Tras lo que pudimos ver en Valencia, queda demostrado que si los toros de Juan Pedro, además de dulzura, sin fuerzas y sin el menor peligro para sus lidiadores, si a todas esas virtudes le añadiéramos el picante de un toro bravo estaríamos hablando de los toros de Victorino en su acepción más bella; pero no, cada ganadería tiene su distintivo y, la de Juan Pedro, además de la santidad como norma en dichos animalitos no podemos exigirle más que, en realidad, el ganadero estoy convencido de que ha entregado lo mejor que tiene en la dehesa. Siendo así, ¿cómo será lo peor? Pero no todo es malo porque los cerdos que cría dan como resultado un jamón de pata negra puro manjar. Sin con los toros hiciera jamones seguro que le saldrían buenísimos.
La pregunta es obligada, ¿es ese el toro que debe de prevalecer para el espectáculo taurino? Sin duda, para los toreros y empresarios el gozo no puede ser mayor; incluso para la ingente mayoría que, incultos por completo al respecto del toro se conforman con poco; en Valencia, en apenas nada porque los huertanos no lo son por las cosechas de las huerta, pero sí de la boina que calzan que, como se adivina, no tienen más ni mejores aspiraciones.
Un animalito para santificar
Los toros de Juan Pedro lidiados en Valencia, no hubieran sido aprobados en Alicante, por citar una plaza de segunda y como se sabe, tan cercana a la capital del Turia. Por dicha razón me entra mucha pena cuando a muchos se les llena la boca diciendo que Valencia es una plaza de primera; que lo es porque así está reglamentado, pero en lo que a nivel de exigencias, cualquier plaza de carros es más exigente que la valenciana.
El triunfalismo ha reinado por los cuatro costados en la plaza de Valencia, algo que los actuantes celebran con desmedido gozo, de forma concreta Enrique Ponce que ha sido declarado máximo triunfador de la feria, entre otras cosas por haber desorejado a un burro de Juan Pedro. El animalito, como sus compañeros, tenía bondad para hacer veinte altares; sin embargo, como explico, los que pretendemos ver un toro bravo nos quedamos huérfanos de dicha belleza porque el animalito, como digo, era de todo menos un toro bravo. ¿Cómo esa parodia tiene calado entre la afición que no hubo ni una sola voz discordante? Ignorancia, esa es la respuesta. Esa afición huertana solo quiere ver el triunfo de los toreros y no les importa ni el cómo ni el porqué.
Enrique Ponce lleva treinta años como torero y, sin duda alguna, otros treinta más los soporta porque con la técnica que tiene, para colmo, se anuncia en corriditas como la de Juan Pedro puede durar en activo todos los años que quiera; no hay exigencias, no hay riesgo, no hay emoción; todo es dulzura empalagosa que, por lo que se puede ver al gentío les encanta. La gran verdad, como digo, es que tenemos Ponce para toda la vida. La pena, como es sabido, es que este hombre ha sido capaz de matar corridas duras como la de Victorino, pero por lo que se deduce ya se le olvidaron aquellas tardes heroicas que, en realidad, si sigue siendo grande con los burros fofos, matar corridas serias poco le aporta, ante todo porque le aleja del riesgo, del peligro que tiene el todo de verdad.
El hierro donde se crian
Todo está adulterado, incluso la llamada crítica oficial porque todos parecen de acuerdo con lo que actualmente sucede; apenas hay una sola voz discordante ante los desacatos que se llevan a cabo una tarde sí y otras también. Salvo las verdades de nuestro compañero Antonio J.Merchán, nada más he podido leer que me haya conmovido.
Alfonso Navalón y Joaquín Vidal ya son historia, nunca mejor dicho; desde que ellos se marcharon no hemos vuelto a leer una sola línea en la que se discrepara de tal o cual figura del toro; todos son muy buenos. Y les aseguro que, de haber estado estos hombres aludidos en la corrida de Juan Pedro en Valencia, con toda seguridad se lo hubieran explicado. Pero ha cambiado todo, para mal, por supuesto. Ahora, como se sabe, es cuestión de que los empresarios te incluyan en la grupo que ellos tienen montado que, lo demás, es decir, el resto, camina sobre ruedas; desde el gentío sin la menor noción de lo que es una corrida de todos, como de la crítica actual que, parece que están todos en nómina, por Dios.
Respecto a la crítica, como digo, Vidal y Navalón le daban credibilidad a la fiesta de los toros; y no se discrepaba con ninguna figura del toreo como tales, lo hacían por las diabluras que muchas veces hacían, caso de Ponce en Valencia. Nadie dijo que Paco Camino no era un gran torero, pero sí se le recordaba de vez en cuando la mandanga que arrastraba con los toros que algunas veces solía lidiar. Ante todo lo dicho, algunas figuras del toreo, cuando la crónica de Navalón les gustaba la mandaban enmarcar. Hoy en día si los toreros tuvieran que enmarcar todas las buenas crónicas que se les hacen necesitarían un campo de fútbol para colgar dichas enmarcaciones; como digo, todas las tarde son gloriosas, por tanto, hemos perdido hasta en la capacidad de análisis de los sucedió dentro de un ruedo.
Menos mal que, dentro de todos los males nos queda Madrid. Se ha preguntado alguien qué sería de la fiesta de los toros si no existiera la plaza de Madrid y su afición. Pues todo serían plazas de carros al estilo de Valencia. Es decir, gloria bendita para los toreros. Claro que, la pregunta es obligada: ¿Hasta dónde soportarían los aficionados tanto fraude y engaño? Nadie lo sabe, pero sí todos sabemos que la fiesta desaparecerá por pura desafección; es decir, por los propios protagonistas que se la cargarán sin impunidad alguna.
Y como quiera que desde nuestra tribuna se critica la labor de cada personaje de la fiesta, como ser humano, a Juan Pedro le deseamos se restablezca muy pronto de ese accidente que tuvo con la moto que pudo haberle costado la vida.