Todavía, como puedo comprobar, la sociedad actual, ostenta un ingente número de personas que, desposeídos por el consumismo y la vorágine de la publicidad que nos aplasta, han sabido sucumbir ante estas situaciones que, como una corriente maldita, arrastra a las gentes al precipicio. Me refiero a todos eso que, todavía, son capaces de darle todo a cambio de nada. Muchos hombres y mujeres de este planeta me han subyugado por sus acciones y, de ellos, lo confieso, me he llevado mis más grandes lecciones.
La vida, como se sabe, es una permanente lección que, una vez aprendida, te lleva por senderos hermosos. Desdichado será todo aquel que, en el devenir de los días, en el paso de los años, no sea capaz de comprender las bellezas de la vida y, ante todo, de saber discernir, a la hora de la elección, en los amigos verdaderos y, caso de no lograr ser amigos de todos aquellos a los que admiras, cuando menos, secundarles en sus acciones. La lección, de hecho memorable, lo podemos recibir de la persona más insospechada; a veces, del ser más humilde que podamos soñar. En mi paso por este mundo, dichoso de mí, he conocido gentes maravillosas que, todas, sin distinción, me han enseñado el sendero bello por donde caminar sin agobios y, a su vez, con la altivez que siente mi corazón al contemplar todo lo bueno que la vida me reporta.
En ocasiones, cuando con ojos estupefactos, compruebo la grandeza de tantos seres buenos que, desposeídos de vanidades y rociados de humildad, se dedican en ayudar a sus homónimos desde distintos frentes, es cuando pienso que merece la pena vivir la vida. No todo son fatuos ni alharacas en el seno de esta bendita familia que, en su conjunto, le llamamos humanidad; familia repleta de imperfecciones, nada es más cierto puesto que, de lo contrario, no existirían las guerras y demás catástrofes propiciadas por los humanos que, como se sabe, tanto daño hacen a la propia sociedad. Me subyuga, entre otros valores, comprobar como personas muy jóvenes, mujeres y hombres, apartados de las “litronas”, consagran su tiempo en aras de los demás, como pueda ser acudir a hospitales y prestarles ayuda a quienes la necesitan.
Podría, ahora mismo, enumerar a todo el colectivo hermoso de gentes conocidas que, todos, sin distinción, lograron cambiar el curso de mi vida. Me quedo con la idea de sus nombres y, al omitirlos, a todos, les entrego mi gratitud puesto que, de hacerlo, podría caer en el burdo error del olvido y, olvidar es dejar de amar y, a todos los que me ayudaron y me enseñaron, a nadie he dejado de amar. Para todos ellos escribo; ¿para quién si no? Por tanto, de ellos, los que me enseñan cada día, mi gratitud y respeto y, por encima de todo, mi admiración más sincera puesto que, sus acciones, las que tanto me cautivan, intento, por todos los medios, llevarlas a la práctica en la humilde medida de mis posibilidades.
Es, como antes decía, el todo por la nada. Todavía quedan gentes, más de las que nos imaginamos que, en esta sociedad mercantilizada, globalizada y estereotipada por los devenires del consumismo, existen personas que, como tú, son capaces de pensar en los demás.