Es una tendencia natural del ser humano aquella de sentir que, de alguna manera, todo tiempo pasado fue mejor. Esto se aplica con especial énfasis en el aficionado taurino que, siempre está recordando aquellas corridas de sus tiempos mozos, aquellas faenas vistas en su juventud y, casi diría con seguridad, recordándolas mejores de lo que realmente fueron.
Y, pude que sea esta tendencia la que impida a ciertos aficionados, el gozar de lo que ve en la plaza, esa tendencia de llegar a la plaza con los ojos puestos en el pasado, en ese supuesto, tiempo mejor.
La Fiesta, como todo lo que envuelve al ser humano, ha sufrido transformaciones, no se torea hoy, como en los tiempos de Pepe Hillo o Paquiro y, el enfoque que se tenía en las corridas por los años de Pedro Romero no era el mismo que tuvo en su día Manolete. La Fiesta ha cambiado, se ha acoplado a los giros de la humanidad, quizá el problema principal sea que, ciertos aficionados no han sabido evolucionar a la par de la fiesta y por eso, la ven con los ojos del ayer.
Tan es cierto que la Fiesta en lo vital, en lo realmente gravitante no ha cambiado que, si leemos, por ejemplo la Tauromaquia de Francisco Montes, encontramos que en esos años se exigía, al toro y al torero lo mismo que exigimos hoy.
Hoy el público exige del toreo, valentía, conocimiento y verdad, verdad a la hora de torear, sea cual sea su particular manera de hacer y sentir el toreo, el público exige veracidad y, he aquí lo que Paquiro decía que eran, los requisitos indispensables del buen torero: “Las condiciones indispensables al torero son: valor, ligereza y perfecto conocimiento de su profesión”. Lejos de lo que pueda pensarse, al hablar de ligereza no habla de movimiento de pies, porque asegura que moverse de un lado a otro “es un gran defecto y distintivo del mal torero”.
Del toro se espera hoy en día; bravura, nobleza, fuerza, edad y trapío y, dice Francisco Montes sobre el toro, lo siguiente: “Los requisitos que deben buscarse en un toro para lidiarlo son; la casta, la edad, las libras, el pelo el que esté sano y nunca lo hayan toreado.
Visto queda pues que, la esencia, lo medular; sigue siendo lo mismo, lo que hoy se pide del toro y el torero es lo que se ha pedido de ellos, por siglos. Lo importante en el momento es, asistir a las corridas con los ojos de la ilusión y la mente vacía de prejuicios y ante todo de recuerdos, de aquellos recuerdos que a fuerza de paladearlos, terminamos por ver mejores de lo que fueron, ante todo porque los vemos con los ojos del ayer.
Acoplémonos a los ligeros cambios que los siglos han introducido en la Fiesta, pero, recordemos siempre que se ha mantenido porque, desde que nació hasta estos días, se exige la misma verdad, la misma autenticidad; sin importar que ciertos adornos sean hoy distintos de los de ayer.
¡A gozar la temporada española con los ojos de la ilusión!