En el primer capítulo de su libro “Antimemorias”, el escritor francés André Malraux nos cuenta la historia de su abuelo, intelectual, amigo de Weber, Durkheim, Sorel Y Freud, que decidió quitarse la vida un día. La curiosidad de la anécdota reside en la conversación que el padre de Malraux tiene con el suyo la antevíspera de su muerte. Éste le pregunta: “Si pudieras elegir otra vida ¿cuál elegirías?”. A lo que el abuelo de Malraux responde, sin dudarlo, que volvería a elegir la suya. Como luego comenta en el mismo libro un observador en el momento del óbito “Es probable que un hombre siga profundamente apegado a sí mismo, aún cuando ya esté separado de la vida”.
Como ya ha quedado dicho, uno de los amigos del abuelo del escritor era Emile Durkheim, intelectual francés a quien muchos consideran el padre de la sociología. Supo crear las reglas del método sociológico y emprendió estudios innovadores de considerable importancia. Uno de ellos quedó reflejado en su libro “El suicidio”. En esa obra enfocó el acto de eliminar la propia vida como el efecto de una conexión entre individuo y sociedad, descartando un único componente individual o psicológico. Para Durkheim, la cohesión social depende de la integración y la regulación y ahí es donde el sociólogo establece la relación entre suicidio y el exceso o defecto de éstas. Desde este punto de vista social, Durkheim plantea tres causas o tres tipos de suicidio. El suicidio egoísta, que será mayor cuanto menor sea el grado de integración social del colectivo en el que viven los individuos. Un ejemplo: según los estudios del sociólogo, el suicidio se daba con menor frecuencia entre las personas con familia y en mayor en los solteros. El suicidio altruista aumenta o disminuye en función del grado de integración del individuo en el grupo social. Es el caso del soldado que muere en acto heroico. El suicidio anómico se basa en la debilitación de los vínculos colectivos y en la pérdida de las normas sociales preferentes. Es característico de épocas de crisis y de cambios sociales.
Un 8 de abril de 1962 moría en su finca sevillana el matador de toros Juan Belmonte. La edición actualizada del Cossío termina la narración de la vida y obra de Belmonte de la siguiente manera: “Dejo de existir, por propia voluntad, en su finca de Utrera (... ) muy pocos días antes de la fecha en la que hubiera cumplido los setenta años de edad”. Las crónicas dicen que Belmonte había realizado un día antes las labores camperas y que quizás al siguiente tuviera problemas para montarse en su caballo. Decidió que ese era el momento de utilizar el famoso revólver. Cuentan las plumas –y plumas autorizadas no faltaron alrededor del torero- que tenía la costumbre de jugar con él, haciéndolo girar sobre la mesa y comentando que ese le quitaría la vida un día. Belmonte sabía que si un toro no terminaba con su vida, sería él mismo quien lo hiciera.
¿Cómo llegó a influir el contexto social en la determinación de Juan Belmonte? No lo sabemos. La literatura al respecto sólo se ha interesado por el problema psicológico que supuso para el toreo descubrir el deterioro de sus facultades físicas. Hay algo de suicidio egoísta en ese comportamiento, pero también algo de suicidio anómico. La pérdida del papel referencial hace que la vida deje de tener sentido para algunos individuos.
Nunca he pensado en Belmonte únicamente como torero. De la lectura del famoso Chaves Nogales saco la conclusión de que Belmonte era algo así como un aventurero que vio en la aventura del toreo la posibilidad de dar rienda suelta a su caballo. Mas para el toreo resultó genial y él lo amó, lo cultivó y lo nutrió. Estoy convencido de que hubiera pasado lo mismo de ensayar el pasmo de Triana cualquier otro arte; habría sido genial también. (Hemingway dijo haber conocido, en su vida, a dos únicos genios. Uno era Albert Einstein, el otro Juan Belmonte). Él se topó con el toreo, que en su tiempo y en su sitio era lo más normal y aprendió, rápidamente, a diferenciar entre el oficio, que siempre será trabajo y el arte.
Desde el momento en que conocí el pasaje de Malraux me vino a la cabeza la figura del trianero. ¿Cuál hubiera sido la respuesta belmontina a la pregunta de Malraux padre? Sin duda, la misma que dio el abuelo. Porque para Belmonte, como para tantos otros en este país, el toreo fue ese tren que permitía el viaje a los paraísos soñados y la vida de Belmonte no fue sino el viaje al gran Parnaso del mundo. La aventura del toreo le permitió la de vivir. Al final del trayecto, Belmonte ya se encuentra separándose de la vida y profundamente apegado a sí mismo. Bajó del tren cuando él entendió que llegaba su parada, y llegue el resto del mundo a conclusiones Durkhenianas...