Estimado Fernando:

Desde ayer estás recibiendo los mayores elogios que hayas podido recibir en tu joven, pero ya dilatada, carrera profesional. Y son justos, y hasta necesario que te los hagan. Muchos son los especialistas que, escribiendo o hablando de ti, te escatiman elogios; muchos sólo te valoran cuando aciertas con el gol, pero olvidan la labor de estilete que abre las defensas para la llegada de tu compañero y amigo Raúl o del resto del equipo. Olvidan que el fútbol es un juego colectivo, en donde gana el grupo, el conjunto, el equipo; por eso recibes siempre el apoyo de Jorge Valdano, pues esas son las señas de identidad que debe defender el director general de una empresa: el trabajo y la consecución de objetivos, en equipo. Está bien el fútbol arte y espectáculo, pero una empresa, y un club lo es, vive y permanece por los resultados. Por eso hoy recibes los elogios, por el resultado, por los goles, no por haber maravillado el juego. Por eso el, tu Real Madrid ha sido considerado el mejor equipo del siglo XX, el mejor de la historia.
Hablando de historia, ya perteneces a ella. Han tenido que pasar más de cuarenta años para que alguien lograra emular en el Real Madrid, marcando cinco goles, a un fenómeno como Puskas. Y no es extraño que lo hayas hecho tú; dos cosas te identifican con él: el amor a esos colores y la humildad en la vida y en el campo. Y no es fácil. No le vistes jugar y, naturalmente, tampoco pudiste tratarlo. El que suscribe, sólo de los futbolistas de élite, ha tratado a dos, a los dos. Y si bueno es el recuerdo, siendo un chaval, que guardo de cañoncito pum, igual o mejor es el que conservo de los ratos que me has dado la oportunidad de conocerte. La humanidad, sencillez del húngaro-español, sólo es comparable con la tuya, así como tu talante deportivo y personal. Sigues siendo, como lo era él, el chico del pueblo, Sonseca, que gusta de saborearlo todo con los suyos, los de siempre. Esa es tu grandeza, como lo era cuando Pancho ayudaba a un amigo sirviendo cañas en un bar de su barrio. Las mejores estrellas, siempre están en el cielo; no son los ídolos que elevan o derriban las masas a su antojo o capricho. La familia y los amigos de siempre, junto con esas estrellas del cielo, son el cobijo de cada día. Las estrellas, por tanto, no están en la tierra; en la tierra, lo mejor es que estén los hombres de bien. Y tú lo eres.
Al margen de esos elogios que hoy te dedican, sin excepción, está lo mejor del fútbol, su verdadera magia; esa que hace sentir felices a millones de personas a lo largo y ancho del planeta. Por ellos, además de por tu Club, mereció la pena lo de ayer. Son anónimos, pero viven y vibran con lo que hacéis cada jornada, cada partido. Da igual que no estén en el campo, quizás con más razón, por ello, son los que mejor reciben la buena nueva: ¡siete-cero! ¡cinco de Morientes!. Es impresionante cómo se puede recibir esa noticia en cualquier lugar del globo. Si hubieras visto las caras de satisfacción y alegría de tantos, que compartiendo otra alegría por una fiesta familiar, por un bautizo, inundaron sus ojos iluminados por los rayos, -efímeros, eso sí- de la magia del gol, de la magia del fútbol. No cambiaron el nombre del niño, poniendo el tuyo, porque ya se había celebrado el bautizo. A todos ellos, y muchísimos más, hiciste felices con tu gesta y a pesar de la resonancia e importancia que ello supone, te puedo asegurar que es lo más hermoso de vuestra profesión: hacer felices, sólo con goles, a tanta gente. Aunque solo fuera por eso, te deseo que sigas inundando las redes y las pupilas con goles como los de ayer. A ti te llegará posiblemente la recompensa profesional, que deseamos larga y fructífera, pero lo que será imposible, será borrar en tantos fieles los minutos de gloria vividos.
Por tus cinco goles te querrá mucha gente, por los cinco goles te alabarán muchos que hasta ayer te negaban; por esos goles disfrutarás de crédito futbolístico y durante más tiempo en el mercado, pero puedo asegurar que Fernando y Lucía, tus hijos, seguirán depositando en ti, como ayer, toda su confianza y cariño aunque no sepan nada de los cinco goles. Y es que como tu sabes, tu mejor Victoria, la tienes en casa.
Hoy me siento cómplice de esta historia. Sin ser protagonista de nada, tuve que vivir tantos años para depositar en tu mano amistosa el legado que otra mano amiga y madridista me dejó hace tanto tiempo. Y es que la humildad y el saber hacer goleador de uno, precisó de todos estos años, para caer en otras manos amigas que compartían los mismos ideales. Hoy con los brazos, como ayer con las manos y con el recuerdo presente del legendario Puskas, permíteme un abrazo, amigo. En nombre de tantos, ¡Gracias Fernando!.