Se habla últimamente mucho de la falta de involucración que hay en el taurinismo hacia aquellos aspectos de la tauromaquia que no generen dinero. Esto se ha visto sobre todo en aquellos actos académicos que en diferentes lugares se han celebrado, ya en forma de congresos, de simposiums o de conferencias con cierto tono intelectual. Por allí no aparece un solo taurino. Lo que es más, tampoco aparecen los periodistas taurinos. El aspecto cultural de la fiesta, ese que tanto cacareamos y con el que les gusta fantasear a los oficiantes, les importa bien poco, entre otras cosas porque esto no genera dinero y también porque consideran que aporta poco en su favor. Se vuelve en esta situación una circunstancia que en ocasiones se ha criticado desde esta columna, y que ahora se hace pública en otros foros: la absoluta falta de formación intelectual de la gran mayoría de los oficiantes. Esa carencia es algo que otros espectáculos, como por ejemplo el fútbol, pueden soportar. No solo eso, en ese espectáculo siempre subyace de fondo la idea de que uno puede ser rico, independientemente de su nivel de escolarización y por tanto, para qué romperse los cuernos con los putos libros. Y con eso la gente se vuelve loca; más en un país donde la cultura y el conocimiento han sido, con frecuencia, objetos de mofa. En la tauromaquia, sin embargo, las cosas son muy diferentes, principalmente porque nos movemos en un cuestionamiento absoluto que solo encontrará continuación y desarrollo desde la perspectiva cultural. Pero no les hablen a los toreros, a los apoderados o a los empresarios de involucración con la cultura más allá de lo que ya tiene de cultural ponerse delante de un toro. No les interesa porque no genera dinero.
Sí les interesa todo aquello que tiene que ver con los cambios en su zona de confort. Ahí sí que existe el interés taurino y entonces no duelen prendas para hacer declaraciones. Estaba claro que lo del bombo iba a traer más cola que los comentarios iniciales en prensa. Sobre todo después de que se observara que la afición está dispuesta a responder cuando se le ofrece un espectáculo creado desde la honestidad que siempre debe residir en el toreo. Las continuas quejas, reproches y reclamaciones de las figuras, con Julián López al frente, han movido las aguas de tal manera que ahora los aficionados ya estamos seguros de una cosa: no estábamos locos, no estábamos confundiendo la realidad. Tras las declaraciones de Simón Casas, confirmamos lo que exigen, lo que cobran, lo que plantean somos conscientes de que lo que sospechábamos era la verdad. Por poner un ejemplo, eso que a Toño Matilla le parecía algo impensable y que todos pensábamos que era una realidad, que un torero figura comprara la corrida que va a torear, sucede con demasiada frecuencia. Es más, al parecer hay figuras que guardan en sus campos los toros que van a lidiar en la temporada de turno. El estado de las cosas ha llegado a un nivel insostenible. Lo saben los empresarios y lo saben los ganaderos pero todos ellos han tragado con la exigencia. Ahora lo sabemos, no lo solo lo intuimos, los aficionados y decimos basta.
El cinismo se ha apoderado de la fiesta igual que se apodera del panorama general nacional. Las noticias que aparecen tras el tema del bombo nos indican claramente que hay toreros que acostumbrados a vivir en su mundo artificial, han llegado a creer que ese mundo es normal. Y lo reivindican, lo exigen. Piden que el estado de cosas, alterado, no encuentre la normalidad, sin darse cuenta de que en su día lo sacaron de quicio. El Juli, por ejemplo, considera que es lo normal que un torero figura llegue a una empresa a contratar una corrida con los toros debajo del brazo, porque se lo han ganado. Siguen hablando de la circunstancia de llenar las plazas como si eso fuera algo que sucede todos los días cuando hace más de diez años que no es así. Quieren indicar cuál es la labor del empresario, al que ahora parece que se le debe denominar productor: llenar los tendidos y no se dan cuenta de que sus nombres anunciados en los carteles no generan esa situación ideal, mientras que hay otras cosas que sí llevan a la gente a ir a una plaza de toros.
Se ha dicho, durante mucho tiempo, que el toro pone a todo el mundo en su sitio. Pero desesperábamos al ver que no era así, que el torito flojo no saca a nadie de su zona de confort. Ahora sí hay una obviedad: el bombo pone a todo el mundo en su sitio. La labor de un empresario, o productor, no es rifar toros ¿¡Cómo que no!? En realidad eso es lo que ha hecho un empresario toda la vida, pero sin bombo: comprar una serie de corridas por adelantado y repartirlas entre un grupo de toreros.
El bombo ha contribuido a abrir bocas y ha pasado lo de siempre que las han abierto: que se demuestra que el vicio de los acontecimientos se ha tomado por el estado normal de las cosas. Pues ese estado normal de las cosas es el que queremos romper, les guste a las figuras o no. Antes tenían un as en la mano, llenaban las plazas. Hoy, en esta temporada que en España ya se va, las plazas las ha llenado Miura, Victorino, San Fermín y el bombo de la Feria de Otoño. La fiesta seguirá viva pese al desinterés de los taurinos por todo aquello que no sea el dinero.