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Antolín Castro  
  España [ 31/07/2000 ]  
LA AUTORIDAD, NO EXISTE.

Con el título de “EL REGLAMENTO TAURINO”, publicaba hace unos días un artículo, en el que contaba las vicisitudes que había vivido junto a un amigo italiano, al que por su interés en conocer nuestra fiesta, terminé apodándole “Cossío”. La enseñanza que del mismo se extraía era saber si de verdad existe un reglamento taurino. Ante la catarata de hechos irregulares acontecidos en la plaza, no hablamos de cualquier plaza, de Las Ventas de Madrid, le surgió la pregunta: ¿Existe un Reglamento Taurino?. Fue tan contundente la denuncia de las irregularidades presenciadas, que abochornado, sólo supe contestar que me parecía una idea estupenda y que, además, era “una broma” que yo previamente le hubiera pormenorizado todo el orden y organización de las corridas de toros en torno a un reglamento. ¡A un extranjero, dándole esta explicación!.

Nuestros queridos lectores, habrán adivinado ya que el bochorno vivido fue de los que hacen época. También, su perspicacia habrá llegado a la misma conclusión que llegué yo: existir, pues existe el reglamento; otra cosa es que alguien se crea que se cumple o se hace cumplir. Y si es así, y todos lo sabemos, quién  y quienes son los culpables?.

Posiblemente, la plaza de Las Ventas, sea reconocida como la más exigente, no sólo con los toros y los toreros, sino también con el resto del desarrollo de la corrida de toros. Es más, yo diría que es fustigada su afición, de forma permanente e injusta, por parecer excesivas sus exigencias. Pues bien, no estábamos hablando de otra plaza del extrarradio o de cualesquiera otra provincia de España o del resto de los paises con implantación de las corridas de toros. ¡No!, pongamos que hablamos de Madrid. Llamada por muchos, casi todos, la Cátedra del toreo, pero exigida y reclamada su necesaria seriedad, sólo por unos pocos. Por cierto, a esos pocos, los han llegado a llamar terroristas –lo recordará bien quien hizo tal comentario, el ex Roberto Domínguez-. Como si no supiéramos todos que ser terroristas es imponer sus tesis y sus ideas, despreciando las de los demás, con modos violentos y de ventaja cobarde. De nada de ello practica la afición madrileña, ni imponen, –ni tan siquiera pueden- ni tienen ventajas, que sí tiene quien con un micrófono, sin capacidad de réplica, se dirige a millones de teleespectadores, pudiendo imponer sus tesis y aprovechando para descalificar a quienes no piensan como él. Pongamos, entonces, que hablamos de aficionados, no de reventadores y mucho menos terroristas. Sólo exigentes, si se quiere muy exigentes, en el cumplimiento del Reglamento, aunque sin que sus reclamaciones surtan el menor efecto.

Pues en esa plaza, surgió el bochorno. Si el destino hubiera querido que mi amigo italiano presenciara la corrida en otro cualquier coso, y da igual Toledo que Valdepeñas, así como plazas llamadas de primera como Valencia, mas que bochorno habría llegado a considerarlo esperpéntico. Pero mira por donde, sí existe el famoso reglamento. Bueno o malo, pero existe. Cabe pensar, seguramente, que sólo con su decidido cumplimiento daríamos un paso de gigante. Pero quién pone el cascabel al gato?. Dónde está esa autoridad, si es que existe, que vele por su cumplimiento?. Dónde esos profesionales que dignifiquen su profesión, su valía  y honestidad personal?. Para cuándo el trazar la raya del “hasta aquí hemos llegado”?. De verdad, hay profesionales que quieran cumplir el reglamento?. De verdad, queda algún empresario, apoderado, representante, ganadero, veedor y por supuesto, matadores, banderilleros y picadores que hagan bandera de la verdad, integridad y pureza de la fiesta y, como consecuencia de ello, el cumplimiento, sin ningún tipo de ventajas o frivolidad, del actual Reglamento Taurino?.

Convengamos que no, a salvo alguna honrosa excepción. Los intereses son demasiados como para que los profesionales no se amolden a todo aquello que pueda significar menor riesgo, menos esfuerzo, mayor comodidad, mayor ganancia. Sus representantes, que no se juegan la vida, pero sí los cuartos, prefieren también la gloria del amontonamiento del dinero, antes que la gloria y el orgullo de representar a un torero que asuma el dignísimo papel de ser íntegro para con su profesión y para con la historia.

