Decías, Paola amiga, que yo podía dar una explicación en torno a la fiesta de los toros y, como sabes, sólo soy un aprendiz de tantas cosas de la vida, siendo, los toros, una de mis asignaturas pendientes. Me gustaría explicar cuando, como sabes, lucho por aprender. Y es que, en esto de los toros, nos encontramos con todo tipo de gentes; primero con los que ansían conocer la fiesta puesto que la desconocen para, más tarde, encontrarnos con los recalcitrantes defensores de los animales que, dudo mucho que, jamás se paren en entender la belleza y la singularidad de esta fiesta tan ancestral como romántica. Para todos, de mi parte, mi respeto. No soy nadie para juzgar, y menos, a un ser humano que, sus razones tendrán, no quieren entender esta fiesta y, menos, contemplar, dentro de la misma, su manifestación artística.
Me gustaría razonar para quienes me quieran escuchar, la estética y plástica de la fiesta taurina. Aunque, lo reconozco, mi problema es que, en los toros, me adentro mucho más de la estética de este espectáculo y, quiero, pretendo llegar a otros confines, algo que, en el fondo, me hace desdichado. La fiesta, vista así, por “ensimita” como dirían los argentinos, es bellísima. Sólo, ya de por sí los prolegómenos de las corridas son innegablemente hermosos. La fastuosidad del traje de luces, el paseíllo, los miedos precedentes al festejo y, por encima de todo, la expectación por parte de los aficionados que, todos, estamos expectantes en poder ver la obra soñada.
Se van a enfrentar un toro y un torero; el hombre y la fiera. El toro, como se presupone, por la fuerza bruta, puede ganarle al hombre. El torero, por su parte, con arte y destreza, tiene la obligación de ganarle al toro. Es una lucha hermosa. El toro, previamente, antes de llegar a la plaza, ha vivido cinco años como un rey. Es cierto que, habitualmente, a Dios gracias, es el toro el que muere cada tarde. Pero la grandeza de esta fiesta estriba en que, de vez en cuando, el toro, actúa como tal y, rasga las carnes de los toreros, recordándonos que, él también cuenta; hasta el punto de que, muchos han sido los toreros que, por las astas de los toros, han entregado su alma a Dios.
Difícilmente, a los que piensan que maltratamos a un animal, raramente les podremos explicar nuestras razones. Pienso que, la fiesta taurina, tan bella como odiada, al paso de los años, ha podido con modas, modismos, gustos, maneras, pasiones encontradas y gentes que nos desprecian por nuestra actitud a favor de una fiesta apasionada como son los toros. Hablan, nuestros enemigos, de que la fiesta es sangrienta. Ciertamente, la sangre, la del toro – y en ocasiones la del torero- hace acto de presencia. Pero es parte de la liturgia. El problema es que la sangre de los toros la hacemos pública en las corridas, cuando, como se sabe, la sangre de miles de animales, muertos en mataderos, no escandaliza a nadie; ni aportan gloria, por supuesto. No me sirve que las gentes se rasguen las vestiduras por aquello de defender a los animales y, cierren los ojos antes las tragedias de la propia humanidad en lo que a los seres humanos se refiere. Yo veo, en los toros, como explico, la total manifestación artística de que hablo. Por mi parte, si tuviera que matar, no mataría ni al más indefenso pajarito. Soy, por encima de todo, un defensor de la vida, ante todo, de las vidas de tantos seres humanos que, millones de ellos, mueren de hambre, por la propia desnutrición, por la barbarie del terror y por otras miles de circunstancias que, todas, rociadas de drama, me dejan extenuado en mi alma.
Echo la vista hacia atrás y, me subyuga que tantos hombres y mujeres de este planeta, de los que tantas lecciones hemos aprendido, y todos eran – muchos lo siguen siendo- aficionados cabales a nuestra fiesta taurina, esa fiesta que supimos exportar a los entrañables países hispanoamericanos y de la que tanto disfrutan aquellas benditas gentes. Es la emoción del hombre por dominar la fiera y, como en el caso que nos ocupa, ver el motivo de creatividad artística, algo que nos hace felices por completo. Es bien cierto que, el arte, en ocasiones, no es entendido por todos. Muchas gentes, el Guernica de Picasso, todavía no lo han logrado entender. ¿Tenía la culpa el genio de Málaga? De ninguna manera. Él expresó su arte, el que sentía, sin pedirle a nadie que le entenderían o le odiaran: lo pintó, se manifestó en su alma y, ahí acabó su cometido. En los toros, ocurre otro tanto de lo mismo. El torero intenta crear la obra bella; unos lo entenderán y, los otros, se quedarán impávidos. Pero la obra una vez creada, quedará “esculpida” dentro de los ruedos para deleite de los afortunados receptores de tan bello mensaje. Goya, remontándonos en el tiempo, pintó su “Tauromaquia” tan particular, su obra inmortal que, como todas las suyas, vivirá eternamente. Y podría dar millones de ejemplos de gentes que, habiendo sido todo en la vida, les apasionaba la fiesta taurina.
Respecto a los aficionados a los toros y a los oponentes a esta bella fiesta, nos separa una sola diferencia: nosotros respetamos a todos los que no son capaces de entender nuestro mensaje mientras que, ellos, los detractores, nos miran con malos ojos. Seguramente, dentro de cada aficionado a los toros, a Dios gracias, se esconde un humanista ejemplar. Podría dar miles de pruebas.