El café descafeinado podría ser el titular que resumiera la fiesta actual en la que participan las figuras del toreo. Como sabemos, el café auténtico está buenísimo; el descafeinado también se consume, pero no es lo mismo. O sea que, los aficionados apelamos por el toro auténtico, el de casta, el que proporciona la suficiente emoción para que vibre el espectador pero, en la actualidad, respecto al mundo de las figuras todo es descafeinado, en Alicante hemos tenido una prueba de ello.
Desdichadamente, los que buscamos la grandeza y autenticidad en el mundo de los toros somos una minoría; posiblemente porque la gran mayoría desconocen cómo es la grandeza de la fiesta y se conforman con poco que, para colmo, lo engrandecen como si se acabara el mundo.
Ahí están los toros de la rama Domecq que lo dicen todo. El propio Juli que se trajo bazo el bazo los toros de su casa, hasta le dieron la vuelta al ruedo a uno de sus pupilos. Toros sin maldad, sin el menor atisbo de emoción con los que se les podía hacer diabluras como así sucedió. El Juli se marchó de Alicante como un auténtico triunfador.

Un ejemplo de los toros que se han lidiado en Alicante
Es cierto que, con tanta bondad empalagosa, Paco Ureña se volvió loco de la alegría; para el diestro de Lorca era un pastel demasiado bueno. Claro que, los aficionados, acostumbrado a ver a Ureña con el toro de verdad, con el medio toro no dice nada. Y con semejante material, el tal Rivera Ordóñez se marchó de Alicante con una oreja de regalo y con la rechifla general en su segundo enemigo.
Con los toros de Juan Pedro venía yo observando a Enrique Ponce y puedo asegurar que el diestro de Chiva le quedan veinte años más como diestro en activo. Es decir, toreó con Manzanares padre, ahora con el hijo y, sin duda alguno tiempo al tiempo, toreará con el hijo del José Mari actual que, como vimos, dio la vuelta el ruedo con su padre. Tras la misma, Ponce, saludaba al niño y con toda seguridad que le dijo: “Ve aprendiendo que te espero para vernos las caras”
Tenemos Ponce para rato. Académico, pulcro, maestro, técnico, todas las virtudes que le queramos añadir siempre serán pocas. Repito que, con los animalitos de Lo Álvaro, Ponce tiene cuerda para rato; más que torear, en Alicante ejerció de enfermero, pero como lo hace con tal pulcritud que, hasta la queda hermoso.
Manzanares hizo la faena de la feria; con estos animalitos no tiene rival; ya pueden intentarlo todos que, a su lado, fracasan. No hubo emoción alguna en su toreo, pero sí una estética insuperable. Si lo que les hizo a los toretes de Juan Pedro se lo hiciera a un toro encastado estaríamos hablando del más grande de los toreros. El que disfrutó más que un marrano en un charco fue López Simón; diabluras les hizo a sus animalitos, hasta el punto de que las gentes creían que se estaba jugando la vida; con el toro moribundo al final de la faena, Simón se engrandeció.
Puerta grande para López Simón junto a Manzanares. Y no les acompañó Ponce porque marró en el segundo enemigo de su lote. El triunfalismo se daba cita una vez más en Alicante, pero es lo que hay, no tenemos otra cosa y, como dije, es la gran mayoría la que decide, por tanto, los aficionados podemos clamar, pero siempre quedará todo en el desierto de nuestras ilusiones.
Está claro que, a Juan Pedro, cuando le piden una corrida de toros fracasa con estrépito, caso de Madrid. Ahora bien, cuando le piden la corridita a modo, en Alicante consiguió un triunfo de clamor, como ocurriera ayer en Istres que, hasta El Fundi enloqueció porque conoció la bondad empalagosa de dichos toros; pero como el de Fuenlabrada no lo había probado jamás, creo que todavía se está donde volteretas de la alegría que sintió al ver que, además de los toros auténticos que este diestro lidió a lo largo de su vida, aunque fuera por última vez en esta su fugaz reaparición, pudo comprobar que, además de toros de verdad, existen bombones para deleite del paladar de los analfabetos taurinos. Y por supuesto que le acompañó Enrique Ponce que, durante dos días seguidos lidió lo de Juan Pedro para deleite personal y de todos aquellos que se conforman con el café descafeinado.
Tomemos nota y recordemos que a Iván Fandiño no lo mató un toro de Juan Pedro, más bien, un toro encastado, justamente, de los que ponen en peligro la vida de un torero y, Fandiño, la perdió.