Llegados a este punto de la semana uno ya no sabe de qué hablar, tantas y tan interesantes han sido las noticias que en ella han surgido. Por un lado el asunto de la lengua azul, que amenaza con echar abajo una buena parte de la temporada y muy seriamente ferias como Madrid o Pamplona, en las que los toros se guardan en corrales que no son los de la plaza. Por otro, el trato al que Simón Casas y Enrique Patón han llegado con la empresa Balañá para gestionar la plaza de toros de Barcelona. Esto sucederá, si Dios quiere, el año que viene ya que los futuros gestores no se arriesgan a tamaña aventura con la enfermedad de la lengua azul por detrás. También nos ha sorprendido el monumental cabreo que han cogido empresarios y revisteros por el veto que Francia ha hecho a los ganaderos Palha y Juan Pedro Domecq, acusados de retocar sus productos. Y por último, la posible reaparición en los ruedos del maestro José Ortega Cano, dispuesto a volver si su mujer se recupera de su convalecencia. Nos situaríamos así ante la segunda reaparición de Ortega Cano, un torero digno de admiración e incluso de devoción.
Siempre pensé que la primera reaparición de Ortega Cano se debía a no encontrarse él en su ambiente normal, al vivir en un mundo que no le pertenecía y en el que se sentía extraño. Hasta el momento de su boda, Ortega Cano había sido un hombre sencillo, un torero constante, anónimo para todos aquellos que no conocían la fiesta brava; poco amigo del jaleo y de la fama. Su boda con Rocio Jurado le convertía en todo lo contrario y hacía salir a la luz, si no su intimidad, sí la de los suyos, que para el caso es lo mismo. Se veía rodeado de una serie de gente que trabaja haciendo pública la vida de los demás, que adula o critica en función de aspectos muy distintos a los profesionales. Por primera vez era noticia por su vida privada. La popularidad que alcanzó el diestro tras su boda con la Jurado fue tal que muchos profanos llegaron a pensar que su éxito en los ruedos venía ligado a la figura de ella, que él no había sido nadie en el toreo. Había que hablarles entonces de aquellas tardes de Lunes de Resaca en la Maestranza, lidiando con los Pedradas de la familia Guardiola, año tras año. Contarles de sus duras andanzas en el mundo taurino, cuando después de múltiples tardes anunciado en Madrid se vio obligado a frecuentar las plazas portátiles de los pueblos, lidiando corridas nada agradables. Cornadas de esas malas, de las que te tienen en cama la intemerata y te hacen plantearte el fin de tu carrera, no faltaron. Fueron tiempos muy malos, muy duros y Ortega se aferraba al toreo con la afición necesaria para no claudicar, para llegar a ser uno de los grandes. En estas andaba cuando mi buen amigo Gabi le anunció en Zarauz, en portátil, con una corrida de Albaserrada, y fue aquí donde se creció Ortega Cano y tiró de nuevo palante. Lo mejor es que él siempre habla de aquel toro de Zarauz y de lo importante que fue para sacarle del hoyo y devolverle la confianza en si mismo.
En Granada vi torear a Ortega Cano de una manera excepcional: en su primero le dijeron de todo y las referencias a algún político con el que lo relacionaban no eran nada agradables. En aquella corrida reinó la polémica porque Julio Aparicio hijo le había formado un lío de escándalo a un toro de Ana Romero y la presidencia no había concedido las dos orejas que todos pedíamos. La plaza se convirtió en una olla express a punto de explotar y el griterío continuaba cuando Ortega Cano se dispuso a lidiar al cuarto de la tarde. El triunfo hasta el momento, con orejas o sin ellas, había sido de Aparicio y a Ortega Cano le quedaba torear bajo una bronca intensa al presidente, que no tenía visos de parar, pero que lo hizo en su capote. Dirigió la brega como maestro que es, cuidó hasta el último detalle y aquello terminó en la apoteosis, el acabóse, el novamás. Y los aficionados que ya no cabíamos en nuestros asientos, nerviosos, locos, rompiéndonos las manos a aplausos porque lo de aquel día no se podía creer y tampoco se podía aguantar. Ortega, el Jaro y el resto de la cuadrilla se besaban en el burladero, bajo la lluvia de éxito y nadie osó entonces nombrar a Borrell o relacionar los besos con yo qué sé… Ese día, en Granada, salimos de la plaza toreando y horas más tarde, en el ferial, seguíamos toreando y al día siguiente, con la resaca y todo, entramos en el tendido toreando. Y decían los que habían estado que fue faena superior a la del año pasado, cuando indultó a Marquitos, también de Ana Romero. Yo me había aficionado hacía poco tiempo y era el primer abono que compraba en mi vida; muchos años después comprendí que aquel día me había tocado la lotería.
Fíjense ustedes en las ganaderías de las que estamos hablando: Pedradas, Ana Romero, Albaserrada… y todas con corte, con ángel y duende. La ignorancia es atrevida y por eso algunos han llegado a decir que el éxito se lo debe a Rocio Jurado.
Tiempo después, Curro se había ya marchado como dijo que lo haría, en silencio, sin avisar, sin temporadas de despedida, sin ruido, en maestro y entonces Ortega volvió. No faltó quien dijera que venía a coger el sitio del de Camas, que era buen momento para los entraditos en años; yo sigo convencido que venía a escapar de su casa, que no se acostumbraba a las características de su nuevo hogar. Flaco favor fue el que le hizo en aquella reaparición la prensa del corazón, a la que ahora pertenecía. Le seguían de plaza en plaza y no dudaban en publicar a los cuatro vientos sus fracasos, llegándolo a convertir en torero monigote, lo que nunca fue ni ha sido.
Ahora dice Ortega que vuelve y yo no soy quien para meterme en la vida de nadie y mucho menos en la de un maestro. Sin embargo, con todo el respeto del mundo y si ustedes me lo permiten, yo le diría a Ortega Cano: ¨Maestro, no vuelva usted a los ruedos como torero. Porque si segundas partes nunca fueron buenas, imagine las terceras… Lo que tenía usted que decir en el arte de la tauromaquia está ya dicho, y escrito. Ha sido usted muy grande. Disfrute de su faceta de ganadero y deleítenos con esos Pedradas, que le han gustado tanto como para elegirlos como encaste en su casa. Siempre si a usted le parece¨.
Para Gabi