Pobre tauromaquia. Siempre en el ojo del huracán. Siempre pendiente de gente que la utiliza en función de sus propios intereses. Un comodín en manos de políticos, agitadores sociales, aprovechados del momento, cobardes de varias capas, inútiles con iniciativa, ambiciosos en busca de una causa. La tauromaquia va, y ha ido a lo largo de la historia, de mano en mano en pos de falsos profetas que han hecho bandera de ella, ya para destruirla, ya para defenderla. Se han apropiado de ella los que la han querido abolir, y también lo han hecho quienes han querido apoyarla. En total: políticos, revolucionarios low cost, profesionales, aficionados que solo lo son el día del Santo Patrón, cínicos, con carnet y anónimos, divulgadores sociales. La tauromaquia, dicen algunos, no es cultura. Pero llevamos más de tres siglos debatiendo sobre este tema, a favor y en contra. Si nos fijáramos un poco más en lo que significa la cultura, que nada tiene que ver con haber leído a Cervantes, nos daríamos cuenta de la terrible gilipollez que es afirmar eso.
El último ladrón de la tauromaquia ha sido Vox. Se aprovecha de ella como un símbolo, se la apropia, le da categoría política y lo que es peor, le da color político que es, precisamente, lo último que necesita la fiesta hoy en día. Estos de Vox, si de verdad quieren defender la tauromaquia deberían haber empezado por un análisis histórico, social y político de la misma. Deberían haberse dado cuenta de que hay una gran mayoría de contrarios a ella que precisamente la aborrecen por las connotaciones que le dio el régimen. Hay demasiado indocumentado que llega a pensar que el término Fiesta nacional fue acuñado por Franco. Ahora solo nos falta que venga a defendernos un partido que se escora hacia el mismo lado que quien subyugó al país durante un buen puñado de años.
De lo dicho, no debe entenderse que Vox actúe con mala intención hacia la fiesta. Pero si se observa en esa defensa un cierto oportunismo. Es posible que ni Dragó, que es un aficionado de profundis, o Morante, que es un oficiante pero no un representante legítimado, o German Tech, a quien se le puede ver en los tendidos de algunas plazas, se hayan dado cuenta de lo que significa relacionar a la tauromaquia con una ideología política, y menos con una de ese tipo. La tauromaquia como un todo no tiene color, es como decir que el Estado español es de derechas o de izquierdas, una locura sin sentido y generada por el desconocimiento.
Yo no quiero que Vox defienda a la tauromaquia. No quiero que la defienda el PP, o el PSOE, o el Podemos. No quiero que la tauromaquia forme parte de un programa electoral. No quiero que a modo de aquellos fariseos que invadían el templo, lleguen los políticos a invadir la liturgia. ¿Cómo actuarán estos nuevos fariseos oportunistas cuando observen que dentro de esa liturgia que ahora forma parte de su programa electoral hay anarquistas, nacionalistas, rojos de hoz y martillo, republicanos, ateos, protestantes, homosexuales, lesbianas, antipatriotas, gente de varias razas y colores y un largo etcétera de perfiles? Hay también, desde luego, patriotas, amigos de los viejos tiempos, católicos, oradores del Valle de los Caídos, beatas, curas y alguno que fue monaguillo de joven… La tauromaquia es un crisol, en ella caben todos y por origen, no tiene color y eso es algo que hay que hacer entender a la gente. Formar parte de programas electorales como éste no ayuda demasiado.
El problema es que hemos llegado a tal situación de vulnerabilidad que pensamos que es necesario que venga un ‘caudillo’ a redimirnos y que tenemos que agarrarnos al primer clavo que nos ofrezcan. Qué pena de la tauromaquia, a dónde hemos llegado. Los que dicen defender al toro, quieren exterminarlo, los que dicen defender la tauromaquia de forma profesional, lo desnaturaliza, los que quieren defender la fiesta desde la política la quieren posicionar en un extremo, lo que pertenecen al otro la critican por dogma de ideología. Pobre fiesta.
Se me dirá que de la misma forma que existen programas electorales que abogan por abolir la tauromaquia, debe haber otros programas que la defiendan. Yo no soy de esa idea. Pero si hubiera de ser una cuestión necesaria, nunca debe aceptarse formar parte del extremo. Tras politizarla, ya poco mal podremos hacerle después pues ya estará todo hecho. De la politización a la debacle habrá un paso muy corto.