Era una noche del día 1 de abril del 2005 en que, Rafael Álvarez “El Brujo” volvía a IBI (Alicante) para, una vez más, mostrarnos su arte mediante la palabra y, en su caso concreto, con un monólogo de altura. Si difícil resulta interpretar a un personaje determinado, sin lugar a dudas, el monólogo, en la escena, no deja de ser el arte más inmaculado puesto que, aquello de decir y convencer en la soledad de la noche, no es tarea sencilla y, como en esta ocasión, “El Brujo”, una vez más, cautivaba al personal.
Quiénes amamos el arte de doña María Guerrero, obviamente, conocíamos la trayectoria de Rafael Álvarez “El Brujo”. Sin embargo, para la mayoría, este genial actor capaz de interpretarse a si mismo, es conocido como el simpático limpiabotas de la serie Juncal, papel extraordinario que, junto a Paco Rabal, “El Brujo”, lograba un éxito sin precedentes. Pero Rafael Álvarez era mucho más que aquel limpiabotas creativo e ingenioso que, a diario, hacía las delicias de Juncal.
Innumerables los personajes que, a lo largo de sus primeros veinticinco años en escena, -como él los denomina- les ha dado vida; especialmente a los clásicos. Ciertamente, como en IBI demostrara, “El Brujo” es un actor excepcional. Convengamos que, en su representación “Una noche con El Brujo”, el artista andaluz homenajea a los clásicos de la literatura, tales como Quevedo, Fray Luís de León, Santa Teresa y Cervantes, pasando, eso sí, por los pasajes más divertidos que en su vida han sido, recordando, a su vez, las vivencias familiares más íntimas que, con su palabra y sus gestos, lograron emocionar al personal que abarrotaba la sala.
Es cierto que, como alguien dijera, a “El Brujo”, además de oírle, hay que mirarle. Es verdad. Sus gestos, sus metáforas en tono bajito, sus críticas mordaces y su sola presencia en el escenario, logran emocionar al espectador puesto que, además de su arte, Rafael Álvarez cuenta con la complacencia y complicidad del público que, expectante y apasionado, le vitorea sin cesar en distintas partes de su representación. Entre el mimo y la palabra, “El Brujo”, como un juglar y vagabundo con frac, establece un diálogo entre él y el público que, mientras unos ríen, -los de abajo- el de arriba se siente feliz de haber logrado la perfecta comunión entre el actor y los espectadores.
Como “El Brujo” dijera, no queramos hacer puentes en las nubes que, lo tenemos clarito. La vida y sus quimeras es la que debe de apasionarnos y convencernos de que, a veces, los grandes placeres de nuestra existencia, los tenemos a nuestro lado y no somos capaces de adivinarlos y, mucho menos, de saborearlos. Toda una lección, como digo, la de este hombre genial que, en la grandeza de su monólogo, abogaba por las causas más justas del mundo; en ocasiones a modo de metáfora, cuando hablaba de los políticos y, ajustándose a la más bendita realidad, cuando recordaba a sus padres queridos y, ante todo, a la gran lección de ellos recibida.
“El Brujo” me recordaba a Facundo Cabral en distintos momentos de su actuación. Tanto el uno como el otro, al argentino y al español, sobre los escenarios, les une lo más importante de todo aquel que sube a un escenario; la comunicación entre el público. Facundo y Rafael, a su manera, van tomando lecciones, justamente de aquello que dice la gente y, lo engrosan en sus vivencias que, a la postre, no son otras que las vividas y sentidas que, en su momento, les dan vida sobre un escenario. Sentida la actuación de Rafael Álvarez “El Brujo” que, entre los clásicos, su ingenio, sus vivencias y su arte, logró que todos pasáramos una noche inolvidable, sencillamente, una noche con “El Brujo”.