Los toros de Garcigrande en el día de ayer les jugaron una mala pasada a sus lidiadores porque, salvo el quinto, que también tuvo su aquel, la corrida no sirvió para lo que llamamos el toreo moderno que tanto encandila a los que menos saben.
Regresaba Ponce a Las Ventas y, como siempre, estuvo magistral; es decir, no se le atraganta nada; en su primero fue enfermero de aquel animalito si fuerzas, sin casta y sin nada que se pareciera a un toro bravo y, en su segundo, con mucho motor y malas ideas, el diestro de Chiva supo estar a la altura de las circunstancias y lo lidió como se hacía a la antigua usanza; nadie le negará el valor a Enrique Ponce y mucho menos su técnica depurada de la que hace gala en cada momento frente al toro. Claro que, si no la tiene él, ya me contarán; es el diestro que más toros ha matado de todo el escalafón actual, un tipo afortunado que, para su dicha, pasan los años y en cada ciclo está mejor; como dije muchas veces, y no es ninguna broma, dentro de veinte años Enrique Ponce nos seguirá encandilando, a los que vivan, claro.

Sebastián Castella dramáticamente volteado
Sebastián Castella quiso sacarse, en su segundo, la espina que le había clavado el primero que no entendió para nada; tampoco era un burro de carril, cierto es. Como digo, en su segundo tras sufrir una horrible cogida cuando mecía el capote, cogida que pudo haber tenido fatales circunstancias, solo resultó herido en un pie que, al parecer, para su fortuna y la de todos los aficionados. En este toro que tenía vibración y motor, Sebastián estuvo a la altura de lo que de él siempre se espera; valiente, maestro, lidiador, auténtico, capaz y por momentos, artista.
Es cierto que Castella logró asustar al público de Madrid; es decir, lo que pasaba en el ruedo trascendía a los tendidos y, sin lugar a dudas, esa es la clave del éxito. Repito que, si lo de abajo conecta con los de arriba, la dicha no puede ser mayor y eso es lo que ayer hizo Castella en Madrid. Dos orejas pedidas con fuerza y la justa puerta grande para un torero cabal. Su raza, una vez más, ha quedado patente puesto que, cinco puertas grandes para el diestro de Beziers no es ninguna broma, al margen de las veinticinco orejas que ha cortado en dicha plaza. Salud para Castella para que, de tal modo, con su raza peculiar se siga jugando la vida.
Lo de Colombo es durísimo. Era el triunfador de los novilleros del año pasado y venía a Madrid a confirmar en una corrida, aparentemente, con todas las garantías del mundo; es decir, el cartel soñado, la fecha ideal, la plaza a reventar, el maestro que todos hubieran querido tener para ser confirmado y, ahí quedó todo. Los toros no le quisieron ayudar y, sin ser criminales de guerra, se negaron por completo a que el chico de Venezuela pudiera lograr su objetivo.
Mala cosa para el muchacho que, si no lo arregla con el toro que le queda en el día de hoy, se buscó una ruina monumental. Y es penoso que esto ocurra porque Colombo es un chaval muy animoso que, hasta pone banderillas con un desparpajo excepcional. Mató muy bien porque maneja la tizona como si fuera un cañón pero, ahí murieron todas sus ilusiones. Dios quiera que hoy le salga el toro soñado para salir por la puerta grande y arreglar su temporada, de lo contrario, se le ha puesto todo muy difícil.