El mundo del toro está consternado por la muerte de su ganadero emblema, el famosísimo Paleto de Galapagar al que todos conocíamos como Victorino Martín Andrés. Parece que fue ayer pero han transcurrido más de cincuenta años cuando, un muchacho atrevido, de campo, audaz, luchador, bohemio e iconoclasta en lo suyo, compró la ganadería de Escudero Calvo que, por aquellas calendas dicha ganadería estaba sentenciada a muerte. Puro encaste Santa Coloma, es decir, la flor y nata de la cabaña brava española pero, en aquellas manos, todo parecía perdido.

Victorino Martín flaqueado por su hijo y por el maestro Andrés Vázquez
Seguramente, en aquellos años no sabemos qué le pudo más a Victorino, su juventud e inexperiencia o su deseo apasionado por recuperar una sangre brava en la que él creyó desde el primer instante en que pidió prestado el dinero para su adquisición. Lo que si quedaba latente y de puro manifiesto era su grandeza como aficionado, su convicción al respecto de lo que quería hacer que, al paso de los años convenció a todo el mundo; hasta sus detractores le tenían respeto porque, como sabemos, verdad solo hay una y, ésta, como se demostró, era la de Victorino Martín Andrés; una verdad en la que él se sostenía y de la que por supuesto alardeaba, justamente, en un mundo mediocre y adulterado como el de la ganadería brava española.
Desde sus inicios en que, Antonio Bienvenida, Andrés Vázquez, Dámaso Gómez y una larga lista de diestros de aquellos años, todos comprendieron la grandeza de dicha ganadería para enfrentarse a dichos toros con la completa convicción de que repartían triunfos y cornadas, todo a la par. Pero ese era el secreto de Victorino Martín, su propia grandeza, su verdad ante lo que estaba convencido, la que le abocaba a retar al primero que se pusiera enfrente.
Convengamos que, a la par de Victorino Martín, en los cincuenta últimos años, muchos ganaderos fracasaron por ser súbditos de las figuras; los más, tuvieron que adulterar el producto para que los que ejercían el liderazgo como toreros pudieran matar sus toros.
Mientras todo eso ocurría, Victorino Martín seguía siendo el rey de la camada brava española porque sus toros eran reclamados por las empresas y, ante todo, por esos valientes de auténtico lujo que le dieron fuste a una fiesta malherida por culpa del medio toro.
No podemos despedir a Victorino Martín sin citar al que ha sido el más grande de los toreros al respecto de sus toros, nada más y nada menos que, como diría Matías Prats, el gran Paco Ruíz Miguel que, si no recuerdo mal, han sido casi cien tardes enfrentándose a los duros toros de Galapagar; digamos que, el maestro de la Isla de San Fernando resultó ser el número uno frente a dichos toros, un galardón que lleva prendido dentro de su corazón y del que Victorino se sentía muy orgulloso.
Victorino lidiaba toros buenos y, como él dijera, algunos le salían como alimañas, como les bautizara el mismo Ruíz Miguel; pero siempre toros de triunfo en su mayoría puesto que, frente a los toros del ganadero de Galapagar nadie nunca se aburrió; le salió de todo, como a cualquiera, pero siempre bajo el denominador común de la grandeza como toro bravo. En estos años, Victorino se convirtió en santo y seña en Madrid, como en Francia y, a la par, en todas las ferias de prestigio por nuestra piel de toro, justamente, en todos los lugares donde querían que el toro fuera el rey; esa era la ganadería de Victorino Martín que, en su honor, la lacra del maldito afeitado nunca le afectó.
Se nos ha ido un hombre singular, un ganadero muy peculiar, un hombre apasionado por la ganadería brava que no necesitó otra alquimia que su propia verdad y su obcecada misión por ser el mejor al respecto de lo que entendemos como un toro de lidia; jamás tuvo altos ni bajos; le salieron, como digo, toros de toda clase y condición pero, como se demostró, su nombre pudo con todo y con todos.
Hasta ahora, el nombre de Victorino Martín Andrés hacía correr ríos de tinta en su honor; a partir de ahora, su leyenda, la que se granjeó a pulso le seguirá dando mucho más gloria de la que disfrutó en vida.
Descanse en paz un ganadero ejemplar y un hombre modélico.