Una de las anécdotas taurinas, vamos a llamarla así, que más ha llamado mi atención, quizás por aquello de la deformación profesional, fue la que me contó no hace demasiado un catedrático de comunicación catalán. Este hombre, figura imprescindible en el mundo académico de la comunicación en España, quizás también en Europa, es aficionado a carta cabal y busca hoy en día sus escapadas para ver toros ya que no puede hacerlo en su Monumental plaza, a donde su abuelo le llevaba de pequeño. En cierta ocasión se vio como anfitrión del famoso semiólogo Umberto Eco, que visitaba Barcelona. Supongo que tuvieron un buen montón de actos a los que hacer frente juntos. No obstante, nuestro catedrático supo encontrar el tiempo y el momento para llevar a Eco a los toros.
Umberto Eco, italiano, recientemente fallecido, fue un autor mundialmente conocido por la autoría de novelas tan emblemáticas como El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault o El cementerio de Praga. Pero más allá de su faceta de novelista, Eco fue una de las máximas autoridades en semiótica, el sistema de estudio de los signos y los símbolos; el estudio simbólico y el fondo del significado. Hubo quien lo definió como ‘El último renacentista’, un hombre sabio que toca varios campos de conocimiento y en todos destaca.
Estábamos en que nuestro catedrático llevó a Eco a los toros en Barcelona. No sé quién toreaba ese día en la Monumental y si quieren que les diga la verdad, ni siquiera se me ocurrió preguntar por eso cuando me contaba la anécdota. Cuando terminó la corrida nuestro hombre le preguntó al gran Eco:
- ¿Has entendido algo?
Y el gran Eco contestó:
- Niente.
Entonces el catedrático pensó para sí mismo y con cierta sorna: ‘caray con el semiólogo’.
Nos reímos mucho con la anécdota. Sobre todo por la irónica de la respuesta no externalizada del catedrático. Porque realmente Eco se había encontrado con un espectáculo como ningún otro, un espectáculo en el que todo gira en torno al mundo del conocimiento en el que él era experto.
En un primer momento a mí me extrañó la respuesta de Eco. Entre bromas le pregunté al catedrático que cómo era eso posible. No obtuve respuesta. Se encogió de hombros como diciendo: ya sabes, esas cosas raras de la vida. Ambos nos reímos de la situación. Pero la anécdota no dejaba de dar vueltas en mi cabeza y eso por una razón fundamental: si el más importante semiólogo del mundo no era capaz de entender el significado profundo de una corrida de toros, ¿quién podría serlo? La conclusión a la que llegué es que la comprensión de ese significado profundo residía en un entorno cultural, en aquellas personas que habían pasado la vida viendo toros y reflexionando sobre el universo, comprendiendo el significado del evento más allá de lo que se ve comúnmente en una plaza de toros, alguien que fuera capaz de comprender la vida, la muerte, la responsabilidad, el reto, la intención de dominio sobre la naturaleza, el éxito, el fracaso, el todo o nada en lo que tiene que ver con lo metafísico. Pero también el orden, la estructura, la forma, la técnica, en lo que tiene que ver con la actividad. Y además la emoción, el susto, la alegría, el miedo a lo que pueda pasar, la capacidad de ponerse en la piel del otro, en lo que tiene que ver con la observación.
Sin embargo, ¿no son todos estos conceptos, universales? ¿No están dentro del sistema de procesamiento simbólico humano? ¿Hemos dejado de comprender los ritos ancestrales? ¿Se han desvanecido todos los puntos de contacto con las cuestiones fundamentales de la humanidad?