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Pla Ventura  
  España [ 18/04/2018 ]  
COBRADIEZMOS-ORGULLITO

El indulto del toro “orgullito” de Domingo Hernández el pasado lunes en Sevilla nos ha hecho recapacitar. Nada que objetar al resonante triunfo de El Juli ante semejante “amigo” porque, el toro, de enemigo tenía lo que yo de obispo.  Es decir, “orgullito” tenía santidad para inundar la plaza de San Pedro del Vaticano. Como antaño se diría, más que un toro era una hermanita de la caridad repartiendo bondad por doquier.

¿Es bueno ese éxito para la fiesta? Sin duda alguna. Así deberían de terminar todos los festejos taurinos, con un triunfo de clamor porque, como digo, sería la fiesta la que ganaría muchos enteros. Luego, claro, a todo éxito le caben las distintas matizaciones que, sin duda alguna, tan importantes son para que nadie se envilezca.


Manolo Escribano frente al bravísimo y encastado

Uno, claro, en calidad de aficionado se pone a pensar y, sin duda, a soñar. Mentalmente cada cual hace sus cábalas pensando en qué hubiera pasado con “orgullito” de caer en las manos de un torero artista, llámese Morante, Diego Urdiales, Curro Díaz o del veterano Pepe Luís Vázquez. Como eso nunca lo podremos saber, nos quedamos con El Juli que, el hombre, a su manera, sin traicionarse a sí mismo dio todo lo que tenía y, si me apuran, mucho más. Claro que, su tragedia artística no será otra que, por ejemplo, al año venidero, nadie recordará su grandiosa faena que, en el momento, enloqueció a los sevillanos pero, lo que se dice huella no dejará alguna.

La suerte, como sabemos, es caprichosa y, desdichadamente en esto de los toros siempre se decanta por los ricos. Curioso, pero muy cierto. Se habían celebrado varias corridas en Sevilla con lluvia, viento, barro y las peores condiciones que uno pudiera pensar y, de repente, llegan las figuras y, además de traerse el torito a modo, hasta sale el sol, para el viento y, para colmo, la plaza está abarrotada. Cosas del destino, pero de una crueldad sin límites. Fijémonos que, habitualmente, los toros los indultan siempre las figuras porque, claro, lidian los bombones de Estepa todas las tardes.


El Juli frente a ese animalito lleno de bondad llamado

Menos mal que, hace un par de años se indultó en Sevilla a “Cobradiezmos” de Victorino Martín y, aquel ejemplar sí que dejó calado en dicha plaza y, sin duda, para su matador, el gran Manolo Escribano que, maldita su suerte, tras aquella apoteosis, en plena feria de Alicante, otro toro de verdad casi que le manda al rancho de los callaitos. Yo no sé, ni me lo planteo, entender qué faena fue mejor, la de Escribano con “Cobradiezmos” o la de El Juli con “orgullito” Lo que sí sé es que dos años después todos recordamos la auténtica vibración del ejemplar de Victorino Martín que, en cada pase se quería comer al torero, razón del gran éxito de Manolo Escribano que, en un alarde pundonor y torería, saldó con un gran éxito aquellas fieras acometidas.

Lo de El Juli ha sido distinto; el animalito no se quería comer a nadie, todo lo contrario; metió la cabeza con un son irrepetible, algo que permitió al diestro madrileño enjaretarle tres mil pases de una técnica desmesurada pero que, como digo, dentro de dos meses nadie recordará dicha épica que, en realidad, aquel día la tuvo. Suerte la de El Juli en todo; en Sevilla, una plaza amable como pocas; un torito a modo que más que un toro, como decía, era un colaborador que parecía estar en nómina; una tarde espléndida de temperatura y, los curritos dispuestos para todo.

Como decía, todo estaba a favor; ni una sola objeción, los botafumerios del periodismo lanzaban incienso con más ahínco que el de la Catedral de Santiago de Compostela en las grandes ceremonias; suerte la tuya, Juli, disfrútala; otros no pueden decir lo mismo.

Repito, si me tengo que quedar, me quedo con “cobradiezmos que, pasado el tiempo, todavía los aficionados sentimos el escalofrío que un toro de verdad puede producir mediante su lidia, en este caso, por ese gran torero llamado Manolo Escribano. Bien es cierto que, La Maestranza no es plaza torista; más bien todo lo contrario. El gentío que abarrota dicha plaza quiere el torito de Garcigrande o de Domecq y, sin duda, a las propias figuras que, con su toreo, tan felices hacen a todo el gentío maestrante. La verdad le interesa a muy poca gente; eso sí, la mentira adornada como si fuera verdad, esa si tiene millones de partidarios.

Y, para finalizar, qué pena que aquel gran torero llamado Víctor Puerto haya quedado como costalero de El Juli. ¿Habrá injusticia mayor?

Fotos: Muriel Feiner

 
   
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