El pasado viernes 18 de marzo, en la corrida televisada desde Valencia, España, pude apreciar con satisfacción que un buen tutor, como ha demostrado ser José Arroyo “Joselito”, puede obrar favorables cambios en un torero como César Jiménez.
Independientemente de las dos orejas que cortó al primero de su lote -con las que algunos aficionados pueden no estar de acuerdo- estuvo en torero toda la tarde y logró dos faenas importantes, sobre todo la primera rematada con una excelente estocada. Su personalidad, elegante y serena, creó un halo de solemnidad alrededor de todo aquello que hizo en el ruedo y donde el arte y valor se combinaron en la proporción adecuada para estructurar la unidad de la lidia, de principio a fin. Es un toreo distinto al chabacano y ramplón que tenemos que soportar tan a menudo a toreros pega pases, cortados con la misma tijera. Personalidad, esa es la diferencia. La tiene el torero y la tiene el tutor. Una no es consecuencia de la otra y es bueno que así sea. El propio “Joselito”, en declaración que brindó a la prensa mientras su torero paseaba las dos orejas de su primer toro, dijo que el éxito se debía a un trabajo constante de entrenamiento y que su labor como asesor es descubrir y sacar a la luz el torero que está dentro de su pupilo. Esa actitud es la mejor que puede tener quien, siendo un buen torero, como lo es, habrá de ayudar a César Jiménez a desplegarar su tauromaquia con sello propio.
A estas alturas, amigo lector, se estará preguntando ¿a qué se debe el entusiasmo de este cronista? A eso voy. La historia comienza en el 2002 año en el que César Jiménez, recién alternativado, debutó en Acho derrochando personalidad, empaque, buenas maneras, valor y pundonor. Conquistó Lima y se alzó con el máximo trofeo de la feria dejándonos el deseo de volverlo a ver, con más experiencia, el año siguiente en el que habría de venir convertido en figura o en camino a serlo. No fue así. Regresó sí, pero totalmente diferente: amanerado, apático, acartonado. Lamentable deformación de aquel torero que nos entusiasmara el año anterior. Una pena. Llegué a pensar que el torero en ciernes se había echado a perder y aún cuando en los años posteriores toreara muchas corridas y cortara muchas orejas –como efectivamente lo hizo- no despertaría en mi el deseo de volverlo a ver en Acho. Hasta el pasado viernes, en el que lo encontré renacido, cual ave Fénix. Me alegro de ello.
No se si con lo expresado es suficiente para justificar mi entusiasmo. Quien no lo crea así puede ahondar en los detalles de esta larga historia, de ilusión y decepción, en los fragmentos de mis crónicas de las seis corridas en las que participó Cesar Jiménez en Acho durante los años mencionados, que me he permitido glosar a continuación. De usted depende su lectura, que le ha de tomar algún tiempo y que, espero, no le resulte tan pesada ni aburrida como para que la abandone a mitad de camino.
TEMPORADA 2002 (La ilusión)
Domingo 24 de noviembre
TERCERA CORRIDA DE ABONO
César Jiménez. Con tan sólo 18 años, es un torero que posee calidades para llegar a ser figura del toreo. Tiene cerebro, corazón, coraje y sentimiento que transmite a los tendidos. Se gusta toreando. Supo aguantar a pie firme la embestida defectuosa de los astados sin descomponer la figura. Tiene defectos -como aquel de abrazarse al costillar del toro- que, confío, el tiempo y un buen asesor le ayudaran a eliminar.
En su primero gran faena y las orejas habría cortado si no hubiera fallado con el estoque. Todo quedó en una vuelta al ruedo. A su segundo, con menos clase, le hizo faena porfiada que terminó cambiando estocada por cornada. Entró a matar a ley y se llevó gran paliza del toro herido. Mientras lo atendían en la enfermería, el toro moría sin puntilla. Descangayado y con todos los signos de la golpiza reapareció en el ruedo para recibir del alguacilillo las dos orejas con las que un público emotivo y un presidente generoso premiaron, según parece, no sólo la gran faena y estocada a su segundo sino el arte y finura con el que bordó a su primero. Así son los toros. Cuando un torero nos produce emoción y despierta el sentimiento estético dormido, se premia aquello que destaca en medio de la mediocridad que nos agobia.
Domingo 1 de diciembre
CUARTA CORRIDA DE ABONO
César Jiménez. Arrasa con los premios. Se llevó el Chalán de Plata en la corrida de la Beneficencia y ahora, en la cuarta de abono, el trofeo de la Prensa. Tiene este niño torero un ángel guardián que lo cuida y mima, no de otra forma se explica lo que viene ocurriendo en la temporada limeña. Los toros hacen por él y lo cogen aparatosamente pero el joven diestro sale indemne y realiza faenas portentosas. Su juventud me impresiona. ¡Tiene tanto camino por recorrer! Que no lo desanimen los toros, para poderlo disfrutar mucho tiempo.
