Finalizó la feria de Sevilla y está a la vuelta de la esquina la de San Isidro en Madrid. Podríamos convertir en pregunta el título de este trabajo: ¿lo que nos espera?, y añadiríamos ¿qué es?. Con esto tendríamos cerrada la incógnita que representa el futuro más cercano y el de medio plazo para la temporada actual.
Ahora bien, sabemos lo que nos espera. Existen datos que permiten conocer lo que nos espera. Estamos en un momento crucial y a él hay que enfrentarse con sumo rigor y lealtad a la Fiesta. Es exigido que ahora, en este momento, sepamos corresponder a las expectativas del modo más adecuado.
De Sevilla, de forma nítida, han llegado tres mensajes: el triunfo incontestable de El Cid, la aparición de toros encastados y, finalmente, un triunfalismo galopante. Parece mentira, pero es así; toros y toreros cabales y en medio, como de rondón, estorbando y, diríamos que sobrando -de qué manera-, una plaga de indocumentados en los tendidos, con la colaboración inestimable e incompetente de los presidentes que se sientan en el palco.
Nunca como ahora se había puesto de manifiesto tal contradicción. Una plaza, se la supone seria, que da la medida para conocer de toros y de toreros; esos toros y toreros que hacen su aparición y todo trufado de una masa cateta y güisquera que quiere hacer suya la plaza a base de avasallar con su loca mayoría. Ese es el resultado de unas campañas atroces contra quienes defendemos la integridad desde nuestras tribunas y contra los aficionados rigurosos, que hacen de su afición un estandarte de su vocación y cuidan de mantener escrupulosamente la autenticidad del espectáculo. Este ha sido el resultado: avasallar.
Y nos volvemos a hacer la pregunta ¿lo que nos espera, qué es?. ¿qué nos espera en Madrid?. La respuesta es muy sencilla: más de lo mismo. Existen aficionados indomables, pero la masa, más por indocumentada que por domada, aunque también, arrasan en los tendidos. Dejarán de verse vacíos los tendidos que hasta ahora se ven en Las Ventas y aparecerá esa masa de colorines y del colorín que los poblarán. Nadie les preguntará a esos “aficionados de feria” por qué no han venido días atrás, sino que los necesitarán para avalar sus tesis de que la Fiesta está en un gran momento. Entenderemos al empresario que quiere que le salgan las cuentas, pero no al empresario que debería ser tan aficionado como el que más.
El aficionado quiere que en el ruedo todo transcurra con autenticidad, allá penas si en el tendido hay unos cuantos miles que tienen su afición tan raquítica que no saben dónde están Las Ventas, salvo en el mes Mayo. Todo cuanto ha sucedido en Sevilla no lo deseamos en Madrid. No hay duda de que los triunfadores van a estar al mismo nivel que allí. Es una apuesta clara. El Cid y Victorino, afirmamos, entre otros, no van a defraudar. El toro de Palha, como es sabido habrá que esperar a Octubre para que venga, pero y todo lo demás... Pues que es seguro que también vendrá; triunfalismo a más no poder para satisfacer la necesidad de despojos que tienen esos espectadores de ocasión.
La diferencia, puede estar en donde debe: en el palco. Suponemos que habrán tomado debida nota los presidentes madrileños de lo sucedido en Sevilla días atrás. Solidarizarse con sus colegas de allí, no puede ser el mejor camino a elegir, ni siquiera sería bueno hacer todo lo contrario. Un consejo práctico podría ser la aplicación escrupulosa del reglamento y hacer ejercicio de la supuesta afición que se les supone. Con esos dos argumentos pueden salvar el decoro que la Fiesta necesita. La continuidad de la última semana de Sevilla, sería un suicidio en toda regla. Es más, si así se percibiera, todavía Madrid conserva una afición conspicua -que diría el recordado Vidal- que nos tememos, por ser menos dóciles y más combativos que los aficionados de Sevilla, pondría muy cuesta arriba la feria.
Soñamos con lo que nos espera. Y en esos sueños sólo caben toros íntegros y toreo auténtico. Mimbres, algunos hay en los carteles para que así sea. De las presidencias, mas que soñar creemos llegado el momento de exigirles que estén a la altura de los que se espera de ellos y, desgraciadamente, de esa masa que llenará la plaza en plan “ya hemos llegado nosotros con el güisqui en la mano y el pañuelo en el bolsillo” no esperamos nada que no sea el triunfalismo y el desvarío. Si el toro sale, si el torero está, la autoridad no se aflige y la afición está atenta, se podrá disfrutar. Y esa será una Fiesta auténtica para todos, incluidos los del pañuelo blanco y el clavel. Si eso no se cumple, solo quedará el vacío de la Fiesta y disfrutarán solamente los que por reírla, en vez de amarla, han hecho de ella, un espectáculo menor.