Mas vale caer en gracia... reza el refrán español. Viene a poner de manifiesto las facilidades que se les suelen dar a algunos ante determinadas circunstancias. Algo de esto hubo en la corrida lidiada este domingo.
En primer lugar, con los toros, cuya presentación fue bastante pobre, con trapío justito o sin él, con poquitas caras, blandos e incluso con sospechosas manipulaciones en sus defensas. En resumen, una corrida que cualquier otra tarde, donde no estuvieran los toreros acartelados, hubieran supuesto una constante protesta.
Con semejantes reses, que en general regalaban las orejas, dada su nobleza, bondad y repetición, la terna dispuso de oportunidad para redondear una tarde triunfal. Algunos, informados solamente a través de los resultados, pensarán que triunfos hubo. No fue así. La aplicación del refranero se hizo otra vez presente, convirtiendo en complacencia y satisfacción lo que solamente fueron destellos y apuntes de buen toreo. Insuficiente a la luz de la colaboración de los toros lidiados.
Luguillano, sigue, una vez más, acelerado y nervioso. Cuanto hace se ve afectado por una crispación y cierta precipitación. Cuando se habla de naturalidad, difícilmente encuadraremos en ella a este torero artista. Sabe torear, su corazón le dice lo que hay que hacer, pero se acelera en exceso, creando una imagen afectada y tensa. Es a pesar de su veteranía, un torero lleno de prisas. ¿Dónde le llevan?. En aplicación del refrán se le concedió una oreja fuera de lugar, precisamente en el toro que estuvo menos bien.
Pepín es un torero diferente -empezando por las chaquetillas que, además, ayer iban con ¿publicidad?- y esa diferencia la hizo notar en su segunda faena. Hubo detalles en el trasteo al cuarto de la tarde que recordaban al mejor Pepín, pero se fue el toro sin encontrar la faena compacta que demandaba su juego. Es diferente y se le prefiere a muchos otros, pero tampoco eso es suficiente. Hay que exigirle más. En suma, el refrán estuvo presente también, como en toda la tarde.
Hasta para José Luis Bote, lo estuvo. A pesar de las protestas que escuchó a lo largo de su primera faena, lo cierto es que el público estuvo generoso con él. Le costará reconocerlo, pero la medrosidad y desconfianza que mostró con sus oponentes era para que el público le hubiera pitado de verdad. Es muy notoria su falta de seguridad, transmitiéndola en todo momento. Sus precauciones, propias de la desconfianza, ponen incluso en alerta a los toros, haciendo que desarrollen sentido añadido durante la lidia. Gracias al refrán evitó la bronca, pues con la espada, estuvo aún peor. A Bote, obvio es, -a pesar de sus miradas- se le quiere en Madrid ¡y mucho! Y quizás por eso, cueste tanto verle sin la confianza que hay que tener para lidiar y, más, en esta plaza. Lo malo será que un día nadie quiera aplicarle el refrán.
Como ven, queridos lectores, según se mire, el festejo dio o no dio resultado en función de la aplicación de un refrán. Habrá otras versiones, seguramente válidas también, pero esta ha sido la nuestra para esa tarde.
