Nadie ha de sentirse más mortificado que los catalanes porque se haya declarado antitaurina su tierra. Absurdo es tratar imponer una forma de pensar por decretos de alcaldía. El ayuntamiento que debería velar por el bienestar de todos sus vecinos, ha atentado en este caso contra el derecho de los taurinos de elegir el espectáculo que quieren ver. Tratándose de las corridas de toros el asunto es grave porque no se trata de un espectáculo cualquiera sino aquel que simboliza el espíritu mismo de España. Bien se dice que quienes han gestado tal resolución no lo han hecho pensando en la defensa de los animales que participan en el espectáculo sino para golpear el emblema mismo de la identidad del pueblo español, marcar distancias con el resto del país y acentuar el regionalismo con propósito separatista. Triste sería que así fuera.
El gobierno que trata de imponer una forma de sentir y pensar a los ciudadanos está condenado irremediablemente al fracaso. Más aun cuando la acción no está orientada a procurar el bien de unos sino conculcar los derechos de otros. Bien dijo el aficionado Jorge Barreda, comentando uno de mis escritos en esta misma página: el declararse "anti-algo" es lo mismo que hacerlo "pro-nada”. Lo natural en el ser humano es emprender una causa en forma positiva: pro algo. Hacerlo en sentido inverso es una aberración. Si el promover la justicia social por amor a los que tienen poco, es una acción noble, el hacerlo por odio a los que tienen mucho, es despreciable. El “anti” es negación, frustración, odio. No puede conducir a nada bueno. Antisemita, anticomunista, antiimperialista, antitaurino, feas palabras que conllevan la malsana intención del enfrentamiento cuando no la persecución y discriminación.
Pese a todo, la afición catalana sigue intacta y más fuerte que nunca. El español, como pocos, no acepta que nadie le diga que espectáculos puede ver y cuales no. Se mantiene firme en sus trincheras y se le suman los simpatizantes de ayer que, por reacción ante el atropello, se han convertido en defensores de la causa.
Muchos son los catalanes que han contribuido al desarrollo de la fiesta brava en el Perú. Baste mencionar que la plaza de Acho, joya arquitectónica de América y monumento artístico e histórico de Lima, fue mandada construir por un catalán: el virrey Manuel Amat y Junyent. Inaugurada el 30 de enero de 1766, el cartel estuvo conformado por "Pisí", "Maestro de España" y "Gallipavo" y el primer toro que se estoqueó llevó por nombre "El Albañil", de la Hacienda Gómez. Desde entonces, han pasado por ella todas las figuras taurinas lo que ha permitido que la afición limeña se forje con una solidez difícil de destruir.