Emilio Martínez, en entrevista con Pla Ventura, no puede evitar, con razón, hacer una referencia al aspecto negativo de los artículos de opinión de esta página. Vaya por delante que al periodista le parece de lo más normal el pesimismo de nuestros escritos, atendiendo a la situación en la que se encuentra la fiesta hoy en día. Es curiosa la casualidad: no hace mucho, hacía yo balance de los artículos que hasta ahora les había mostrado y la conclusión a la que llegaba era exactamente la misma. Creo que sólo en uno de los seis que llevo he conseguido salirme de esa línea. Y la verdad es que a uno le gustaría presentarles a ustedes un artículo bonito positivo y optimista, uno de esos que hacen afición, de esos que salen cuando Dios o el Diablo te tocan el hombro izquierdo. Pero coincido con Emilio Martínez en que las cosas están muy difíciles en esto de la tauromaquia y, a la fuerza, el aficionado no puede encontrar más que desdicha y de eso habla, siempre con tristeza, eso sí.

Hoy nos podría alegrar el inicio de la temporada taurina en la localidad de Valdemorillo, por San Blás, que regala toros además de cigüeñas o nieves. Parece ser que los aficionados, conforme se acercan al pueblo de la sierra madrileña, no pueden evitar pensar en ese torero eterno, ya casi eternamente retirado de los ruedos, en ese José Tomás hierático, el de la izquierda larga y pausada, el torero genial de Galapagar. El que cautivaba y despertaba pasiones, el que volvió a llenar las ferias de incondicionales, de esa especie que pensábamos en extinción desde la desaparición de Paula y la retirada de Romero y sus verónicas siempre presentes,  naturales de ensueño (¿cómo no iban a crear ellos incondicionales?). Y piensan todos lo mismo y no hay ni uno que se salga del redil: “¿Volverá Tomás, llamado a ser un grande entre los grandes?”. La pregunta se repite año tras año – y son ya muchos- y la respuesta sigue siendo la misma (ya ustedes la conocen). Es exactamente lo que pasa siempre por estas fechas, desde que el de galapagar decidiera desaparecer del toreo sin dar explicaciones.

Otra de las cosas comunes en esta época son los cierres de los nuevos apoderamientos y sus correspondientes notificaciones. Así que uno se desayuna un día con que Jiménez se va con Arranz y otro con que Abellán deja a la casa Choperita, en lo que pretenden anunciar como un acto de valentía al separarse de tales señores, siempre fuertes, ahora intocables. Sin embargo en el caso Abellán no me preocupa el torero, me preocupa bastante más su nuevo contrato y las connotaciones que este apoderamiento puede tener para el panorama taurino. Y es que el diestro de Madrid se muda a la casa de Vitoriano Valencia y eso, queramos o no, da mucho que pensar y no precisamente para bien ¿Cómo alternará Victoriano Valencia esta nueva relación profesional con la dirección de la carrera de su yerno Enrique Ponce, principal figura del momento? También leemos que Ruiz Palomares decide apoderar –aunque él prefiere decir ayudar- a Juan Diego y entonces es cuando ya uno se echa las manos a la cabeza y le da por presagiar lo peor: la posible retirada del maestro. Cuando menos, una reducción de sus actuaciones para ir terminando poco a poco. Cierto que Victoriano ha llevado la carrera de otros diestros antes de encargarse de la de Ponce. Pero, si no me equivoco, nunca Juan Ruiz había apoderado a ningún otro torero que no fuera el de Chiva. Si acaso colaboró en la ayuda de Rafaelillo, pero no mucho más (si me equivoco háganmelo saber). Sin ser demasiado mal pensados podemos llegar a suponer que ambos apoderados preparan su naves para un próximo viaje, sin Ponce a bordo.

La presunta retirada de Ponce haría un mal a la fiesta superior al que supuso la de José Tomás y ya aquella fue grave. Con la supuesta marcha de Ponce el toreo actual quedaría huérfano de figuras, campo abonado para triunfo de la mediocridad y lo que es peor, semillero para la aparición de nuevos fenómenos de esos que llaman de marketing. De todos es sabido que los tiempos de crisis fomentan la aparición de líderes inadecuados, de mandones que lo son más por las circunstancia del momento que por sus capacidades reales. El caso de la tauromaquia sería el de un reino de ciegos que busca desesperadamente a su tuerto rey. Ya periodos anteriores han servido para colocar en el escalafón a demasiados tullidos, de los que no hay manera de desprenderse; esos que todavía viven de las rentas aquellos tiempos de dudosa gloria.

Debemos, no obstante, hacer estudio y analizar qué han supuesto para la tauromaquia las últimas apariciones de toreros de marketing. Tendemos a relacionar a este tipo de toreros con el fraude y no hay rareza en ello si observamos lo que el marketing nos ha dejado en los ruedos. Sin embargo, hay algo que debemos agradecer a este tipo de campañas taurino-comerciales: llevan nuevos públicos a las plazas y siempre queda la posibilidad de que una buena parte de ellos se conviertan al taurinismo. Sólo eso es positivo. El resto suele ser toreo malo, toro no íntegro e imposiciones sin méritos. Lo ideal sería una campaña de marketing que aportara toreros buenos a la fiesta. La historia nos ha dado algunos casos. Hagan ustedes memoria y les saldrá el resultado. No siempre la publicidad es tan mala.

Me preocupa el futuro de Ponce porque en él está el futuro de la fiesta; así de duro. Igual que me preocupaba que le prestáramos tanta importancia a la desaparición y reaparición de Morante, torero al que admiro y con el que disfruto, y mucho, pero que aún no ha sido nadie importante en esto. Tal y cómo estaban entonces las cosas parecía que habíamos perdido a una gran figura. Y no era así. Morante hoy reaparece y por supuesto, ha perdido el sitio ¿Volverá a ganarlo? El caso es que nunca tuvo sitio de figura. Quizás sí de figura potencial, pero no real. La carencia nos hace añorarlo ahora como si lo hubiera sido y la realidad es que nadie más prometía futuro en aquel momento. Hoy, desgraciadamente, sólo nos queda Ponce. Y en esas estamos, que ya no sabemos a qué quedarnos y cualquier gota de agua se nos convierte en un océano en tempestad. Luego decimos que somos negativos, que nos gana el pesimismo. Ya ni figuras tenemos.