Nada más salir los carteles de Madrid a la luz pública, me cupo la osadía de predecir cómo sería el resultado de las corridas de toros que lidiarían en Las Ventas los hermanos Lozano, es decir, los toros de Alcurrucén. Dije que, la primera, la que sería lidiada por los “desgraciados” saldría criminal, mientras que, la segunda, la que estoquearán los “señoritos” saldrá de dulce. De momento, para mi desdicha y horror, acerté de lleno.
La diferencia de los toros tontos con los criminales no es otra que, los primeros tienen apenas fuerza, no tienen maldad alguna y se negarán a embestir, pero sin hacerle daño a nadie, algo que viene siendo habitual en las corridas de las figuras. Los segundos, caso de Alcurrucén en su línea más dura, además de no embestir, tienen ideas asesinas como se demostró el sábado en Madrid.

Curro Díaz a merced del toro que se salvó porque Dios quiso
Fijémonos que, percances como el de Curro Díaz hemos visto muchos; es decir, cualquier torero puede caerse ante la cara del toro y, si son de las ganaderías bobas, el toro sigue su camino y jamás hace hilo con el torero que ha podido caer. En este caso, el toro, cuando se dio cuenta que Curro había caído, se giró, le echó mano, lo volteó por los aires y, hasta cuando estaba en el suelo quería destrozarlo a cuchilladas. Estaba Dios en el ruedo y le hizo el quite a Curro que, como se pudo ver, aquello olía a drama inenarrable.
Pese a todo, Curro Díaz se esforzó para esbozar algunos pasajes de su toreo bello y eterno; el esfuerzo era tremendo ante lo que tenía delante; si su primero tuvo pocas opciones, su segundo era de matadero sin haber salido al ruedo de Madrid; daba unos cabezazos al final del muletazo que le quitaban el sentido al que estaba delante; un gran riesgo el que Curro Díaz tuvo que soportar, a sabiendas de que no obtendría premio alguno. Salió ileso de aquel amargo trance que, en definitiva era su éxito más grande.
Juan del Álamo se aburrió, no era para menos. Lo intentó el muchacho pero aquel esfuerzo sabía que no tendría premio.
Joselito Adame es un dechado de valor, de actitud, de constancia y de una perseverancia fuera de límites. En ambos toros mostró lo que digo, esa actitud que le ha convertido en la primera figura de México. Los toros que lidiaba no eran de Teófilo Gómez, por tanto, alcanzar el triunfo era toda una quimera. Pero sí, en su segundo, un manso descarado supo cambiarle los terrenos y, en la querencia del toro le pudo endilgar tres series con la derecha que le valieron una oreja discutida; pero lo que nadie le discutirá es su arrojo, valor y decisión.