¡¡Vaya que sí!!, existen dos fiestas. Una Fiesta con mayúsculas, que legitima el TORO, y otra que está avalada por la permisividad. No es ninguna contradicción, pues conviven allá por donde se celebre una corrida de toros, pero sí vienen a mostrar que existen distintas formas de entender lo que debería de ser una sola cosa: la FIESTA.
Decir fiesta, según algunos, es decir alegría, juerga, esparcimiento, motivo para disfrutar. No está mal y en ello estamos de acuerdo. Una fiesta, por ejemplo, es un cumpleaños y a nadie se le ocurre hacer de ello una exigencia, ni tan siquiera establecer unas normas de conducta; bastará con dejarse llevar por las mas elementales reglas de la diversión, o no, y estará todo resuelto. Existen de esa guisa muchos más tipos de fiesta y en todas se da rienda suelta a un acto lúdico y de diversión.
Existe también una fiesta, a la que llamamos Fiesta Brava y que da nombre a una tradición secular que se corresponde con el enfrentamiento del hombre, o mujer en estos dos últimos siglos, con una fiera: el Toro. Bien, pues esta Fiesta es con mayúsculas y se distingue para tal honor con una singularidad que no tienen las otras descritas. Quizás nunca se debería haber llamado así, pero lo cierto es que tiene nombre y apellido y sin ambos se convierte en una mas. Cuando nos referimos a la Fiesta Brava, deberemos hacerlo con mayúsculas y si es de otra índole, con minúsculas. Del mismo modo, cada una de las Fiestas de un lugar en concreto o de un Santo Patrón, también se les reconoce su singularidad con letra mayúscula.
Luego tenemos dos tipos de fiestas. En las corridas de toros, también. No es casual, entonces, que a las plazas acudan dos tipos de público completamente diferentes: los que van de fiesta y los que acuden a la Fiesta... Brava, sujeta a un ordenamiento y sometida a leyes. No es baladí esta separación. Se pone de manifiesto cada día y en cada plaza; Las Ventas de Madrid, donde más. Lo curioso es que ambos públicos se suelen encontrar -están de acuerdo- cada vez que en el ruedo se produce el milagro del Toreo, con mayúsculas, que es aquél que se ejecuta ante un toro íntegro y de acuerdo a la asunción, por parte del torero, del riesgo inherente al interpretar el toreo en autenticidad. Ante esa situación, el público en plena comunión es de un solo tipo. Vamos, que se encuentran... satisfechos e inmersos en la magia que supone ese maravilloso mundo del arte en presencia del toro.
¿Y cuándo se produce la separación real de los que van a la fiesta y los que van a la Fiesta Brava?. Justo, justo, cuando no hay toro. Cuando no hay toro, no puede haber Fiesta. En esos casos, aquellos que solo van de fiesta, tienen oportunidad de disfrutar de cuantos juegos o simulacros de toreo se hagan ante lo que sea: novillo, eral, toro despuntado, vaca, cabra o carretón; incluso de salón también está permitido disfrutar del toreo de cualquier matador. Ahora bien, todo deberá tener, -y tiene, por supuesto- distinta consideración y valoración. Bien es cierto que se puede aplaudir, vitorear y recordar. Pero de ahí a darle valor, premio o reconocimiento de gesta o catalogarlo de triunfo, va un abismo.
Recientemente, en estos días, entre los comentarios de nuestros lectores y a propósito de una actuación de Ponce en México con un “toro” regalado, se ha creado esa división. Por un lado están los que disfrutaron con el toreo practicado ante un torillo -esto lo aceptan todos- y que quieren elevarlo a la categoría de acontecimiento o gesta, mientras otros censuran abiertamente la situación colocándose en el lado de los amantes de la Fiesta Brava en plenitud. Entre todos, destaca Javier Ordóñez quien, con gran equilibrio y sensatez, manifiesta: “Cada uno da su razón pero hay una legalidad. El toro de regalo es "fuera de concurso" y el premio debe serlo también y las orejas no deben validar la salida a hombros. Un atleta después de eliminado no salta para obtener una marca. Saltará, pero no se valida su marca. Si toreó bien o mal con un toro escogido estará bien de hecho pero no de derecho”. Trasmite una opinión con mesura pero rigurosa, coincidiendo con lo que aquí se expone.
Cierto es, además, -abundando en sus razonamientos- que a boxeador alguno se le reconocería, que tras pelear con uno de su peso reglamentario, para contento de sus seguidores, se le permitiera a continuación darle una paliza a un boxeador de peso inferior. Si así se hiciese, lo disfrutarían sus más acérrimos seguidores, pero difícilmente sería aplaudido por el resto. Es más, sería calificado de mil modos y maneras, y ninguna sería buena para él. Claro que aquellos que solo hubieran acudido a ver a su boxeador favorito, con lo disfrutado viéndole juguetear con el boxeador de peso inferior, podrían sentirse satisfechos. Pero yo repito, a modo de pregunta ¿podrían sentirse plenamente satisfechos?.
De este modo, se pone de manifiesto cómo a las plazas acuden gentes que van de fiesta y otros que van a una fiesta específica: aquella en la que en plenitud se enfrentan un toro y un torero, llamada FIESTA BRAVA. Todos habremos disfrutado del toreo y las maneras de muchos toreros en tentaderos o festivales, que son los lugares adecuados para ese tipo de fiesta o exhibición, pero la historia no esta llena precisamente, ni siquiera tiene hueco para contar todas esas “hazañas” de los que figuran en ellas.
Con el prisma adecuado habrá que contemplar las dos fiestas. Aquella en la que está el TORO, es la buena y la que merece la pena ensalzar; la otra, no debería dar ni para un comentario, a salvo que ahora nuestros lectores llenen el espacio del que disponen y defiendan, con criterio objetivo, que las dos fiestas son iguales y merecen el mismo reconocimiento. Si así fuese, con acudir a los tentaderos tendríamos bastante. El TORO íntegro es el que marca la diferencia. Así, al menos, debe de ser, salvo que los que pagan entrada prefieran la metáfora del boxeador y permitan que el de peso superior le de una paliza al del peso inferior, sin exigir el equilibrio y respeto preciso. No obstante, si eso fuera así, para ello habría que cambiar el enunciado de los carteles.