Se vierten, se han vertido, se verterán ríos de tinta todavía sobre los acontecimientos y las consecuencias del ataque terrorista del pasado 11 de Septiembre. Necesariamente se llenarán periódicos y horas de audiencia en radio y televisión informando sobre el desarrollo de la contraofensiva lanzada por los Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y el conjunto más amplio jamás pensado de países adheridos a una causa. Todo por la sospecha, confirmada según las investigaciones efectuadas, de que tras los atentados están los más radicales brazos ejecutores del archifamoso Bin Laden. Y éste, ni corto ni perezoso, fundamenta dichos ataques terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono y a cuantas personas infieles los habitaban, así como los pasajeros, también infieles, de cada uno de los aviones, en que todo ello forma parte de lo que él llama pomposamente guerra santa.
No voy a discutir sobre culturas, religiones ni civilizaciones, mi bandera es únicamente la libertad. No voy, ni tan siquiera, a valorar lo que unos y otros columnistas vienen manteniendo en el amplio muestrario de la prensa mundial. No quiero escandalizarme por aquello que mantiene Oriana Fallaci ni tampoco por mantener posturas más diplomáticas, o simplemente por lo que se ha dado en llamar lo políticamente correcto. Siendo posible el tener o mantener opinión al respecto, de acuerdo con la libertad de expresión que nos hemos concedido en los estados democráticos, prefiero simple y llanamente defender -dialécticamente, eso sí- mi opción.
Si poder llevar a mis hijas a la escuela es ser infiel, prefiero ser infiel. Si poder afeitarme por las mañanas es ser infiel, prefiero ser infiel. Si tener amplio acceso a la literatura universal es ser infiel, prefiero ser infiel. Si disfrutar de la mínima tecnología en el hogar es ser infiel, prefiero ser infiel. Si garantizarme el conjunto del cuidado de la salud de mi esposa e hijos/as es ser infiel, prefiero ser infiel. Si disfrutar de buenas carreteras que permitan el acercamiento de los pueblos es ser infiel, prefiero ser infiel. Si tener la oportunidad de ver la televisión, que me puede acercar a conocer otros países, otros paisajes, otros modos de vida es ser infiel, prefiero ser infiel. Si exigir a los gobiernos que garanticen la sanidad y la adecuada alimentación de su población es ser infiel, prefiero ser infiel. Si anhelar que el progreso humanístico y tecnológico llegue a mí y a los míos es ser infiel, prefiero ser infiel. Por resumir, si no estar en contra de que los beneficios del sol puedan acariciar la piel –no estoy hablando de nudistas, que es otra opción de ellas- de las mujeres de mi casa es ser infiel, prefiero ser infiel.
Estas entre otras muchas cosas defienden o parecen defender los gobernantes -talibanes según el plural español- del país que da asilo al hombre más buscado; quien con sus dineros financia más la guerra que la paz; más la barbarie que la alfabetización de un pueblo; más el abastecimiento de armas que de alimentos para la necesidad de sus hermanos. Son sus opciones y aún lamentándolo -como así venía siendo al no ser mas que tres los países que mantenían relaciones diplomáticas- nadie se lo iba a impedir. Pero pretender que a golpe de martillo o de martirio se puede someter al llamado mundo infiel, va un abismo. El respeto hay que ganarlo y para ello nada mejor que respetar la libertad de los demás. Por ejemplo: la del pasajero de la fila 12, asiento C de uno cualquiera de los aviones estrellados.
Pero también se que existen comunidades de árabes y musulmanes que hacen de la tolerancia bandera; que utilizan su religión para su espiritualidad y no como arma arrojadiza contra quien no piensa como ellos; que protegen la Carta de Derechos Humanos de la misma forma que cualquier occidental; que la moderación y el respeto no lo utilizan como algo políticamente correcto, sino que forma parte de la misma necesidad que sentimos otros para la convivencia querida entre los pueblos. Por todos ellos, que no hacen del Islam un ariete para arremeter contra los que no confiesan su fe; por ellos, su tolerancia, su respeto hacia los demás y por que todo ello representa la bondad, sería posible que un día cualquiera dejara de ser infiel.