No habrán pasado todavía diez años desde que un matador de toros, que ahora ejerce de banderillero, me dijo que pronto veríamos como las más importantes casas del toreo perderían poder en beneficio de una única, la casa Matilla. Recuerdo que la sentencia me impactó porque entonces los Matilla no eran todavía lo que son ahora. Se me quedó grabada. Sobre todo porque a uno siempre le inquieta esa labor que se le encomienda al tiempo para que refute o no las hipótesis. Pasaron varios años y por ahí empezó a oírse un panegírico hoy ya en boca de todos: ‘El todopoderoso Matilla’. Es en estos días cuando encontramos en los medios un comunicado de Toño Matilla que viene a decir que él no es tan poderoso, que no tiene capacidad como para destrozar la carrera de un torero, refiriéndose a Talavante. Hay en ese comunicado ciertos aspectos que despistan, ciertos lugares ya muy manidos: ‘cobrar más que el que más’, o ‘ser el número uno’. Tópicos del toreo que parecen usarse para que todo parezca más verídico. El que más nos conmueve es el que dice que es totalmente inusual que un torero quiera torear una corrida que ha comprado él, el torero, no Matilla. En fin, no sabemos qué cuestiones han mediado en la despedida de Talavante. Sabemos que se trata, entre otras cosas, de un enfado entre apoderado y poderdante.
En lo que tiene que ver con apoderamientos, Talavante es hasta el momento la pesadilla de los apoderados. Su lista es infinita. Sus decisiones han sido muchas veces comentadas y casi tantas criticadas; de desleal y traidor se le ha acusado con frecuencia. Nadie ha tenido en cuenta que cada cual debe llevar su carrera como le venga en gana y que tanto cuando hay acuerdos que se sellan con apretón de manos, o cuando hay papeles que los certifican, la disparidad de opiniones es lícita. Subyace que Talavante no encuentra un apoderamiento con el que se sienta cómodo. Tampoco otras figuras lo han encontrado, han pasado por más manos que una barandilla y nadie les ha dicho nada. Ninguna pluma de las autorizadas ha sido capaz en esos momentos de referirse a la lealtad, o la posible traición. Sucede sin embargo en este caso y eso hace también sospechar.
De todas formas ¿de qué hay que sospechar? ¿De si ha habido falta de lealtad por una parte o por otra? ¿De si el diestro ha traicionado a su apoderado? ¿De si Talavante dejará de ser buen torero una vez apartado de Toño Matilla? Se dice en el toreo que cuando uno tiene la moneda, debe ser capaz de tirarla. El dicho es muy inexacto porque nunca se entiende qué es tener la moneda. Las figuras la tienen pero nunca la sacan de sus bolsillos, la agarran con el puño y no hay agua caliente que les haga soltar. Sin embargo según ellos, se pasan la vida entera tirándola al aire. No es cierto. Talavante tiene una moneda y es una moneda de valor. La ha tirado al aire de verdad varias veces en muy poco tiempo. Hay que tener mucha vergüenza torera para hacer eso.
Se va Talavante del toreo por tiempo indefinido y como dijo alguno por ahí, no es que se haya ido Dios. No le faltaba razón. Sin embargo el ‘Nivel Dios’ no puede ser establecido sin hacer una comparación con los casos de alrededor. En ese aspecto, quizás sí se haya ido Dios. Es decir, se ha ido el único torero que militando entre las figuras tuvo el gesto de figurón de apuntarse al bombo de la Feria de Otoño y bregar con una corrida sencilla y con una muy complicada; un hierro de garantía y otro que pide el carné. Talavante estuvo indocumentado la tarde de los Adolfos, pero en su palmarés quedó el gesto de arrojo y de valor y sobre todo el demostrar que llegaba a esa corrida asumiendo responsabilidades más allá de las establecidas. Para que quedara claro se fue a la puerta de toriles en su primero. Le faltaron muchas cosas al diestro aquella tarde, pero también le adornaron otras que no se deben olvidar. Y no importa demasiado si el gesto de apuntarse al bombo estuviera provocado por motivos de orgullo, vanidad, venganza o soberbia. Se apuntó, asumió las consecuencias, se la jugó y no le salió bien. Pero el que tuvo el arrojo fue él; el que se atrevió a lanzar la moneda al aire fue él; el que escuchó la bronca de salida fue él; el que asumió las consecuencias de su acción fue él mismo. Hizo exactamente lo que los aficionados les pedimos a las figuras y nunca nos escuchan. Eso nos emocionó a muchos.
Ese gesto, solamente ese gesto, esa manera entregada de tirar la moneda, le hace a Talavante ampliar su espacio en el imaginario de la afición. Talavante no se termina aquí, es un superviviente de apoderados y empresas, algunas de ellas también muy poderosas. Para él se puede abrir ahora otra puerta a la que seguro quiere llamar. En el momento en que las figuras se encuentran en la encrucijada, Talavante puede tomar la posición idónea: apostar, tirar la moneda.
