Traemos a cuento en esta feria, por primera vez, el refranero español como método de consuelo o enseñanza. No en vano, el refranero, es el guardián de la sabiduría popular y madre de todas las experiencias vividas. En los toros, harían falta, como mínimo, dos refraneros: uno por los antecedentes y otro por lo que son capaces de inventarse los taurinos permanentemente.
Lo hemos traído a colación, ya que esa es la primera sensación vivida en estos primeros días. Traducido a lo ya visto, sería así: más vale sangre santacolomeña, que cientos de sangres juampedras. Los lectores, avezados, sabrán situarse de inmediato. Otros menos avezados, pero más educados, deberían estar atentos a cuanto en estos días se ha escrito y dicho; retenerlo, compararlo con lo que se dirá y escribirá y, después, sacar las conclusiones debidas.
Sí señor, la sangre de santa coloma ha inundado el albero de Las Ventas en estos primeros compases de la feria. No es ninguna novedad. Lo sabe la afición, lo saben, también, los taurinos -pero hacen dejación de tal conocimiento, o lo utilizan en su sentido contrario-, pero a pesar de ello, ha supuesto grata y agradable sorpresa, máxime cuando se espera que la ruina de ganado a lidiar sea una constante. Así lo prevén los resultados de las ferias precedentes, si bien es verdad -la máxima verdad de la fiesta- que los toros lidiados carecen de esta sangre, pues llevan sólo la de horchata. La toman en Fallas, tierra del famoso líquido, y la llevan de feria en feria, de fiesta en fiesta. No es de extrañar que, a los que componen el carrusel, les llamen feriantes. Básicamente, por lo de la horchata.
A los que nos preocupa la tricentenaria fiesta, nos ha sabido a gloria. El disfrute de los aficionados ha tenido la correspondencia debida en el comportamiento de las reses lidiadas; se ha podido ver la suerte de varas en plenitud y si bien no se ha llegado al éxtasis, la culpa es de la falta de costumbre, así como del valor y la autenticidad de la que no hacen gala los varilargueros. La fiesta en plenitud, eso es lo vivido en la plaza con la presencia de Guitarrero de la ganadería de Hernández Pla, a quien se le premió con la vuelta al ruedo. Los resultados artísticos obtenidos, ya es harina de otro costal. A las buenas maneras toreras de El Cid, le siguieron unas nefastas formas de utilizar los aceros, lo que sin duda hará que él tenga que recordarlo como el día del acero inolvidable.
Para sus compañeros de terna, el olvido de la afición es el mejor perdón a su falta de recursos para ponerse delante del TORO, con mayúsculas. La decadente presencia del toro de la horchata, ha hecho de los matadores actuales unos incompetentes cuando se trata de lidiar toros auténticos. Llegado al extremo que se ha llegado, los llamados toreros actuales, no están preparados para la lidia de toros en plenitud: defensas, poder, casta y sangre. Si tienen intactas las astas, así también sus fuerzas, su origen no admite sospecha, etc.; ese toro es un gran desconocido y, dada su incapacidad para enfrentarse a él, en consecuencia “no sirve”. ¿Cabe mayor cursilería para indicar y justificar si su oponente ha colaborado a la realización de la faena?. Ni que necesitaran chachas para el servicio doméstico. El toro es un animal que se opone, durante su lidia, con todos sus atributos, no domesticados en ninguna dirección.
En la novillada de La Quinta, nuevamente se ha podido ver en plenitud la sangre de los toros bravos y la incapacidad de unos novilleros para aprovecharlos; a salvo Javier Valverde, pero a nuestro juicio debió de entregarse más. El primer novillo, extraordinario, puso a prueba el toreo moderno que, ejecutado por Martín Quintana con todos los vicios actuales -pico, pierna retrasada, carreritas, etc.- malhumoró a los aficionados que, naturalmente, tomaron partido por el gran novillo. Todavía se estará preguntando la razón de la falta de calado en el público. Quise saberlo yo también y nada mejor que, llegado a casa, visionar esos momentos y encontrar la explicación en los comentaristas televisivos. Muy sencillo, para ellos, no ha transmitido al público, que eso o es o no es. No crean que hubo alguna mención al pico y resto de defectos modernos del chaval. Es más, micrófono en mano el tal Aguado -le va perfecto el apellido al sentido que tiene de la fiesta- le consoló diciéndole que hubiera cortado orejas en cualquier plaza, pero que en Madrid es muy extrema la exigencia; éste del gran novillo y de las ventajas, como los otros, nada. El público, el de Madrid fundamentalmente, son los culpables de todos los males de la fiesta.
Llegados a este punto, algunos lectores se preguntarán cuál era el peso de Guitarrero: 521 Kg.; o lo que es igual, el elefante que quiere Madrid. ¿Pero todavía hay alguien que pueda creerse las mentiras que llevan difundiendo tantos años?. También se preguntarán cuántos toros devueltos por culpa de los canallas esos de los pañuelos verdes: ninguno, pues no se caen. Sepan, -lo vamos a repetir- que en Madrid solo tienen problemas los golfos, ya sean toreros o ganaderos; entendiéndose por golfos todos aquellos que pretenden dar gato por liebre -seguimos con los refranes-. Si la fiesta transcurre con autenticidad, habrá consideración para la resolución de los problemas que los toreros tengan que enfrentar ante las reses, admiración por cuanto de bello hagan, satisfacción por los triunfos de toros y de toreros y cuanto de beneplácito supone corresponder a los protagonistas, devolviéndoles con importantes triunfos los méritos cosechados con autenticidad en el ruedo. Todo lo demás, lo que les vienen contando y les cuentan, eso, un cuento chino.
Para empezar la feria, los toros han vestido las tres tardes de cárdeno y oro, vestimenta que se augura cerrará la feria también en sus tres últimas tardes. Pudiera ser el color de la verdad, ya que el negro, más que un color, es el panorama que asola a la cabaña de bravo, si bien dicha cabaña se viste de luto por la manipulación y los intereses de los que tendrían que ser responsables de que los colores no pudieran ser la causa del diferente juego que dan en las plazas. De momento, los cárdenos no se caen, soportan la lidia y dan en su transcurrir la emoción que, a partir de ahora -ojalá nos equivocáramos- echaremos en falta. Llega la horchata y la culpa será de los aficionados que piden muchos kilos. Al tiempo. Por todo lo expuesto, decíamos al principio: Más vale corrida vivida, que muchas de las que quedan por ver.
“Joaquín Vidal, no te olvidamos”, así rezaba una pancarta que colgaba del balconcillo de la andanada del ocho en el comienzo de feria. A ella nos sumamos gustosos y solidarios como aficionados. Además, por si fuera poco, añadiremos el compromiso con cuanto escribamos. Joaquín Vidal y cada uno de los lectores aficionados, merecen -al menos en esto- el respeto debido.