En la corrida del domingo, el ángel guardián que lo acompaña se hizo presente muy temprano en el sorteo y el lote que le tocó fue el mejor del encierro. Su primer toro, cuyo comportamiento inicial hacía avizorar que iba a servir en la muleta, se quebró un cuerno al estrellarse contra un burladero y el matador tuvo que abreviar. ¡Lástima!
El que cerró plaza fue un toro de San Mateo con 510 kilos, de nombre Fundador. Cárdeno, bien armado, aplaudido de salida. Envistió con clase y fijeza al capote de Jiménez quien le ejecutó bellísimas y ceñidas verónicas, a pies juntos y manos bajas, jaleadas por el público. De pronto, los olés se convirtieron en un grito de angustia. El torero cogido por el toro fue zarandeado durante inacabables segundos en los que el madrileño, encunado, se abrazaba a los cuernos del animal que, luego de soltarlo y hacerlo rodar por la arena, lo volvió a enganchar por la chaquetilla propinándole una golpiza terrible, de la que salió conmocionado. Sus compañeros se apresuraron en llevarlo en brazos a la enfermería pero se deshizo de ellos antes de entrar al burladero. Sin mirarse siquiera, cogió el capote y despaciosamente, como si nada hubiera ocurrido, fue al toro y le instrumentó apretadas chicuelinas que hicieron delirar al respetable. El quite fue por faroles invertidos, lo que elevó aun más el entusiasmo en los tendidos. La faena de muleta la inició de rodillas, con derechazos mandones serenos y templados, rematados, de pie, con una preciosa trincherilla. Suena la música que da el marco adecuado a la faena a un gran toro que tuvo algo poco común en nuestros días: transmisión, condición esta que, cuando se da, permite que la labor del torero se luzca a plenitud. Las series fueron largas, por ambos pitones, con la figura relajada, mandando, templando y cargando la suerte en cada muletazo. El toro es pronto, bravo y encastado, embiste con fijeza, con la boca cerrada, sin resabios, pero no exento de peligro. Concluye su labor con valientes chicuelinas de rodillas, un desplante pinturero y una gran estocada. El toro, herido de muerte, se resiste a doblar, cómo lo hacen los bravos. Mereció una vuelta al ruedo pero sólo fue aplaudido en el arrastre. En mi opinión fue superior a Bienvenido al que sí se dio la vuelta al ruedo en la segunda corrida. Dos orejas para el matador y nueva salida a hombros. El público estaba eufórico. De pie en los tendidos, no se cansaba de aplaudir al joven torero que con arte y valor forjó una faena para el recuerdo.
Domingo 8 de diciembre
QUINTA CORRIDA DE ABONO
(Mano a mano entre El Fandi y César Jiménez).
SEGUNDO TORO
Jiménez, con los pies muy quietos, dibuja tres bellas verónicas relajadas y acompasadas. Desde el centro del ruedo, lo cita con la voz y le instrumenta apretadas chicuelinas. El público se entusiasma. El toro toma bien un puyazo y en el quite más chicuelinas combinadas con tafalleras. Inicia su faena de muleta de rodillas, en un palmo de terreno. Logra cinco muletazos antes de ser cogido por el toro que se lo echa a los lomos pegándole una cornada en la cara interior del muslo derecho. Se lo llevan a la enfermería de la cual regresa a los pocos minutos, pálido, con un torniquete en la pierna. ¡Casta de torero! El toro es buscón y corto. No hay posibilidad de lucimiento y los muletazos son uno a uno. Media estocada y dos descabellos acaban con el toro que fue pitado en el arrastre. Palmas al matador mientras va camino a la enfermería.
QUINTO TORO
(El Fandi había matado el tercer y cuarto toro) Reaparece César Jiménez luego de haber sido atendido por los médicos de una cornada corrida de doce centímetros que no comprometió músculos. Según nos enteramos más tarde, el matador pidió a los médicos no le pusieran mucha anestesia para poder salir a matar sus toros. En los primeros lances se le ve desconfiado y no se acopla con su enemigo. En la muleta la faena va a más. El toro es difícil. Distraído, embiste con la cara alta y calamochea en cada pase. Jiménez demuestra tener una técnica depurada con la que logra corregir, en parte, la mala embestida del burel logrando algunos buenos muletazos. Mata de pinchazo y estocada. Pitos al toro. Palmas al matador.
