Los aficionados teníamos la sensación de que Diego Urdiales pernoctaba en la “cárcel” de la indiferencia empresarial cuando, de repente, como pudimos ver, ayer escapó de dicho maleficio y se presentó en la puerta de cuadrillas del coso bilbaíno para hacer el paseíllo. ¡Qué raro parecía todo! Tampoco tanto puesto que, injusticias empresariales al margen, debemos de convenir que Diego Urdiales es santo y seña en el coso de Vistalegre.
Ante todo, ver vestido de luces al riojano nos causó una sensación hermosa. Hasta sonreía tras su labor. Aquello de saberse artista en su feudo natural le motivó y, así lo percibimos todos. Todo un crimen lo que están cometiendo con este muchacho que, a naturalidad no le gana nadie; lo cual viene a certificar su condición de artista. ¿Es pecado ser artista o así es considerado por los aficionados cuando los pudientes del gremio empresarial no le han puesto el sello de figura? Sin duda, pecado mortal. No cabe otra lectura.
Diego Urdiales es aclamado en la vuelta al ruedo el Bilbao
Claro que, Urdiales no desfallece; yo tampoco lo haría convencido de la valía que ostenta el chaval. Tiempo al tiempo. No hay prisa cuando como sabemos el arte es eterno. Le quedan muchas lunas por vislumbrar a este artista al que admiramos por su condición de lidiador, por su pureza, por su sentido armónico de la torería, por su capacidad tan intensa que, a su vez, resulta inmensa.
Ayer en Bilbao, como ejemplo, pudimos ver las dos caras de la tauromaquia de Diego Urdiales; vimos cómo se zafó de las brutales y descompuestas embestidas de un toro sin clase y con mala leche; un toro que quería herir, buscar muslos inéditos para el gozo de destrozarlos. Pero ahí estaba el diestro de Arnedo con su capacidad lidiadora. A su vez, ante un Victorino de noble condición pero sin olvidar la rama de su árbol, Urdiales anduvo entre la torería y arte, todo ello a golpes de corazón para enardecer a los aficionados allí presentes y, gracias a la TV, hasta los ausentes que, para su beneplácito éramos cientos de miles. Toda una clase práctica de la más absoluta verdad en la que, sin milongas ante toros mortecinos al estilo “poncista”, Urdiales reverdeció, junto a la verdad, la magia de su toreo.
Todo se vende, nada es más cierto. Algunos, hasta se han creído que la verdad radica en la lidia de un burro fofo sin mala intención alguna que, como cuando se torea de salón, resulta hermoso. Lo dicen, lo promulgan y muchos se lo creen. Miren el video de la corrida de ayer en Bilbao, hagan las comparaciones oportunas y todo el mundo comprenderá la verdad de la VERDAD.
Diego Urdiales, una vez más, silencios sepulcrales de otras plazas a los que le someten, en Bilbao dictó una lección hermosa, tan bella como su alma; esa forma de jugarse la vida a sabiendas que, en el mismo instante era un creador de una obra sensacional, su satisfacción debe ser infinita.
No existe, digámoslo muy claro, nada más bello que ver cuando un hombre crea arte y, a su vez, se está jugando la vida, justo lo que ayer hizo Urdiales en Bilbao; lo demás son todo sucedáneos que, en su momento, hasta pueden saberle a gusto a los ignorantes, pero que un día después nadie se acuerda de nada. Por el contrario, cuando el toreo se hace de verdad, su estigma queda clavado en el corazón de los aficionados, por ello, Urdiales es insustituible en Bilbao.
En realidad todo es más sencillo de lo que parece. Fijémonos que, de entre los muchos toros que le han embestido en Bilbao a Urdiales, los que ha aprovechado por completo, el día que un enemigo le quiera colaborar en Madrid, permitiéndole, sin duda, el triunfo que tiene pendiente con la cátedra, su panorama cambiará de la noche a la mañana; pero los del cambio serán los empresarios, nunca los aficionados que, todos, sin distinción, pese a trabas o mala suerte, como le queramos definir, con Urdiales estamos ante un torero de época; hoy lo decimos nosotros, algún día lo dirán todos.