Van pasando las ferias de agosto y las únicas cosas que le quedan claras al aficionado, y deberían quedar claras también para los profesionales, son que las plazas ya no se llenan, que el santo patrón no es un aliciente para que la gente acuda a las taquillas y que esto no se remedia con la convocatoria de figuras a las que aunque no les pesa el toro, por motivos obvios, sí les pesa ya la profesión. En estos casos y antiguamente, lo que se pensaba era en la sangre nueva, en traer nuevos motivos para llamar la atención del respetable y mantenerlo al corriente. Pero hoy en día la sangre nueva adolece de los mismos problemas que tenían los anteriores y, lo que es peor, muestran cierta confusión a la hora de comprender e interpretar la profesión y el oficio. Por otro lado tenemos esa conciencia social tan creciente que se apoya en una falsa concepción del animalismo para denigrar la fiesta brava y al propio animal que la representa. En consecuencia, observamos ya una fiesta que pierde atractivo social poco a poco y un entramado profesional que encuentra muchas complicaciones para generar nuevas ideas, incapaces de pensar una solución que no pase por dejar que el peso de la realidad recaiga sobre los nombres mejor pagados y más consentidos del escalafón, los que exigen sus toros, los compañeros de terna y, pese a todo, terminan pasando por las ferias de puntillas.
La falta de interés que genera hoy la tauromaquia es ya un problema real y los proclamados sus defensores universales no están sabiendo ni queriendo arreglarlo. Es necesario que reaccionen ya los toreros, los empresarios y los ganaderos. Hay que ser conscientes de que por el camino que vamos esto no avanza sino que retrocede. Cosas que antes eran habituales, hoy ya son excepcionales: Sevilla no llena, Madrid no llena, San Sebastián no llena, Bilbao no llena y Almería, por seguir con las plazas que están funcionando en este momento, no llena. Encima, no estamos hablando de carteles en los que se anuncien tres desconocidos sino de carteles protagonizados por toreros, que aunque de forma velada y mejor en bocas de otros, se consideran los mejores de la historia; nunca se ha toreado tan bien como hoy, dicen los que les cantan. Qué paradoja, en la época que mejor se torea, es cuando menos interés despierta el toreo ¿Y nadie se preocupa de esto?
Algo está pasando en la fiesta y es algo grave. Algo de lo que no se puede culpar al aficionado, y tampoco al espectador. Algo está pasando cuando los mismos oficiantes que se dicen defensores universales de la tauromaquia no son capaces de meter más de media entrada en una feria de principal categoría. Algo está pasando cuando un torero torea todos los días el mismo hierro sin que nadie diga nada. Algo está pasando cuando el aficionado ya no sabe dónde viven determinados toros, si en casa de quien los cría o si en casa de quien los compra. Algo está pasando cuando a las órdenes de los veedores se están criando toros tan dóciles que las faenas que se les realizan no llegan al tendido. Algo cuando los hierros que exigen las figuras acusan de modo general una falta de fuerzas preocupante. Algo cuando la suerte de varas se evita, se convierte en un trámite y cuando no hace falta ser un lince para darse cuenta de que tarde o temprano hablarán de abolirla (algunos ya lo han hecho). Algo cuando ya sabemos que es imposible que una figura salga de su zona de confort y se anuncie con más hierros y con más encastes de los habituales. Algo cuando las ‘grandes faenas’ se les hacen a toros colaboradores, y aun así son muy pocas.
Algo está pasando cuando los toreros que más torean y menos problemas tienen se ajuntan nada más y nada menos que para revocar a una presidenta de plaza amparándose en algo tan absurdo como que cumple bien con su trabajo y es exigente en los reconocimientos, lo que molesta. Algo cuando dos toreros de los mejor tratados de todos los tiempos vetan y dejan sin sitio a un periodista taurino de primer orden, o cuando vetan una plaza de primera; algo cuando ciertos toreros de antaño desprestigian por televisión al toro de lidia en función del encaste al que pertenezcan; algo cuando otro periodista taurino tacha de antitaurinos a los propios oficiantes y a sus adláteres; algo cuando pese a toda esta preparación, a toda esta trampa, a todo este echarle agua al vino, la gente no solo no va sino que huye de las plazas.
Algo está pasando cuando uno tiene que hacer más de quince llamadas para que alguna de ellas acepte una invitación a los toros, algo cuando los hijos riñen a sus padres por acudir a una corrida, algo cuando los antitaurinos ya casi ni acuden a las plazas antes del festejo.