Hoy, este homenaje mensual a Vidal, nos trae “El Inclusero, opositor a cátedra”. La crónica que les prometí hace unos días cuando hablaba de Valdemorillo.
Como vengo haciendo todos los meses, dada la tacañería con la que su periódico, El País, no le recuerda ni a él ni a la Fiesta, traemos una nueva crónica del maestro. Creo que es el mínimo homenaje que merece la memoria y la literatura de quien fue líder en la defensa de la Fiesta. Y que nadie piense que era un derrotista, que todo lo veía con pesimismo. Nada más cierto, entre las distintas crónicas que vamos reeditando, se puede apreciar la ilusión y la pasión que ponía para ensalzar el toreo y la Fiesta que defendía. Si criticaba determinadas actuaciones, era en aras de preservar, precisamente, la Fiesta que defendía. Cuando, como en la de hoy, tenía ocasión de cantar lo que había visto y sentido, no le faltaban elogios para los toreros.
Para mí, que también viví aquella tarde, lo dejé dicho en ese artículo reciente sobre Valdemorillo, estuve de acuerdo con la crónica del maestro ya que presencié una de las mejores faenas que he visto en mi larga trayectoria de aficionado. El titular de la mía, que nunca publiqué, era “Una página de la Historia del toreo está vacía” referida, naturalmente, a la que tenía que llenar El Inclusero. Tal coincidencia con invocar no solo un éxito, sino más allá: él la Cátedra, yo la Historia, hizo que de ahí naciera “La Reserva del Toreo”. Una aproximación a la preservación de los valores del Toreo y que publiqué al siguiente año, 1983. Hoy están reeditados los artículos de la serie en mi sección de opinión en fechas de finales del año 2000.
Por todo lo dicho, es una fecha de gran recuerdo para mí y una más en las que Joaquín Vidal tuvo ocasión de poder contar y cantar lo presenciado. Quienes dijeron de él que era un amargado, confundían, deliberadamente, sus intereses y sus preferencias personales por determinados toreros a los que él, en ejercicio de su profesión, se veía en la necesidad de criticar en función de sus actuaciones. Era todo lo contrario, un enamorado del toro y del buen toreo y aquí ya hemos tenido ocasión de ponerlo de relieve. Guárdense aquellos que creen que los cronistas taurinos tenemos fobias a los que ellos admiran, pues sólo nos mueve la ecuanimidad, la autenticidad y la independencia. Justo, justo, los valores que tenía y defendía Joaquín Vidal.
“El Inclusero, opositor a cátedra”
Desde que se nos fue Don Antonio (obviamente, don Antonio Bienvenida), la cátedra de Tauromaquia está vacante. Desde entonces, y para algunos diestros de buen hacer, se siguen empleando calificativos tales como maestro, doctor, catedrático, pero no hay tal. Don Antonio no ha sido sustituido, al menos con todos los requisitos y pronunciamientos de rigor. Para cubrir su puesto son necesarias oposiciones a cátedra. Y uno de los opositores más preparados, entre los poquísimos que hay con las condiciones mínimas para ganar plaza, es Gregorio Tébar, que dice llamarse, pero no ser, El Inclusero.
El año pasado, en Las Ventas, ya dio unas cuantas lecciones prácticas que fueron muy comentadas, pero la de ayer en Valdemorillo tuvo tal aroma que permanecerá mucho tiempo en el recuerdo. Torear en Valdemorillo no es empresa baladí. Valdemorillo será un simpático pueblín (a mucha honra) pero por San Blas, y para el toreo, se convierte en plaza de arte y ensayo, a donde acude lo más granado de la sesuda afición madrileña, considerada la primera del mundo.
Tuvo El Inclusero, para recitar sus temas, un toro tan flojo que se le quedaba peligrosamente en la suerte, al que exprimió toda posibilidad de sacarle hasta el último pase, y otro de boyantía excepcional, al que construyó una de las faenas más reposadas y bellas que se hayan producido durante las últimas temporadas. En ambos estuvo con ese empaque inconfundible que tienen los que llevan el toreo en la cabeza y en el corazón, y en ambos cuajó estupendos lances a la verónica y muletazos de extraordinaria factura.
Mejores, por supuesto, los de la segunda faena, que resultó impecable en el toreo en redondo, en los remates de pecho, en los desplantes. Y que alcanzó momentos de calidad suprema cuando dibujó tres o cuatro derechazos con la figura relajada, cargando la suerte, llevando toreada la res hasta el límite del último vuelo de la franela.
La corrida, muy bien presentada, se vino abajo a partir del primer tercio, entre otras razones porque la picaron con el ensañamiento habitual, atrás y bajo, que es donde el castigo mata. Juan José, que resultó con la taleguilla destrozada en un volteretón, también instrumentó buenos derechazos y se mostró valiente y voluntarioso. Sánchez Puerto dio buenas verónicas mejoradas en dos medias, toreó bien en redondo a un toro flojísimo, y en otro de gran nobleza, aunque su muleteo fue animoso, no consiguió la réplica de torería y arte que este diestro lleva dentro y que permitían las condiciones de la res.
Valdemorillo, 6 de Febrero de 1982
Joaquín Vidal