Se nos están marchando los mejores, se nos van quienes
levantaron este país, y se marchan como vivieron, en silencio y con ese
carácter de sufridores que les forjó su juventud y su infancia. Eran sufridores
entonces y, de igual modo, sufridores ahora, se nos están yendo en tropel. Son
los hijos de la guerra.
Aquella guerra que marcó a España y que otros quieren
resucitarla de forma deliberada porque les apasiona encontrar buenos y malos
constantemente. Sin embargo, se están marchando en silencio y ninguno deja un
epitafio póstumo diciendo si era rojo o azul. Quizá sea esa la buena señal para
tanto gobernante obsesionado con eso de los colores. Ellos, fueran del bando
que fueran, en la mayoría de los casos por azar, pelearon, dieron lo mejor de cada
uno, para que España resucitara de aquella pandemia nacional.
Pasado tanto tiempo, quiero, debemos, reconocerles el
sacrificio que hicieron y han hecho hasta el último minuto. Aquí si que se
puede decir que ‘desarmados los ejércitos españoles’ entregan su vida
ante Dios, ya que ante los hombres solo supieron darnos ejemplo de concordia y
dignidad. Todo cuanto tenemos, y de lo que disfrutamos, se lo debemos a su
abnegada y callada lucha y a su voluntad de trabajo para dotarnos de una España
mejor.
Da pena pensar, no se puede entender, que otros quieran
dividirnos otra vez. Estos hijos de la guerra, con su clarísimo ejemplo, nos
están mostrando el camino. El mejor periodo vivido en España ha sido el que
ellos protagonizaron, donde la máxima expresión fue la reconciliación que
validó nuestra Constitución.
Ahora, unos impostados gobernantes, que abominan de todo lo
que hemos sido en estos últimos tiempos, nada de nuestra convivencia de tantos
años les parece bien, quieren volver a España como si fuera un calcetín. Qué
lejos están de saber cuál es el camino correcto. Miles de esos nuestros mejores
compatriotas se lo han dicho con su sacrificio y sufrido silencio. A ellos, los
gobernantes, esta pandemia les ha dado la oportunidad de pelear por la España
que dicen gobernar. El resultado no puede ser peor, nefasto.
Alcanzar el pódium mundial de fallecidos por habitante, por
mucho que lo enmascaren, no puede hacerles sentirse orgullosos. España ya ha
sido la primera en el mundo por muchas cosas, pero serlo ahora, además de
doloroso, demuestra la incompetencia de nuestros dirigentes.
Otro detalle, nada menor, es que nuestros mejores soldados,
los que han tenido que ir al frente, a esos se les olvidó dotarles de las armas
necesarias, por no tener no tenían ni una mala bata que parara las balas. Por
eso, constituyen otro récord mundial. Nadie en el mundo tiene más sanitarios ‘heridos’.
Y piden que nos sintamos orgullosos de esa su casi nula gestión.
Si aquellos eran los hijos de la guerra, éstos son hijos de
la gorra. Hijos a los que se les ha dado un mundo, una España, que les ha salido
de gorra. No saben ni siquiera cuánto cuesta ganarse un euro con el sudor de su
frente, todo cuanto tienen es un regalo que les llegó donado por quienes les
antecedieron, los llamados hijos de la guerra. Esos a los que han dejado
abandonados en sus casas y en sus residencias. El pago a cuanto tienen los de
la gorra, ha sido despojarles a los de la guerra de lo poco que ya les quedaba,
la vida, la dignidad y el orgullo de ser españoles. A algunos de los de la
gorra hasta les da grima pronunciar el nombre de España.
La sociedad está en deuda con cuantos se nos han ido de los
hijos de la guerra, pero no tenemos ninguna deuda para con los de la gorra. ¿Serán
tan cafres como para defraudarles esa ilusión mantenida hasta su último
aliento?