Luego del último informe estadístico de visitantes a la Web Opinión y Toros, he podido comprobar que la afición peruana, específicamente la limeña, esta muy deteriorada.

Cuarenta años atrás, cuando Lima tenía 1’300,000 habitantes, se abarrotaba la plaza de Acho, diseñada para acoger 13,000 espectadores. Hoy, con 8’000,000 de habitantes, en la misma plaza, escasamente se logra cubrir el 50% de sus tendidos, donde los aficionados ni siquiera constituyen mayoría.

Si, en el ámbito cuantitativo, esto es preocupante, en el cualitativo, aún lo es más: El limeño de nuestros días, con honrosas y escasas excepciones, no es aficionado a tiempo completo. Es aficionado “de feria”. Cuando esta llega, se cala la boina, coge su bota de vino, separa sus puros y se va a la plaza escuchando pasodobles en el radio de su coche. Ya en el coso, toma nota de los pesos, capas y edad de los toros a lidiarse que aparecen en la pizarra de entrada -como si de algo le pudiera servir, que no sea para comprobar que no se ajustan a la realidad que ha de ver en el ruedo; charla con los amigos y, si se le presenta la ocasión, ofrece declaraciones a la televisión -“si no apareces en televisión no existes”-. Pasada la temporada del Señor de los Milagros, congela su afición, la encapsula y desaparece hasta la próxima. ¿Qué hace durante todo ese tiempo? No se sabe. ¿Lee las Web, revistas o libros taurinos? ¿Se interesa por lo que ocurre en la fiesta en otras latitudes? ¿Conversa de toros? De acuerdo con las estadísticas a las que he tenido acceso, parece que no. Eso lo convierte en aficionado “part time” a medio tiempo, de media caña, de zapato con taco bajo. En pocas palabras: Un aficionado “pichiruche”. ¡Vaya decepción!

Debo reconocer públicamente que estuve equivocado cuando afirmé -en cuanto foro y medio de difusión tuve a mi alcance- que la afición de Lima era indestructible, pues si se había forjado a lo largo de 200 años teniendo como maestros a las máximas figuras de la tauromaquia, que sin excepción pisaron el albero de Acho, razonaba que serían necesarios otros 200 años para destruirla. Me equivoqué. Jamás pensé que la miserable administración de las empresas empeñadas en ganar dinero sacrificando la calidad del espectáculo, produciría daño tan manifiesto en el aficionado limeño que reaccionó según aquello de: “sólo una vez capan al gato” y se alejó de los tendidos, para orientar su atención en actividades menos frustrantes. Es un caso de cuantiosa baja, pues el buen aficionado que se va, no se va sólo; con él se alejan sus amigos, hijos y nietos. Aunque su afición no muere, pues la continúa en charlas y anécdotas que comparte con sus descendientes y contertulios, lo natural es que acabe alejándose de todo lo que es información taurina –como el diabético de las pastelerías- para evitar que, la nostalgia por los momentos inolvidables que disfrutó en la plaza, le haga más daño. Quizá se animará a ver las corridas televisadas pero, al escuchar los equivocados –cuando no interesados- comentarios de quienes desafortunadamente tienen a su cargo la narración, optará por suprimir el audio pensando: “hice bien en retirarme de la fiesta”,

Con relación a las personas que leen  páginas taurinas en la Web, el Perú ocupa el penúltimo lugar de los países taurófilos del mundo y por debajo de muchos otros que, aún cuando no tienen actividad taurina, lo superan en número de visitantes. Los países en los que los cibernautas han demostrado mayor interés por el mundo de los toros son, en orden decreciente: España, México, USA, Uruguay, Colombia, Francia, Venezuela y Portugal. Perú ocupa un magro noveno lugar.

¿Qué fue lo que pasó con en aficionado peruano? En mi opinión: le faltaron agallas para pelear y defender su fiesta. Se dejó estar. No se involucró. Pensó “ya habrá quien se encargue de ello”. No contestó las interrogantes que desde páginas taurinas independientes como OyT le plantearon para hacerlo reaccionar. Pues no reaccionó. Se le dio opción de hablar, tampoco habló. Se le dio opción de opinar, jamás opinó. En muchos de mis artículos denuncio los vicios de nuestra fiesta pero el aficionado peruano no se pronuncia ni a favor ni en contra. “No sabe, no opina”. Indiferencia total. Me halaga que lectores de otros países comenten mis artículos comparándolos con sus propias realidades pero me desilusiona que tan sólo un puñado de compatriotas se interesen por plantear alternativas para solucionar el agudo problema de afición que sufrimos en el Perú, sobre todo en Lima, otrora la mejor de América, que hoy se encuentra gravemente herida y necesita el bálsamo milagroso que la cure. Tal es el espectáculo seriamente montado, en el cual el toro íntegro -con edad, cuajo y pitones- se enfrente a las máximas figuras del momento. Nada más y… nada menos. De los amantes de la fiesta depende el exigirlo permanentemente, sin bajar la guardia; es cuestión de agallas. Sólo así Acho podrá recuperar el prestigio perdido para volver a resplandecer como en sus mejores momentos.

Parafraseando el aforismo “Cada país tiene el gobernante que se merece”, podríamos sentenciar: “Cada aficionado tiene la fiesta que se merece”. Dramática frase en verdad, pero de un valor indiscutible.