Es seguro, que si yo fuera presidente, tendría modelos donde elegir. Es lógico y humano. Siempre uno quiere parecerse a alguien cuando sea mayor; yo también. Si alguno piensa a qué presidencia me refiero, le podría indicar que a varias, pero que aquí sólo nos ocupa la de presidente en las corridas de toros, en otros sitios llamados juez.
Es reciente y notorio que a uno, para más señas de Ciudad Real, le han segado de plano su trayectoria como presidente de la plaza de toros de la ciudad manchega. Este hombre, llamado Pedro Naranjo, llevaba realizando su labor desde años atrás y como consecuencia de la misma, los niveles de rigor en la plaza habían aumentado considerablemente.
Ante este hecho, cabía preguntarse si lo hacía por un afán de notoriedad, porque le reportaba a él más beneficio, por intentar hundir el prestigio de la plaza y entre otras muchas interrogantes, cabría preguntar si no sería por defender los intereses de los aficionados y espectadores que pasaban por taquilla. Yo que no he presenciado ni un solo festejo en la plaza, no daré fe de una cosa ni de otra, pero sí puedo dar fe, que la notoriedad la ha tenido, justamente, por cesarle. ¿Habrá, entonces, que concluir, que a lo peor eso buscaba para adquirir notoriedad?.
No parece que sea así y se puede inferir por la decisión del presidente suplente Sr. Espadas, quien de modo automático ha dimitido de esa responsabilidad al solidarizarse con el compañero Naranjo. Espadas, cuyo apellido se hizo famoso tiempo atrás por coincidir con el de otro presidente, en este caso de Las Ventas en Madrid, y que pasa por ser uno de los mejores en los últimos tiempos, apoyaba con su decisión la labor desarrollada por su compañero. Dicho esto, no hay más remedio que buscar respuesta a la pregunta ¿Qué y a quienes deben proteger y vigilar las actuaciones de los presidentes?. La respuesta es tan obvia, que no ofrece duda alguna: la integridad del espectáculo.
Y para que eso sea posible, en el norte de sus intervenciones debe prevalecer la defensa de la Fiesta en plenitud y los irrenunciables derechos de los que pagan por ver ese espectáculo. El hecho de que a muchos de los que asisten no les importe qué toro se les presenta, no significa en absoluto que se queden sin la tutela efectiva de quien les representa: la Autoridad. Esa tutela debe ser ejercida con intachable rigor, del mismo modo que un inspector de Sanidad debe verificar y evitar que en un establecimiento se expendan productos en mal estado, todo ello con independencia de que se haya o no efectuado reclamación alguna. A esta acción se la denomina: actuar de oficio. Esa y no otra es la principal función, a priori, a cumplir por quien tiene esa responsabilidad: el presidente del festejo.
Decía que si yo fuera presidente y lo vuelvo a repetir: si yo fuera presidente, en el marco de mi actuación tendría muy presentes a los que hacen cuanto se ha relatado con anterioridad; es decir, los que aplican con rigor las normas y protegen los derechos de los consumidores finales: los espectadores, sean de Ciudad Real o de cualquier aldea de cualquier rincón donde la fiesta es capaz de llegar. Esa es y debe ser una de las garantías que nos iguale a todos los espectadores sin distinción del lugar donde vaya a celebrarse el festejo. El conocer que existe una autoridad que, entre bastidores y ya desde antes del comienzo del espectáculo, ha velado por nuestros intereses y por la integridad del toro al que también tiene la obligación de respetar y defender. Esa norma es la que nos iguala, al margen de que los de Madrid entiendan más y se defiendan con su criterio definido y cualificado y los de otros lugares no tengan las mismas nociones sobre la tauromaquia y el reglamento taurino. Para eso está esa Autoridad, que no es poco.
Bueno, pues si yo fuera presidente, con seguridad me fijaría en este Sr. Naranjo, al que no conozco, pero del que percibo que ha sabido estar en su lugar. También me vale el Sr. Espadas y queda por saber si me querré parecer al Sr. Alcalde que ahora llega a ocupar ese sillón. El tiempo lo dirá, pero, eso sí, a mi no me gustaría ocupar el puesto de alguien al que previamente al último festejo a celebrar, se le acercaron al oído para decirle que no fuera tan riguroso. Si estuviéramos hablando de lo de la Sanidad, se puede concluir que hubieran permitido, sin el rigor adecuado, que la sopa llevara una cucaracha dentro. Con ese jefe, al que le gusta tanto hacerse el distraído, no me gustaría colaborar; se que al final, la cucaracha querría que me la comiera yo.
Por no comérsela, le han quitado de en medio a Naranjo. Por no querérsela comer, se ha marchado Espadas. De momento, si yo fuera presidente, no querría que fuera en Ciudad Real.