Es indiscutible que una corrida televisada no puede sustituir la que se ve desde el tendido de una plaza pero, como dice el refrán, a falta de pan buenas son tortas. A propósito de esta socorrida frase debo confesar que siempre me pareció absurda, hasta que alguien me explicó su origen: Se dice que su autoría corresponde a Luis XVI quien, cuando sus preocupados consejeros le explicaron que los súbditos no tenían pan para comer y el descontento popular podría estallar en una revolución, el despistado monarca respondió: Si no tienen pan, que coman tortas. La mala administración del poder, el boato con el que premió a sus serviles cortesanos y su indiferencia a las necesidades de su pueblo, lo llevó finalmente al cadalso donde fue decapitado. Con lo dicho no estoy sugiriendo nada contra nadie que se le parezca pero la anécdota tiene su moraleja.
En América no tenemos posibilidad de asistir a corridas de toros con la frecuencia que quisiéramos y el verlas en la caja boba (aunque sean comentadas de manera más boba aún) suple tal carencia. Gracias a ella, tenemos la oportunidad de ver faenas de las que, en otros tiempos, solo habríamos tenido noticias por diarios y revistas. Entonces, sólo si nos topábamos con alguien que hubiera estado en alguna de ellas podíamos obtener mayores detalles aunque, claro está, de acuerdo al criterio de quien nos contara la historia, siempre aderezada con algo de su propia fantasía.
Con la TV es diferente. Podemos apreciar sin intermediarios aquello que está pasando a miles de kilómetros y llegar a nuestras propias conclusiones. No sólo en lo que a toreros y ganado se refiere, sino sobre muchas otras cosas que rodean la fiesta brava en cada país. Comparadas con lo que sucede en el nuestro, reparamos que tenemos virtudes y defectos (sobre todo estos últimos) que nos son comunes. En otros casos, marcadas diferencias. En Lima, donde se ha suspendido el programa Tendido Cero de España, las únicas corridas televisadas son las de la temporada grande mexicana.
Algunos aspectos han llamado mi atención y no puedo evitar hacer un comentario al respecto. En primer lugar, la marcada diferencia de público asistente a una corrida y otra. Mientras que un día, el mayor coso del mundo, se muestra casi vacío con cinco o seis mil personas, otro luce esplendoroso con más de cuarenta mil. Es cierto que un cartel como el del pasado sábado 5 de febrero, con dos figuras españolas como Ponce y El Juli al lado de El Zotoluco máximo exponente de la coleteria azteca, convoca mucha gente dentro de la cual se encuentra abonados, aficionados no abonados, gran cantidad de golondrinos, curiosos y los infaltables figuretis que gustan dejarse ver, pero… ¿tanta puede ser la diferencia con la asistencia a otra corrida de cartel menos atractivo como la que se dio el día siguiente? La única explicación es que el grueso del público asiste a las corridas importantes y a las otras sólo los abonados que, como público cautivo, va a la plaza porque tiene pagada la entrada. De ser así, coincide con lo que sucede en Acho donde el número de abonados es insignificante en relación con el aforo de la plaza. Otra coincidencia negativa se da en la generosidad con que el juez de plaza (presidente) otorga trofeos a toros y toreros, restándole seriedad al espectáculo.
Como invitado de lujo en el callejón, alcancé ver al plumífero español que cada temporada es contratado por la empresa de Lima para que, desde un diario, una revista y dos veces por semana en un programa radial, diga lo maravillosa que va la feria y despotrique de los periodistas que opinan en contrario. Verlo allí me hizo pensar mal del empresario mexicano.
Los periodistas que tienen a su cargo la narración de la corrida, no cumplen con describir, aclarar y, en lo posible, educar al televidente, informándole con opinión crítica, lo que sucede en el ruedo. Lejos de ello la pasan conversando y contándose anécdotas sobre temas y toreros de otras épocas cuando no justificando aquello que deberían señalar como defecto. Tal el caso de la repudiable práctica de ronda de peones que se aplica sin excepción al toro herido con el estoque para, según explican con descaro los comentaristas, producirle destrozos internos que le provoque la muerte. Acción innoble contra un animal que merece una muerte digna a manos de un profesional que respeta su oficio. Me indigné ante los comentarios de estos malos periodistas, la indiferencia del público y la pasividad del presidente de plaza que no sanciona la falta que viola el Art.70 del Reglamento Taurino de México D. F. cuando dice: A los peones les está prohibido abusar del capoteo después que el matador haya herido al astado. Ese darle vueltas al toro sobre si mismo es el abuso del capoteo llevado al extremo.
Por otra parte, he podido apreciar con beneplácito que en México no se otorga al matador las “orejas simbólicas” del toro indultado, como sucede en Acho. Lo prohíbe el artículo 76 de su reglamento y debería ser considerado en el nuevo reglamento que se está elaborando para el Perú. Siempre me ha parecido un despropósito premiar al torero porque el toro es excelente. Si bien el pasado 5 de febrero El Juli estuvo extraordinario con el que indultó, en otras ocasiones el torero no está a la altura de las circunstancias y es rebasado por el astado, no obstante lo cual, es premiado con las “orejas simbólicas”. No me parece justo. ¿En donde queda entonces aquello que las orejas se ganan con la muleta pero se cortan con la espada? Aplicando este principio, muchos matadores luego de realizar faenas de antología no han ganado orejas por fallar con el estoque. Si esto es lo correcto ¿cómo puede entregársele trofeos, simbólicos o no, a quien no ejecuta la suerte suprema? La solución a la mexicana es simple: quien no mata su toro, no recibe orejas.
Otro aspecto interesante es que el reglamento mexicano permite el toro de regalo que en el Perú está prohibido por razones que nunca llego a comprender. El principal argumento es que quien regala un toro está en ventaja frente a sus compañeros porque tiene otra oportunidad para lograr el triunfo y conquistar el trofeo en disputa -en el caso de Lima: el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros. Frente a ello tendríamos que ponernos a pensar la ventaja que tiene el toreo que viene a matar diez de los treinta toros de la feria – como sucedió en el 2003 con César Jiménez- frente al colega que sólo ha de matar dos en la única corrida a la que ha sido contratado. En todo caso podría establecerse como norma que los toros de regalo no sean considerados al momento de evaluar la labor del diestro para la entrega de premios. Con las pocas corridas al año que tenemos, no deberíamos ponernos exquisitos y rechazar la oportunidad de ver una faena gratis. Póngase la mano al pecho amigo lector y respóndame sinceramente: ¿Estaría usted dispuesto a negarle un toro de regalo a El Juli, Ponce o al propio José Tomás –si, como se espera, vuelve a los ruedos? Yo no.