Se habían reunido los taurinos en asamblea, nada menos que en la sede de la CEOE, para determinar cómo hacer frente a los problemas y ataques que sufre hoy el toreo. Estas reuniones, que a primera vista pueden parecer normales, no lo son en absoluto. La normalidad queda ya perdida del todo en el momento en que el taurineo avisa a la prensa. Entonces es que las cosas están excesivamente mal, que la amenaza se muestra en todo su esplendor. Como cuando uno de esos toros mansos, que generan peligro sordo, derrotan y alcanzan al torero. Lo hacen volar por el aire y ahora de lo que se trata es de no coincidir con un pitón en la caída. Superado este trance, aún queda por salvar el del suelo y ahí es cuando el diestro hace la croqueta mientras espera, aterrado, la llegada de ese capote que le quite al morlaco de encima. Así están las cosas en el mundo del toro, que da miedo sólo de pensarlo y más al ver la reacción, tardía como siempre, del taurineo.
Una de las cosas que se trataron en la citada reunión fue la necesidad de un cambio ministerial para la fiesta: de Interior a Cultura. Se llegaba así a un acuerdo al que debíamos haber llegado hace ya mucho tiempo. No tiene, casi, ningún sentido que un hecho social como el trato con el toro, una de las representaciones artísticas más antiguas de la Península, uno de los primeros (si no el primer) referentes para la cultura del espectáculo, un elemento cultural propio de una civilización, se rija desde el Ministerio del Interior. Claro que viendo las cosas que en este mundillo se ven, tampoco le extraña a nadie que de él deba ocuparse, directamente, la propia policía; así estamos. El problema es que la Fiesta no se encuentra bien en el ministerio de la ley y el orden y trampas, trucos y desaguisados se realizan en los bigotes de los delegados gubernativos sin peligro de reprimenda o sanción. Y así, aquí, cada cual campa por sus respectos agarrado a la máxima de que ancha es Castilla, orégano sus campos y verdes los han segao. Y ustedes me preguntarán si yo, iluso, crédulo, pienso que el cambio de ministerio terminará con todas esas cositas que todos conocemos. Y yo, iluso, crédulo, les responderé que todo depende del rigor con que se apliquen las políticas y de la ética y la moral de los funcionarios que metan mano al asunto.
La pertenencia de la Fiesta al Ministerio del Interior tiene su lógica que radica en el peligro que el ganado bravo genera para la ciudadanía. El Ministerio del Interior tiene la finalidad de velar por la seguridad de todos sus nacionales y existen, en este nuestro país, demasiadas personas que disfrutan arriesgando su vida frente a las astas de un toro. No me refiero únicamente a la lidia en plaza, sino más concretamente a los desvaríos e imprudencias que se comenten en los días de encierros y de capeas. Quien esté libre de pecado... Por otro lado, es normal que la policía se ocupe de asegurar la normalidad en todos los lugares donde se da una masificación de personas e incluso que legislen, desde su ministerio, las normas de comportamiento en dichos lugares. Lo que ya no es tan lógico es que sea la propia policía quien dictamine todo lo referente al corpus técnico que es la lidia de un toro bravo ¿Les dice alguien a los músicos cómo componer sus melodías, a los pintores cómo utilizar la paleta, a los poetas cómo casar sus rimas o a los actores cómo interpretar en las tablas?
La Fiesta es un fenómeno cultural y como viene a ser lo normal en estos casos, debe regirse desde las instituciones que se ocupan de los asuntos culturales. La pregunta que nos debemos plantear es: ¿qué gana la fiesta perteneciendo al Ministerio de Cultura? En primer lugar, gana que se nos considere como lo que somos, cultura en el sentido antropológico y etnográfico del término. En segundo lugar, que se vele por la integridad del toro de lidia, que se conforma como símbolo de un país o al menos de un territorio. En tercer lugar, que se nos defienda de los distintos ataques a los que venimos siendo sometidos y que perderían importancia de tener organismos adecuados que fomenten nuestro desarrollo y defensa. Promocionar verdaderamente la cultura taurina, igual que desde ese ministerio se promocionan cuantas actividades culturales existen. Creación de órganos para la investigación de los elementos culturales de la tauromaquia. Tener en la Administración verdaderos entendidos en toreo. Y así vayan ustedes completando la lista con todas esas carencias que descubren en el seno del espectáculo del toro y que no encuentran solución en su actual ubicación.
No obstante hay demasiadas cosas en la reunión de los taurinos que no terminan de quedar claras. Hablaron de la creación de una Secretaria de Estado para los toros, igual que la hay para el deporte. Cualquier organismo de este tipo se inserta dentro de un ministerio (su misión es asesorar al ministr@) y es aquí cuando los taurinos dicen que dicha Secretaría debe pertenecer al de Cultura. Entendemos que ahí va el cambio ministerial. Sin embargo, la citada Secretaría de Estado podría haber pertenecido también a Interior y nunca se propuso nada serio al respecto. Pero más vale tarde que nunca. El Ministerio de Cultura, asesorado por dicha Secretaría se convertiría, según declaraciones, en un órgano de defensa ante los ataques y en un interlocutor válido ante los diferentes problemas que vayan surgiendo. La idea es buena aunque quizás un tanto complicada por el gasto y esfuerzo que conlleva crear una Secretaría de Estado y por el grado de aceptación que obtenga la medida en el equipo de gobierno. Por otra parte, ¿quién ostentaría el cargo de Secretario de Estado para los toros? Éste se elige por libre designación del ministr@ del ministerio pertinente y en la elección puede llegar a influir el propio Presidente del Gobierno. Parece complicado que el nombramiento salga fuera de la esfera de la política y la experiencia nos dice que políticos y gestión taurina adecuada no casan bien. Por otro lado, la designación de un taurino para dicho cargo contribuiría a seguir manteniendo el mismo estado de las cosas, y eso es lo que debemos solucionar.
Las propuestas no se quedan ahí y los taurinos llegan a proponer una Fundación de Fomento para la Fiesta, que se mantendría con los ingresos que provienen de los derechos de televisión. Es decir, con ese dinero que supuestamente se reparten toreros, ganaderos y empresarios. Luego son ellos mismos los que pagan, ellos mismos los que mandan: tendremos más fundaciones pero no solucionaremos nada; todo seguirá como hasta ahora. Pero quizás, si conseguimos sólo el primer paso de todos los que se han propuesto, si conseguimos que la fiesta pase al Ministerio de Cultura, consigamos también las ayudas necesarias para crear una Fundación para la Defensa de la Fiesta. El cambio ministerial debe ser un primer paso en la defensa, optimización y fomento de la fiesta de los toros.