A pesar de estar establecido contractualmente, -la compra de una entrada es un contrato-, con los espectadores, a estos se les hurta una fiesta auténtica, un toro íntegro y apto para la lidia, unos tercios definidos y estructurados para valorar y medir cuanto allí sucede; el respeto que como clientes se les debe, -posiblemente el cliente peor considerado de cualquier actividad, donde el desconocimiento de una gran mayoría abona el camino para darle bisutería en lugar de alta joyería como es El Toreo-. En resumen, ellos mismos se conforman con ser miembros activos de una fiesta menor, en lugar de  promover a más altas cotas de autenticidad la profesión más bonita del mundo. Sí, pero sin trampas. Las reglas del juego, que deberían proteger a todos, quedan en una anécdota, donde lo único que se hace cumplir a rajatabla, afecta al espectador: prohibido entrar sin localidad, su parte del contrato. La otra parte del contrato nadie la hace cumplir.

Si la afición, salvo raras excepciones, no es exigente y los profesionales, para cumplir estrictamente, se llaman andanas, sólo nos queda recurrir a un lugar: la Autoridad. Aquí nos encontramos con algo peor, su inexistencia. No podemos llamar autoridad a quienes no tienen una estructura y organización que vele por su formación permanente, a quienes les “toca” por turno o por sorteo acudir a presidir el festejo. Los Delegados del Gobierno, el Ministerio del Interior, los comisarios de policía, los alcaldes, etc., bastante tienen con ocuparse de otros menesteres, lo que hace un campo propicio y abonado para que campen a sus anchas todo tipo de interesados, desaprensivos, sinvergüenzas, y en muchos casos delincuentes, caso que se produce, por ejemplo, cuando se atenta contra la integridad de las reses de lidia, mutilándolas, siendo práctica perseguida, sin necesidad del reglamento taurino, por las leyes de protección a los animales.

Con una autoridad así no vamos a ningún lado. No sólo por que no cumple, de oficio, con su obligación de velar por todo lo reglamentado, sino también por no hacerlo a requerimiento de parte: la Afición. La “A” mayúscula queda otorgada a la Afición y la “a” minúscula, a la autoridad. Imaginen, por un solo instante, que los partidos de fútbol fueran arbitrados cada domingo por un comisario de policía a sorteo, o por el alcalde de la localidad. Como en tantas cosas, el mundo del fútbol nos da lecciones, sobre todo de ordenamiento y reglamentación. Existen árbitros, federaciones, comités de disciplina, que imparten justicia y penalizan a los infractores del reglamento, con la aceptación de todos sus componentes, sin que falte, como es lógico y natural, discrepancias, pero éstas deben siempre resolverse a través de los cauces establecidos, permaneciendo dentro de ese orden jerárquico todos los integrantes del mundo del fútbol.

Nunca he visto, y tampoco imaginado, jugar un partido de fútbol con un balón sin aire. Por desgracia, he presenciado muchas corridas con los toros desinflados. La autoridad, que debería hacer cumplir el reglamento, será por las fechas en que se suelen celebrar las corridas de toros o lo que sea, está ¡de vacaciones!. Como diría Napoleón, ”nada va bien en un sistema en el que las palabras contradicen a los hechos”.


Nota del autor.- Si algún lector me interpreta mal, pensando que por hacer esta reflexión, estoy atacando la Fiesta, una de las cosas que más quiero, me permito recordarle que ninguno dejamos de acudir a reclamar a la autoridad correspondiente, -la judicatura, la medicina, la policía, etc.-, cuando algún mal nos aqueja a nosotros o a lo que más queremos, nuestros hijos. Nuestra Fiesta está aquejada de varios males, y todos a mi juicio se resumen en uno: FALTA LA AUTORIDAD, que nos proteja a los aficionados y ponga orden. Y si tras ello, los profesionales no desean ese orden, además de “cantar la gallina”, no hay problema. Si no aceptan la Fiesta como debe de ser y no a su conveniencia, pues que se vayan a su casa.                                            

 
   
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