SEXTO TORO
De nombre Escondido, burraco y con 527 kilos de peso, fue el que cerró la corrida y la feria. Engatillado de cuerna salió al ruedo atento al movimiento de los capotes, buscando pelea. Acude al llamado de Jiménez quien, luego de fijarlo, con el compás abierto, le instrumenta tres verónicas muy a su estilo: lentas, tersas, con las manos bajas, rematada con una media de pintura. Lo lleva al caballo por chicuelinas y César Caro le receta un fuerte puyazo en el que el toro pelea bravamente. Ya con la muleta, lo cita de rodillas a más de quince metros de distancia. Embarcado en la pañosa, sin enmendarse, logra una espectacular y larguísima serie de siete derechazos, templados, ligados y mandones, que remata de pié, con una preciosa trincherilla. Suena la música y el diestro, muy relajado, se recrea toreando en series por ambos pitones que hacen delirar al público. Para entrar a matar pone al toro en la suerte contraria, sin prisa, marcando los tiempos y recreándose en la suerte, cobra una estupenda estocada en todo lo alto -para este cronista, la estocada de la temporada-. Dos orejas para el matador y vuelta al ruedo al bravo y noble toro.
Así terminó la feria, con una gran corrida que nos permitió ver, en una sola tarde, cosas importantes: Un buen encierro que nos hace avizorar tiempos mejores para la ganadería nacional; dos de las mejores faenas realizadas en Acho el presente año, entre las que se cuenta la que permitió ganar a César Jiménez el Escapulario de Oro y al toro Escondido el de Plata; el mejor par de banderillas de todos los colocados por El Fandi; y la mejor estocada de la feria con la que César Jiménez cerró el ferial.
TEMPORADA 2003 (La decepción)
Domingo 23 de noviembre
TERCERA CORRIDA DE ABONO
(César Jiménez en solitario con ganado de Roberto Puga)
“Estocada a la fiesta en Perú” La frase no me pertenece, es de Mariano Aguirre, presidente de la Real Federación Taurina de España, pronunciada luego de finalizada la tercera corrida de abono en Acho. Frase corta pero contundente. Refleja el sentir del aficionado limeño que el domingo pasado vio sus ilusiones frustradas. El encierro mal presentado por el ganadero empresario Roberto Puga estuvo más cerca de lo que corresponde a una novillada que a una corrida de toros. Con excepción del sexto, que se distinguió por su codicia y temperamento, los otros cinco sin trapío ni pitones fueron muy jóvenes, sosos, nobles, flojos y tontos, sin un ápice de transmisión llegaron a la faena de muleta con la boca abierta. Ninguno, ni siquiera el sexto, recibió más de un puyazo. En su primer toro vimos a un César Jiménez acartonado y desganado que aprovechó la buena y tonta embestida del burel para darle series de derechazos cortos, sin cargar la suerte, sin sabor ni hondura. Mata de una desprendida y la ayuda de sus peones de confianza que le hacen la ruleta. El presidente “Orejuelas” le concede una oreja que nadie pidió. La cosa no mejoró en su segundo que termina rajándose. Lo mata de estocada atravesada y siete descabellos. En el tercero son rescatables los derechazos de rodillas luego de lo cual el bicho se apaga. Una estocada entera perdiendo la muleta, otra vez los peones con la ruleta y cuatro descabellos terminan con el burel. Si hasta ese momento una parte del público había venido protestado la poca presencia del ganado de Puga, cuando apareció el cuarto, un burraco impresentable, la protesta fue generalizada y la bronca descomunal. El presidente aguantó estoicamente los gritos de ¡Otro juez! ¡Otro juez! y ordenó la salida de los picadores. De allí en adelante la corrida se descompone. Jiménez la pasa muy mal cuando le gritan ¡Novillero! lo que podría haberse evitado si su representante hubiera rechazando tan insignificante bicho, haciendo valer aquello que su poderdante es matador de toros y no un novillero. Con el quinto la situación no mejora y el descontento continúa.
