amanece Mayo y con sus primeros soles se adivina una feria: la feria de San Isidro. No se trata de una feria más ni de una feria cualquiera, sino de la FERIA con mayúsculas. Podrán discutirse sus carteles, de toros y de toreros, -que se discuten- siempre ha sido así, pero a la cita se la da tratamiento de primera.
Luego vendrán las lluvias, las climáticas por supuesto y aquellas otras que suponen crítica a su acontecer. Y mojarán fino o será con fuertes aguaceros, que de todo hay y habrá y con todo ello se logrará que quede bautizada como una distinta de las anteriores. Un bautismo nuevo, con su chaparrón de críticas y alabanzas y esas lluvias de mayo que bendicen las tierras que el Santo Patrón antaño labraba.
Las ausencias ya comentadas, darán paso a las presencias y con éstas sus actuaciones serán las que ocupen las primeras planas, la atención del mundo entero. Una plaza multicolor, que guarda un orden distinto al resto de plazas, dará, una vez más, la medida de severidad y exigencia que hay que demandarles. Y que nadie venga con crítica por su dureza, -la crítica para los que actúan: toros y toreros- pues es en esa exigencia de la plaza donde se sustenta su privilegiada historia. No se puede ni se le debe cambiar. Esta plaza es la que es y, además, la que debe ser. De ahí la importancia de lo conseguido en ella.
Tras las facilidades de esa última semana en Sevilla, nadie sensato puede pedir a la afición de Madrid que les sigan. Más al contrario, habrá que pedir prudencia en el triunfalismo y sensatez en la exigencia. Es, precisamente, esa sensatez la que tiene que seguir diferenciando a Las Ventas de otras plazas. Y que nadie lo confunda, sensatez no de permisividad, sino de exigencia del cumplimiento de las reglas y de la integridad de la Fiesta. Esos son los pilares que esta plaza no debe de abandonar. Si utilizamos la metáfora, deberá seguir siendo el tribunal constitucional del toreo. Por muchos desmanes que se realicen en el resto de tribunales, siempre nos quedará el amparo de recurrir al máximo tribunal donde es exigible el cumplimiento de la Norma máxima. Que así sea.
Pero en ese escaparate que es San Isidro, no duden que habrá ocasión para la alabanza, para el triunfo. Siempre hay quien, de verdad, está dispuesto a asumir que es el lugar adecuado para los gestos y las gestas. Quienes piensan, toreros, que es el sitio adecuado para sentirse como lo que quieren ser: toreros reconocidos, no solo triunfadores de temporadas. Contar con el aval de este alto tribunal, proporciona más satisfacción que docenas de orejas cortadas al socaire de las tardes triunfalistas y públicos benevolentes. Todo eso es San Isidro y todo eso tiene que seguir siendo.
Amigos toreros, amigos aficionados prepárense a dar la talla. Los empresarios e incluso los ganaderos, en estos momentos, ya poco pueden hacer; hicieron sus elecciones y solo les queda desear haber acertado, pero quedan los que con su actitud pueden cambiarlo todo. Los toreros, sabiendo dónde están y a qué han venido y los que han de poblar las localidades de Las Ventas, también les toca saber a qué vienen: si a ser uno más de los que hacen que el toreo sea un arte menor o, por el contrario, los que consideran que hay que elevarlo, a través de la autenticidad, a un arte épico y mayor. Toreros y aficionados, la parte activa de la feria. Ojalá defiendan los mismos intereses y se pongan de acuerdo.
Decir mayo y decir San Isidro es casi la misma cosa. Decir triunfo, cortar orejas y salir en hombros, deseamos que sea fruto de la misma cosa; el triunfo de la verdad de la fiesta: toro íntegro y toreo auténtico.
Ya están abriendo el portón de cuadrillas. En nada comienzan los paseíllos.