Si por mí fuera, la Fiesta ocuparía el lugar que merece. Si por mí fuera cambiarían muchas cosas para que ello fuera una realidad. Si por mí fuera, los aficionados del mundo tendrían que elegir a qué festejo acudir de los muchos que se programarían. Pero con mucho, si por mí fuera habría que evitar que los políticos manejaran la Fiesta; nada le dan y se aprovechan de ella cuanto pueden.
Si por mí fuera, y antes que nada, dejaría de depender del Ministerio del Interior y, en el peor de los casos, pasaría al de Cultura. Digo en el peor, pues tampoco me fío; pues no es cultura precisamente lo que desde allí se defiende. Si así fuera, ya habrían reclamado la Fiesta para ellos; si no lo hacen, el dársela sería una carga más que un deseo y la atención acabaría siendo la misma que tiene ahora. Los toros representan una cultura y una tradición mucho más antigua que los del cine, cuyo origen se remonta apenas cien años, pero que han sabido sacarle mejor tajada al apego este por “el mundo de la cultura”. Vamos, que se venden bastante mejor que los toreros.
Por eso, si por mi fuera, dejaría la Fiesta en manos de los amantes de la misma. Desde profesionales a los aficionados existe un amplio abanico de gentes que la quieren, la respetan y la aman. Un senado taurino, un consejo de sabios, -ahora tan de moda- que incluyera a todos los afectados, podría establecer las bases de organización y desarrollo de la Fiesta a través de la defensa de sus valores y la perpetuación de esta herencia patrimonial que data de varios siglos atrás.
Eso sería desde el punto de vista de Organización con mayúsculas. Una ONG. (Organización no gubernamental) tan necesaria y valiosa como todas aquellas cuyos fines son la defensa de algo realmente defendible. Cuantas “oeneges”, apoyan sus principios en aspectos de menor relevancia que el mantenimiento de la Fiesta Brava. Algunas, incluso, basan todo su esfuerzo en defender a una raza de animales; aquí, además de ese mismo objetivo, se defenderían aspectos culturales y de tradiciones que afectan a muchos países y sus gentes; valores artísticos de primer orden; además, se defendería la inspiración para el resto de las artes y, por si fuera poco, miles de puestos de trabajos. No es baladí el objetivo a cumplir por esa nueva ONG.
De paso, como tal ONG, se disfrutaría de exenciones fiscales. Otro ministerio, el de Hacienda, dejaría de beneficiarse de la Fiesta. Muchas otras "oeneges", con menos motivo, disfrutan de esas exenciones, además de la subvenciones del Ministerio de Cultura u otros. Por si fuera poco todo este expolio del que la Fiesta no ve nunca un euro, ni siquiera se puede decir de muchas que su actividad beneficie el mercado laboral como sí lo hace la Fiesta, aportando también miles de opciones para el disfrute y ocio de millones de ciudadanos.
Si por mí fuera, al margen de cuanto queda dicho, para recuperar la Fiesta, aunque siga en la misma situación administrativa actual, lo primero que habría que recuperar es el TORO, eje sobre el que gira todo lo expuesto anteriormente. Sin él, todo es una sucesión de equívocos, parodias y simulacros que no conducen, precisamente, al engrandecimiento de la Fiesta. Como digo, esa parte es responsabilidad de quienes organizan y forman parte del entramado taurino. A ellos añadimos a los veterinarios y quienes ejercen de presidentes en los festejos.
Si por mí fuera, convencería a todos los aficionados y públicos que acuden a las plazas para que así lo exigieran: el TORO como fundamento del espectáculo que han de presenciar. Sin mutilaciones ni sospechas de ellas, en plenitud e integridad. Sólo quedaría ya el torear. Aceptando las distintas formas y maneras que cada matador atesora, si por mí fuera, se les juzgaría por el toro que tienen delante; por cuanta verdad aportaran a la hora de enfrentarse a él y, por supuesto, por la expresión artística que fueran capaces de ofrecer. Esa expresión que es la que inunda los corazones y hace estallar los sentidos cuando la obra bella ante la fiera se produce.
Si por mi fuera, y así fuera, dejaría de escribir quejándome de cuantas tropelías se producen en los ruedos y aledaños; se me derretirían los dedos al narrar lo acontecido y abierto el compás de la mejor prosa que pudiera expresar, llevaría a los que no tuvieron la ocasión de presenciar una faena los sentimientos que fueron capaces de saltar la barrera para inundar los tendidos y, todos juntos, nos reconciliaríamos con la mejor Fiesta que existe, en lugar de decir con la que existió. Y así nos duraría la Fiesta toda la vida, pues la transmitiríamos a cuantos jóvenes inundan el planeta para hacerles partícipes de ella, dejándosela en herencia como hicieron con nosotros nuestros mayores. Traspasaríamos los continentes ofreciendo un espectáculo auténtico donde la vida y la muerte valen lo mismo: un soplo de arte en un segundo inenarrable.
Todo eso, si por mí fuera, sería la Fiesta. Si no lo es, poca culpa es la mía. Si acaso, la de no ser capaz de transmitir a quienes me leen la necesidad de reclamarla. Solo esa, y no es poca. Pues que quede saldada una parte con lo aquí escrito.