Al salir el sexto la cosa cambia. La codicia del toro que sale a comerse los capotes y la decisión del torero que lo recibe con verónicas con el compás abierto, transmiten emoción a los tendidos. Es otro el toro; otro el torero; otro el público. Un puyazo de Coloma y el presidente cambia de tercio. Jiménez no deja irse al picador y para lucir al toro lo pone nuevamente en suerte, a 10 metros de distancia, para que lo “pique” con el regatón. El resultado no es positivo: El toro se lo piensa y da unos pasitos adelante pero no se arranca. Coloma lo llama. Nada. Coloma insiste, el toro avanza otro poco. Los segundos pasan. Coloma le adelanta el caballo y ¡al fin! el toro va. Contrariamente a la intención del matador, todo esto sólo sirvió para que al aficionado comprendiera, muy claramente, que una cosa es codicia y temperamento, que este toro si tenía, y otra, muy diferente, la bravura que le faltó. Se refugió en tablas luego de banderillas. Allí fue Jiménez con la muleta y desde lejos lo cita de rodillas. El toro se hace el desentendido. Jiménez insiste sin resultado. Tiene que andar un largo trecho de rodillas para provocar la envestida. Son ocho los derechazos que le enjarreta en esa difícil posición y el público ya está con él. La faena va a más. Reaparece en el ruedo el Jiménez que el público quería ver y éste puso todo de su parte para que el triunfo, que se avizoraba, no se le escapase de las manos. Tandas de derechazos y estupendos naturales mandones, largos, templados y ligados, rematados impecablemente con el de pecho. El toro tiene buena embestida. Se vuelca en una gran estocada pero perdiendo la muleta y le conceden dos orejas. En un arranque de entusiasmo, muy natural en él, el presidente saca pañuelo azul ordenando para el toro una vuelta al ruedo que nadie, con excepción del ganadero empresario, habría pensado en pedir. Los peones españoles, El Chano y El Poli, quienes en su momento comandaron la ejecución de las ruedas de peones a los toros heridos, no tuvieron ningún pudor ni vergüenza en ser ellos mismos quienes pasearan a hombros a su matador. ¿Y el presidente? Bien gracias. Debería quedarse en casa y no volver al palco nunca más. El daño que ha hecho a la fiesta es irreparable.
Como se puede apreciar, aquello que el empresario calificó como “un bello gesto” de Jiménez y que los periodistas adulones lo elevaron a calidad de “gesta”, no pasó de ser una burda morisqueta, melladora del ánimo del aficionado limeño que, de seguro, se sintió burlado y estafado.
Domingo 30 de noviembre
CUARTA CORRIDA DE ABONO
César Jiménez. No es el mismo torero entregado que conocimos el año pasado. Limita su esfuerzo a un solo toro y así no llegará a figura del toreo por muchas corridas que toree al año. En su primero estuvo desganado y se “alivió” toreando con el pico de la muleta. Desde el tendido le gritan: ¡Ese pico! Pega un respingo y se corrige. Soso el toro. Soso el torero. Lo mata de un bajonazo. Pitos al toro y al torero.
Con más ganas en su segundo, empieza la faena de rodillas, luego series de derechazos con un toro que se raja y se va a tablas. En los esfuerzos por retenerlo, sufre un espectacular volteretazo y otro peor al entrar a matar, del cual sale descalabrado y con la taleguilla rota. Luce terrible. Mata de estocada y descabello. Recibe palmas y pasa a la enfermería.
Domingo 7 de diciembre
QUINTA CORRIDA DE ABONO
César Jiménez. Aquel que el año pasado con cerebro corazón y coraje, se entregó en cuerpo y alma en cada una de sus presentaciones, vino esta vez muy diferente. Con aires de figura, que no es, acartonado y amanerado en el gesto, ha mezquinado su esfuerzo de acuerdo a las posibilidades de trofeo en cada toro. Anduvo más preocupado de torearse al público poco avisado, que al toro que tenía delante. Ventajista, abusó del pico de la muleta y buscó “el rinconcito de Ordóñez”, cuando no los bajos, al momento de matar. Dramatizó los efectos de los revolcones para provocar la conmiseración del público y del presidente de plaza, siempre dispuesto a regalar una segunda oreja. Con los dos toros de esta corrida nos dio más de lo mismo y ha sumado diez de los treinta toros lidiados en toda la temporada. En verdad, creo, hemos tenido bastante Jiménez para un par de años. Quizá en ese tiempo madure y con el cambio de actitud logre convertirse en figura antes que vuelva a torear en Acho.
EPÍLOGO:
Es curioso, las dos frases finales de mi última crónica referida al torero materia de esta crónica resultaron premonitorias: han pasado dos años y el nuevo César Jiménez crea nuevamente una esperanza y no dudo que sería bien recibido nuevamente en Acho.
No quiero terminar esta nota sin mencionar que, de la corrida televisada que comento, me gustaron el segundo y sexto toro. Este último creó emoción en el ruedo y desbordó a su matador Matías Tejela. Por otra parte, me preocupa que en Valencia, al igual que en la México, la rueda de peones al toro herido sea permitido. Los comentaristas españoles si bien no la elogian, como aquel de la México, tampoco la censuran como debería ser su obligación.
Finalmente, a usted amigo lector que ha llegado hasta aquí, mi agradecimiento. Es usted un recalcitrante y estoico aficionado. Enhorabuena.