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  España [ 15/11/2018 ]  
DAVID SILVETI, MÉXICO

Pocos toreros como David Silveti dejarán una huella tan imborrable entre los aficionados como lo consiguiera el diestro de Guanajuato que, tras quince años desde su desaparición, todavía se le recuerda en el mundo entero.


Las personalísima forma de interpretar el natural; era Silveti

Aquellas sus dos últimas actuaciones en el ruedo capitalino en los albores de 2003 en México, es decir, en El Embudo de Insurgentes, quedaron grabadas para siempre en las retinas y en el corazón de los aficionados mexicanos y, gracias a la TV en la de todos los amantes de la fiesta de los toros que nos cupo la dicha de ver para admirar a un torero genial como pocos.

Tres lustros sin su presencia apenas han supuesto nada para lo mucho que David Silveti nos entregó puesto que, pasado este tiempo, tanto en México como en cualquier parte del mundo se le recuerda con inusitado cariño. ¿Cómo era David Silveti en calidad de torero? Sencillamente genial, no cabía otra definición, algo que demostró muchísimas veces, de forma muy concreta en las dos últimas actuaciones que tuvo en su existencia en la fecha antes citada pero que, como dije, dejaron un recuerdo imborrable.


David Silveti en una tarde aclamada

Silveti, como artista, era el mejor; lo demostró hasta cuando no tenía arrestos físicos para enfrentarse a los toros puesto que, su toreo se basaba en sus manos porque las piernas no le respondían; era un loco cuerdo que, amante como nadie de la profesión que tenía jamás desfalleció para seguir dándole vida al arte por el que vivió y, sin duda, por el que murió.

Y digo que murió porque ante el estereotipo de la gente mucho me temo que a muchos les costaría entender que Silveti acabara de motu propio con su vida. Por el contrario, los que supimos leer en el corazón del diestro guanajuatense comprendimos en el acto su actitud, la propia de todo artista que sabe que no puede desarrollar el arte por el que vivió y por el que tanto batalló. ¿Qué sentido tenía la vida para Silveti cuando éste luchó durante años para poder seguir ejerciendo de torero y de repente le dicen que no podrá torear nunca más? Un tiro de pistola fue la respuesta a la pregunta antes formulada.


La particular forma de interpretar el toreo de David Silveti

Silveti era un artista incompleto; lo digo porque su cruz no era otra que la espada, algo que muy pocas veces logró rematar con dignidad y eficacia; digamos que, sus grandes faenas casi siempre eran emborronadas por la espada que, como era lógico, le privó de triunfos grandísimos, de forma muy concreta en las tardes antes citadas con las que se despedía del mundo; dos tardes que, como dice la filmografía, ahí han quedado esculpidas para los anales de la historia; ni falta que le hizo acertar con la espada puesto que, la rotundidad de su arte fue tal que, todo se le perdonó; todavía sigue vibrando el Embudo de Insurgentes al recordar aquella efemérides.

Fueron años de lucha, intervenciones quirúrgicas por doquier, rehabilitaciones que duraban años, todo por lograr volver a torear; nadie en el mundo logró superar un calvario tan grande con la sola ilusión de volver a enfundarse el traje de luces, algo que David Silveti consiguió con desmedido anhelo. Si con tanto agravante como tuvo que soportar como ser humano, pese a todo, llegó a ser el más grande de México, por algo le bautizaron como El Rey David, un apelativo que le venía como anillo al dedo.


La dinastía Silveti, la más longeva de México

Si su cruz física, la de las lesiones que padeció, eran horribles, no menos lo eran sus fallos con la espada que, como dije, le privaron de triunfos apoteósicos que otros toreros no hubieran podido ni siquiera soñar; es decir, a cualquier torero, con aquellos borrones con la tizona le hubieran abroncado con saña mientras que, Silveti, gracias a su magia, era tremendamente respetado porque la gente le perdonó hasta que no matara a los toros, la prueba no fue otra que, en su última tarde, con treinta y seis intentos para matar a sus dos toros, pese a semejante “fracaso” los aficionados le sacaron por la puerta grande. Sus errores con la espada eran mayúsculos, pero su arte era irrepetible, de ahí la inmortalidad que ha logrado y, lo que es mejor, la leyenda que adorna su recuerdo imborrable.

 
   
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