Al respecto de la edad de los toreros, cada vez que he abordado este tema, algún aficionado, me temo que me ha mal entendido, hasta el punto de increparme rebatiendo mi criterio, eso sí, de forma equivocada. Convengamos que, no existen toreros viejos; estarán en activo o sin torear, pero viejos, jamás. Un hombre con cincuenta y algunos años, de haberse cuidado – y los toreros lo suelen hacer- puede seguir creando arte las veces que disfrute de la correspondiente oportunidad. Existen muchos casos que avalan mi opinión, justamente, la que muchos pensaban que yo criticaba. Ahí está el caso de Curro Romero que, toreó con más de 65 años; Antoñete llegó a la cima de la fama con más de 50 años; Frascuelo sigue impartiendo lecciones de torería con 55 años; El Inclusero, el pasado año, bordó la faena soñada y, el ejemplo más reciente, respecto al papel a desempeñar por los toreros “viejos”, lo tenemos en Manolo Espinosa Armillita que, el pasado viernes, tras haber estado muchos años inactivo, reapareció para despedir a su hermano Miguel y, su caudal de creación resultó una constante. Así, lógicamente, podría dar una lista muy extensa de toreros que, en su menester, jamás les han pesado los años. A tenor de cuanto digo, Antoñete, cuando era preguntado respecto a su entrenamiento, el maestro decía que, estando su cuerpo bien, no precisaba de entrenamiento alguno puesto que, delante de la cara del toro, jamás tuvo que correr. Antoñete sabía como nadie que, la labor de torero, el ejercicio de su creatividad plástico taurina, consistía – y así lo seguirá siendo siempre- en crear arte pero, de forma despaciosa, con parsimonia y lentitud. Las prisas, como reza el refrán, para los ladrones y los malos toreros. Queda claro, obviamente que, a nadie rechazaremos porque haya cumplido o deje de cumplir años; los albañiles trabajan hasta los 65 años y, su profesión, puede ser tan dura como la de torero, o quizás mucho más; en definitiva, mucho más porque, el torero, a cambio de jugarse la vida puede tocar la gloria con sus manos y, el albañil, se juega la vida y, en muchos casos, su mayor logro, es una muerte anónima.
Debo explicar, por si alguien no me hubiera entendido que, el primer logro del torero, edad al margen que nadie la discutirá, es tener un corazón a prueba de bombas; no se puede ser torero con el corazón roto y, repito, no es una cuestión de edad. Al respecto, he visto a toreros jóvenes muertos de miedo porque, como explico, les ha fallado “la caja de cambios” como dicen los toreros. Claro que, el colmo de la desdicha es ver a un torero con medio siglo a sus espaldas y, muerto de miedo, incluso preso del más enfervorizado pánico, corriendo despavoridamente dentro de un ruedo y, por lógica, huyendo de su enemigo. Es, claro, el espectáculo de más vil esperpento, sinceramente, lo más horrible que le pueda pasar a un torero dentro de un recinto taurómaco.
Bien hallados sean los más viejos del lugar, como diría aquel aficionado de Madrid, justamente, cuando se refería al maestro Antoñete; y, la frase, la podemos aplicar a todos los que sean capaces. El toro, como se sabe, jamás pidió la cédula de identificación, ni tampoco la partida de nacimiento. Pero sí el toro se da cuenta cuando tiene al torero a su merced y, en ese instante, el espectáculo, además de bochornoso, suele ser deprimente, todo ello, con el consiguiente riesgo de una vida. Para morir en una plaza de toros, hay que hacerlo a lo grande; Paquirri fue el ejemplo. Sinceramente, palpar el riesgo de cornada o muerte debido al torero, ello es lo más lamentable que podamos encontrarnos dentro de una plaza de toros. El miedo, lógicamente, tiene que aportarlo el toro; que lo haga el torero, es un acto baladí y mezquino.
Otro “viejo” inigualable resultó ser Antonio Bienvenida que, con más de 50 años, todavía hacía vibrar a la afición de Madrid. Podría llevarse broncas; no porque estuviera acabado, que jamás lo estuvo, sino porque entendía que el toro no tenía lidia y, tras adornarse por la cara, lo mataba, a sabiendas de que podía arreciar la bronca. No importaba porque, diez días después, esa misma afición, le vitoreaba sin cesar. Don Antonio, que así le conocían en Madrid, de no haber muerto de mala manera, seguro estoy que, con setenta años, todavía hubiese estando impartiendo lecciones de torería porque, a torero, no le ganaba nadie.
A este respecto, hace unas fechas, nuestro director, en la entrevista que mantuvo con el señor José Antonio Martínez Uranga, más conocido por Choperita, le preguntaba su opinión, como empresario, respecto a los toreros veteranos de la actualidad y, sin pestañear, confesó que estaba dispuesto a escucharles y, por supuesto, a negociar con ellos para contratarles. Está claro que, años al margen, Choperita, tampoco se siente viejo y, en su estrado, hasta es capaz de comprender a los toreros. Confiemos, naturalmente, que las negociaciones de que hablaba el empresario, al final, fructiferen en beneficio de estos grandes toreros que, marginados por otras empresas, en Madrid, pueden dar grandes tardes de toros. Pero que no se apunte el miedoso que, al margen de pasarlo mal su familia, nos hace pasar un mal rato a los aficionados. Y es cierto porque, ningún aficionado, como explico, se pregunta la edad de los toreros; pero sí, todos, nos centramos en lo que son sus posibilidades artísticas con la finalidad de admirarles y vitorearles. Y este pobre hombre, miedo, lo tiene todo. O sea que, por favor, que no moleste a Choperita que, con sus llantos, puede desvanecer las ilusiones que ahora tiene el empresario de Madrid, e incluso la buena disposición al respecto de la veteranía andante. Y no quiero dar su nombre porque, si quiere publicidad, que la pague porque según él, el dinero no le hace falta. Si diré que, se llama José y vendía melones.