Era la corrida que anunciábamos como la del arte que, ayer, tuvo lugar en la plaza de toros de Monóvar, en Alicante. Con una entrada que rozaba el lleno, se corrieron toros de Alcurrucén para Manzanares padre que tuvo división y oreja; Javier Conde, oreja y oreja y Manzanares hijo, cuatro orejas y un rabo.
Vista la corrida bajo la perspectiva de donde nos encontrábamos, es decir, en un pueblo de España, la verdad es que resultó emocionante. Los toros, qué duda cabe, eran los propios para un festejo de este tipo y, prácticamente, casi todo salió acorde con los pensado. Manzanares padre, con aires de maestro, no quiso complicarse la vida con el primer toro que, gazapón y parado, no le prestaba ayuda alguna para el lucimiento y, el maestro, tras probarlo, acabó con él de un espadazo. En el cuarto, con más aire y acometividad en la muleta, Manzanares esgrimió los pasajes más bellos de su torería y, en una faena concreta, sin más pases que los que tenía el toro, explicó las auténticas razones de su vuelta a los ruedos, las cuales, las estamos festejando los aficionados. Una estocada en el rincón dio paso a la concesión de una oreja que paseó con triunfo y apoteosis.
Javier Conde llevó a cabo dos faenas de corte similar en las que, en ambas, los retazos de su creatividad, fueron una constante. Si en su primero nos obsequiaba con cuatro verónicas hermosas, luego, con la muleta, especialmente por el lado derecho, ofrecía esos atisbos de calidad que le han hecho diferente al resto de la torería andante. Estuvo con enormes ganas, con inusitada decisión; es verdad que, en sus dos faenas, perdía tiempo a raudales con esa preparación de las suertes que, si a la hora de la verdad, tras tanto preámbulo, no son como la gente imagina, ahí viene el desencanto, algo que tuvo que sufrir el referido Conde. Luego, en la medida de sus posibilidades, lo intentaba arreglar pero, en esta ocasión, la gente se quedó con ganas. Hubo voluntad, deseos, ganas……. Pero sin que le visitara la musa llamada magia y, todo quedó en bellos intentos. Mató con prontitud a sus enemigos y, cortó una oreja de cada uno de ellos; más a la voluntad que a la creatividad.
Y, en honor a la verdad, Manzanares hijo, al fin, se hizo el ánimo y se puso a torear como Dios manda. Si su primera faena resultó vibrante y emotiva, más que nada porque nadie daba un euro por el toro y, al final, el muchacho, acabó toreando con todas las de la ley y, al acabar con una estocada en todo lo alto, le dieron las dos orejas. Cierto es que, la gran faena, vendría en el sexto toro al que entendió de maravilla. Las series, en una y otra mano, se sucedían en cadena y, con una pureza exquisita, el chaval, por fin, demostró que tiene el toreo metido en la cabeza y, a poco que quiera, puede ser un torero importantísimo, como en realidad resultó ser en esta tarde para él inolvidable. Quiso y pudo, esa fue la razón de su éxito. No importaba el lugar; pero sí el torrente creativo que el torero estaba llevando a cabo. Tuvo el toro colaborador y, el resultado no pudo ser más apoteósico; dos orejas y rabo. No es que me quiten el sueño los trofeos conseguidos, pero si me impactó su toreo creativo y bello. Nos recordaba a su padre y, el mismo, testigo de tal bello logro por parte de su hijo, lloraba de emoción al ver que, su “retoño”, además de superarle, está en el camino para las grandes faenas.