Si tomamos como referencia las dos últimas corridas de la feria de Valencia, pronto encontraremos la tremenda diferencia que existe entre el toro de verdad, el de Victorino y, el burro amorfo, caso de los ejemplares de Juan Pedro Domecq, el que dice tener toros artistas. Mientras Juan Pedro fracasaba en toda regla, Victorino, sin ser la corrida de su vida, se alzaba triunfador indiscutible del ciclo fallero.
El sábado pudimos ver a ese sabio de la torería que es Enrique Ponce, triunfando con los toros de Juan Pedro. Ponce le pega pases a una farola y, encima, le quedan bonitos; el problema es dárselos a un toro bravo. Ciertamente, con los burros inválidos de Juan Pedro, este Ponce, es una maravilla; se inventa las faenas y, mérito, si tiene. Pero la fiesta del medio toro, sin casta, sospechosísimo de pitones y sin fuerzas, eso ni es fiesta ni es nada; si acaso una burda parodia de lo que puede ser la gran fiesta de los toros. Y fue con este “material” donde triunfaba Ponce. Con estos mismos toros, una vez más, quedaba inédito Manzanares hijo y se buscaba la ruina de por vida Juan Ávila que tomaba la alternativa. En honor a la verdad, en los últimos quince años, han sido varios los que han tomado la alternativa en Valencia con las máximas figuras y los mejores toros y, en dicha acción, se cavaban su propia tumba.
Y cerraba ciclo Victorino Martín que, justamente, al día siguiente de haber terminado dicha feria, aceptaba el reto de acudir a Valencia con las fallas quemadas; es decir, al rescoldo de lo que pudiera quedar que, como se comprobó, sus toros, tuvieron la suficiente fuerza para llenar la plaza y, acto seguido, para ser la corrida de la feria. Se televisaba la corrida pero, las cámaras no impidieron que Victorino Martín llenara la plaza, éxito grande que, sólo los toros de verdad pueden llevar a cabo.
¿Qué tienen los toros de Victorino Martín, por ejemplo, que no tengan los toros de Juan Pedro? Ante todo, Victorino, trajo a Valencia una corrida fibrosa, bien armada, en puntas, con movilidad y, por encima de todo, con esa sensación de peligro grande que, por supuesto, he hacen diferente al resto de los demás toros; incluso, como se demostró, dicha diferencia, queda marcada mucho más si comparamos a los toros de Victorino con los burros de Juan Pedro. Luego, en honor a la verdad, la corrida de Victorino no resultó ser lo exitosa que todos hubiéramos querido; pero ninguno aburrió. Los hubo con casta, deslucidos, con fiereza y, alguno que otro, muy bravo para la muleta, de forma concreta el lote de Luís Miguel Encabo que, por su disposición, cayó de pié en Valencia. Luís Miguel pudo haber cortado tres orejas peor, la espada, le jugó una mala pasada y sólo cortó una. Pero ahí quedó su torería, su disposición de torero válido, su verdad y su gesto hermoso por jugarse la vida de forma tan gallarda. Convengamos que, su primero, resultó ser el toro más bravo de la tarde; pero dentro de todo, hay que resaltar que, con toda seguridad, sus embestidas, podían reventarle el corazón a Encabo; pero él solventó todo con oficio, con torería y con esas ganas enormes de querer ser. Se quedó entreabierta la puerta grande, pero no es menos cierto que, las puertas de Valencia, se las ha dejado abiertas de par en par para volver con aires de triunfador. Tarde completísima la de Encabo que, hasta con las banderillas estuvo digno, dignísimo y acertado; incluso con el capote dibujó lances bellísimos, chicuelinas hermosas y todo un repertorio que, con la figuras, nunca vemos nada con el capote.
Luís Francisco Esplá estuvo correctísimo toda la tarde. Pechó con el lote más “esaborío” y saldó el compromiso con ese oficio de lidiador y torero que, con estos toros, da gusto verle frente a la cara de sus enemigos.
Antonio Ferrera estuvo espectacular con las banderillas, voluntarioso con el capote y, si me apuran, heroico con la muleta. Sus dos toros sacaron muchas complicaciones y, darle pases, era todo una proeza que, el muchacho, sabedor de su momento, no dudó en jugarse la vida como nunca. No cabían florituras, pero si tenía Ferrera el deseo inmenso de complacer a los aficionados y, no regateó esfuerzo alguno. Faenas de torero macho, frente a unos toros que pedían el carnet de torero, valga la expresión. Se le ovacionó con fuerza y su cartel quedó en lo más alto.
Todos los toreros participaron en los tercios de banderillas y, sin ser el tercio más espectacular del mundo, cumplieron con decoro, con dignidad y con verdad. Ciertamente, frente a estos toros, todo lo que se les haga viene a estar rociado por la verdad y, sin lugar a dudas, éste es el primer fundamento de la fiesta.
Como he explicado, esta es la diferencia entre el toro de verdad y el medio toro sin pitones que todo el mundo pudo ver el sábado en Valencia con los toros de Juan Pedro. Victorino Martín, una vez más, arrasó; pero lo hizo solo marcando la tremenda diferencia entre sus toros con los de sus compañeros. Victorino era la verdad y, Juan Pedro, la más burda mentira. ¿Se puede explicar mejor?