Dos son las reivindicaciones que hemos visto en las últimas semanas en el mundo del toro. Dos toreros que, cada uno de una forma, consideran que les corresponde un sitio concreto en las ferias y luchan porque se lo den. Uno de ellos es Manuel Jesús El Cid. El otro es Gonzalo Caballero. En su reivindicación, coinciden los dos en una misma cosa: ambos han puesto los cojones encima de la mesa. Sin embargo, sus reivindicaciones no tienen la misma naturaleza. Uno reivindica el sitio que tuvo y que perdió. Otro reivindica el sitio que quiere ganar día a día. El problema en ambos casos, es que en este mundo tan extraño del toreo, a ninguno de los dos les corresponde nada. O al menos nada que esté escrito, nada que comprometa. Los dos se afanan en hablar de sus carreras pero la idea de que quien triunfa es merecedor de un lugar en los carteles es simplemente un acuerdo tácito, algo que se supone pero a lo que nadie se siente obligado. En este mundo siempre se ha presumido de arreglos con un apretón de manos. Pero cómo se le puede exigir ningún compromiso a nadie por esa vía. Si ya incumplen aquello que han firmado, que no harán cuando no hay obligación.
El Cid ha ido viendo temporada a temporada cómo su lugar en la fiesta se desvanece. Esto viene sucediendo desde hace mucho y, de hecho, somos muchos los aficionados que decíamos que El Cid estaba viviendo de las rentas. Pero las rentas se terminaban. Y ahora es cuando llega el tema de los cojones. Porque el remedio con el que Manuel Jesús ha decidido salir de su situación es la vuelta a los orígenes, al toro duro, a aquellos momentos en que no tocaba el cielo con las manos sino que lo mesaba, lo sobaba. Ahora, una vez que con lo dulce no se soluciona la papeleta, no queda más remedio que volver a lo amargo. Bonita paradoja porque las amarguras han surgido de la dulzura y de aquello que tan amargo era, qué momentos más dulces resultaron; momentos para toda una carrera. Hoy El Cid se ve en Madrid matando la de Victorino, La Quinta y la de Adolfo y Fuente Ymbro en Sevilla, que viendo cómo están las cosas, es un alivio.
El caso de Caballero es diferente porque es un torero que todavía se está haciendo y ahí hay mucha dificultad. A las empresas no les importa ahora qué amigos tenga el diestro, ni en qué revistas aparece cuando se junta la pandilla a celebrar. Caballero se puso allí, delante de su majestad que a la vez es abuelo de sus colegas y que estaba allí como homenajeado, y soltó lo que antaño se llamaban ‘las verdades del barquero’. Gonzalo Caballero, convocado a la velada para recoger el trofeo a la mejor estocada de la feria y el premio a los valores humanos, se enfrentó con un empresario. No con uno cualquiera sino con Simón Casas, y se las soltó en público. Tengo premios pero no son todos los que creo que me corresponden, le vino a decir al francés. Vamos, que cojones no le faltan y que así lo viene demostrando. Y según cuentan los que allí estaban, la gente rompió en una ovación. Como hemos comentado, además del premio a la estocada de la feria Caballero había recogido el de los valores humanos, creo que fue a éste último al que rindió honores.
En los dos comportamientos hay también algo más que cojones; hay verdad. La verdad de decir lo que uno se encuentra un día sí y otro también en este mundo al revés que es el de la tauromaquia en el caso de Caballero. La verdad de volver a lo que era verdad, en el caso de El Cid. Aun así, todo apunta a que uno va a salir mejor parado que el otro. Los ejemplos del paradero de aquellos toreros que se rebelaron contras las empresas ya los conocemos. Son ejemplarizantes antes que ejemplares. Ahora a esperar a ver qué pasa. Y en ese ver qué pasa despierta mucha más curiosidad el futuro de Caballero que el de El Cid.
