Tal día como hoy, hace 65 años, vino al mundo un gitanito que, pasado el tiempo, alcanzaría la genialidad dentro del mundo de los toros. Ahora, evocar la figura de este torero singular, me produce un placer indescifrable. Es él, Rafael de Paula, el hombre, el torero, el artista que, con su magia inundaba los ruedos del mundo. Una pena que, el tiempo haya recluido en sus aposentos sanluqueños a este torero que, en activo, era pura magia y embrujo. Motivos de edad, obviamente, le impiden seguir en activo pero, los aficionados, jamás olvidaremos lo que este hombre ha supuesto para la fiesta. Por todo ello, añorar ahora a Rafael de Paula es un motivo de satisfacción, una dicha indescifrable puesto que, a lo largo de su vida, como torero, supo embrujarnos y, a su vez, dejar faenas inolvidables que, muchos años después, todavía viven en nuestra mente. Porque, no olvidemos que, el arte es eso, aquello que prendió en tu corazón y que, al paso de los años, vive en tu mente, como sentenciara don Antonio Bienvenida, al ser preguntado por el arte.
Rafael de Paula ha sido algo más que un torero; como él confesara, era un artista. Toreros existen muchos; artistas, no tantos. Y este gitano singular estaba encuadrado en el excelso grupo de hombres que, pasado el tiempo, se convirtieron inolvidables. ¿Acaso ha olvidado alguien aquella inenarrable faena del 1987, en la feria de otoño de Madrid? Aquel monumento a la creatividad y al arte, vivirá en la mente de Rafael de Paula y, por supuesto, en la de todos los que tuvimos la fortuna de contemplar tan magna faena. Al respecto, el inolvidable Joaquín Vidal dijera aquello de, “Nunca el toreo fue tan bello”; y tenía razón puesto que, lo que vimos aquella tarde, difícilmente, a lo largo de nuestra vida, podremos olvidar.
Yo siento, ahora mismo, al hablar de Rafael de Paula, la nostalgia por el que ha sido creador; por el torero al que tuve la suerte de tratar, el gusto de conocer y la dicha de admirar. No era un torero cualquiera; era, ante todo, un artista consumado que, la vida, como hombre, quizás no le dio el trato que en verdad merecía pero, a su vez, le queda la gloria de la inmortalidad y, dicho patrimonio, no es propiedad de cualquiera. Hoy, en su fiesta particular, en su efemérides tan singular por haber venido a este mundo, como aficionado, siento la dicha de poder contárselo a la afición y, al mismo tiempo, evocar estas líneas como recuerdo a un artista de su talla que, pueden pasar mil años hasta que nazca otro como él. Hablar de Rafael de Paula es conversar con el arte y, como sabemos, el arte es inmortal.
Como todos los seres plagados de genialidad, Rafael de Paula, no supo ser entendido por la gran mayoría y, se abocó, por dicha razón, ante esa ingente minoría que, a diario, solía darle la gloria necesaria de los aplausos y de la admiración lógica ante alguien, como era su caso, totalmente distinto al resto de sus compañeros. Ciertamente, los grandes manjares de la vida, no están al alcance de todo el mundo y, el toreo de Rafael de Paula, era el más puro manjar para el alma de todo buen aficionado. Ahora, pasados los años, tendrá más o menos gloria crematística; a nadie nos importa. Pero le queda, como antes decía, el fruto de la inmortalidad, el fruto de lo inolvidable y, a su vez, que su persona haya sido motivo y causa para que, en su vida activa, le escribieran las mejores crónicas, los versos más bellos y las sentencias más ecuánimes. Nunca el toreo fue tan bello. ¿Existe una frase más hermosa para definir a un artista con su obra?
Desde nuestras páginas, queremos trasmitir al maestro la dicha de saberle entre nosotros y, a su vez, mostrarle la satisfacción que, como aficionados, somos capaces de sentir. Humildemente, pero con todo el sentimiento posible, sólo cabría decirle una bella frase al maestro: Que Dios le siga bendiciendo.