Terminó San Fermín y habrá que esperar un año más para ver una plaza llena unos cuantos días seguidos. A la de Pamplona le cabe el honor de ser la que ve sus asientos cubiertos durante su feria de forma continuada. Un milagro del que no puede presumir ni Madrid en San Isidro. Y eso contando con una población en su Comunidad más de diez veces inferior a la madrileña. Un dato muy relevante en sí mismo.

Otra peculiaridad destaca por encima de muchas y es aquella de que sus carteles se confeccionan desde mucha mayor justicia y equilibrio que en las otras plazas. Un triunfador de feria anterior es respetado y no dejado en el olvido; triunfadores de otras plazas gozan de su oportunidad aquí y, claro, las figuras también pueden venir… si quieren. En ese querer suelen distraerse algunos y es que el toro que se lidia no es como para enamorarles, lo que viene muy bien a otros toreros con méritos. Al pagar también son peculiares, pagan bien a quienes allí torean. Otra diferencia de generosidad a su favor y digna de  aplauso.

Sus gustos y formas de ver las corridas son muy diferentes, pero también tienen su vara de medir y es con esa vara con la que se obtienen datos reveladores.

Padilla y Roca Rey, sin duda, ídolos de Pamplona

En este 2018, los nombres de Padilla y Roca Rey han sido los que más elogios han recibido y, a nuestro modesto entender, muy justificados. La vara de medir que se utiliza en esta plaza, como decía, es diferente y es lícito y lógico que así lo sea. Por encima de cualquier otra cosa se premia la entrega, incluso la alegría, mismas que muestran quienes llenan sus tendidos. El jerezano y el limeño han depositado toneladas de esas características que allí se premian y de ahí que se hayan convertido en los triunfadores del ciclo sanferminero. Distintos motivos han ayudado a ello.

Juan José Padilla, lo dice él, le debe todo a Pamplona. Fue en el siglo pasado, 1999, cuando acudió por primera vez, mató una de Miura y salió en hombros tras cortar tres orejas. Con ese aval se ganó las repeticiones en los años sucesivos y, ya se sabe, quien allí torea puede dar de comer a su familia con holgura. Agradecido se muestra y con razón. Luego tras el percance de Zaragoza le llegó la abundancia de otra manera pero Pamplona ha sido siempre su casa. En este año se fue a despedir y lo hizo como él sabe, entregado y toreando al ritmo y al son que allí tanto gusta. La gente enloqueció y él con ellos también. Más no le podían pedir. Un ídolo que no volverá.

Los registros de Roca Rey son diferentes, pero abundan en la misma entrega para calar en los graderíos de la plaza. Su aplomo, disposición, valor y entrega son salvoconducto seguro para los próximos veinte años en el coso de La Misericordia. Seis orejas en dos tardes le avalan como el triunfador absoluto y heredero de cuantos ídolos le han precedido en la plaza pamplonica. Esa imagen en hombros, acompañado de Padilla, insinúa el relevo perfecto. Ninguna otra plaza podría acoger al peruano con tanta fuerza y cariño para hacerle un hueco de honor entre sus ídolos más queridos.