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Fernando Marcet |
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Perú |
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23/02/2005 ] |
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Ha llegado la hora de identificar a quienes, con fines mercantilistas, atentan contra la fiesta brava y la están llevando a su destrucción. Medios de comunicación como OPINIÓN Y TOROS, en los que periodistas y aficionados nos expresamos libremente, permite conocer la realidad de la fiesta brava en los diferentes países taurinos del orbe. El común denominador es preocupante: El mercantilismo de los taurinos que viven de la fiesta domina la situación en todo los terrenos mientras el aficionado, que con su dinero la solventa, ve impotente cómo su espectáculo favorito se viene deteriorando hasta el punto que aquello que en un momento fue una obra de arte, forjada en base a la inteligencia y valor del hombre enfrentando a una bestia poderosa y agresiva, se va trasformando en opereta repetitiva e insulsa. Los toros prefabricados como consecuencia de una selección al revés con la que se ha disminuido calidades de casta y bravura. La cuota de peligrosidad, indispensable para crear la emoción inherente a la fiesta, ha desaparecido. Por su parte el torero exige el toro tonto y repetidor que le facilite el toreo de salón ensayado. Muchas veces esas condiciones de tontería y repetición se confunden con las de nobleza y bravura y se premia al toro con una vuelta al ruedo, cuando no con el indulto. La esencia del toro con raza, casta y bravura se va diluyendo con los cruces orientados al toro artista que exigen los toreros y, contrariamente a lo que hizo Jesús en las bodas de Caná, han convertido el vino en agua. Los nuevos toreros salen clonados de las escuelas taurinas a buscar el torito colaborador que le permita hacer el toreo aprendido. Es así como vemos desfilar en el ruedo una serie de toreros jóvenes pega pases que no hacen otra cosa que dar un espectáculo monótono y aburrido. Algunos se aventuran a copiar modos, andares y forma de torear de la figura del momento y hoy, por ejemplo, tenemos que soportar insufribles parodias del toreo de Enrique Ponce. Una anécdota respecto a las imitaciones: ¿Se ha fijado usted cómo caminan la mayoría de los toreros, con las puntas de los pies hacia dentro? Eso viene de la época de Belmonte quien siendo patizambo no podía caminar de otra manera. Sus alternantes que no podían torear como él imitaban, al menos, su forma de andar. Si al toro de hoy le falta casta y bravura, al torero le falta personalidad. Belmonte decía: se torea como se es. Ergo: no se puede torear, si primero no se es. El toreo, como todo arte requiere de una personalidad que sienta dentro de sí la irrefrenable necesidad de expresarse. Para ello requiere de una técnica, que es una herramienta, jamás un fin. Con la sola técnica no es posible el toreo. Con sólo el sentimiento es posible llegar a hacerlo pues la técnica se aprende tarde o temprano, en el salón de clase o frente al toro, que es quien toma el examen final. El toro badulaque y los toreros fotocopiados no han nacido por generación espontánea. Son producto de un mercantilismo montado para hacer dinero que ha llevado a la fiesta brava a un estado que, mucho me temo, será difícil de revertir. Sino hacemos algo para impedirlo, puede convertirse en un frívolo espectáculo de luz y color atractivo al turista pero falso y ridículo, como el cachascán. Cuando el aficionado quiere castigar a la mala empresa se ausenta de los tendidos -como ya lo viene haciendo en muchas plazas americanas- pero no puede impedir que el público formado de acuerdo a las normas mercantilistas del empresario asista al espectáculo y vaya creciendo hasta convertirse en mayoría, como sucedió con el del cachascán en relación con el box. ¿Está todo perdido? No lo creo. Existen baluartes que defienden la fiesta pero necesitan el apoyo de todos los aficionados. Estoy avergonzado del poco interés que demuestran mis compatriotas para salir al frente y expresarse en los medios como Opinión y Toros que les ofrece la oportunidad y el espacio para hacerlo. “No tengo tiempo para escribir” dicen “apenas tengo tiempo de leer de vez en cuando la página” agregan. Así, estamos mal. Si cada aficionado no pone algo de su parte cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo, el triunfo será de los mercachifles y no valdrá la pena que quienes dedicamos horas a batallar por el bien de la fiesta desperdiciemos nuestros esfuerzos en defender una causa que está irremediablemente condenada al fracaso. Frente a los malos empresarios, apoderados y toreros que con el poder del dinero compran la voluntad y conciencia de ganaderos, jueces, veterinarios y periodistas venales, el aficionado que, no me cansaré de repetir, solventa el espectáculo, está solo y no tiene ningún otro derecho que no sea el del pataleo. Pues bien, a ejercer ese derecho entonces. ¿Cómo? Denunciando al culpable para que se le ponga en una lista negra que, propongo, se llame la de LOS IMPERDONABLES. No cualquiera que comete un error o falta debe ser condenado a figurar en la lista. No. Debe ser sometido a juicio popular (el correo electrónico es un buen medio) en el que los aficionados presenten cargos y las agravantes que puedan existir como la reincidencia y, sobre todo, el poco propósito de enmienda del señalado, que es precisamente lo que le da la condición de IMPERDONABLE. Usted, amigo lector ¿tiene algún candidato en mente?
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