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ECOS DE LA FERIA: Cuando el destino quiere, todo es posible, hasta lo impensable |
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Lo ocurrido ayer en Madrid requiere muchos matices, hasta el punto de analizar el comportamiento de su público con Enrique Ponce, el torero que estuvo varios años sin acudir a Las Ventas porque decía ser incomprendido y, cosas del destino, ahora le comprenden mejor que a nadie. Ya el pasado año se llevó clamores de dicha plaza y, en esta ocasión hasta ha salido por la puerta grande. ¿Qué pasó para ello? Eso. La comunicación que ahora existe en Madrid con Enrique Ponce, la que como digo, cuando el destino quiere todo es posible, hasta lo imposible.
En el día de ayer se le podía aplicar a Ponce el consabido axioma que dice, suerte que tengas que el saber poco te vale. De que Enrique Ponce vale es una verdad que aplasta; pero que ayer la suerte estuvo a su lado, nada es más cierto. Es preocupante que vivamos un triunfalismo exacerbado para con este diestro mientras que, esos mismos aficionados han recriminado a auténticos héroes que en Madrid han pasado. Pero ayer sacaron a hombros a Ponce tras dos faenas muy distintas, la segunda mediocre hasta la saciedad. Oreja y oreja, salida en hombros.
Enrique Ponce luce uno de los trofeos cortados en Madrid La generosa corrida que trajo Domingo Hernández a Madrid era para conseguir triunfos de apoteosis y, todo quedó en mero capricho de las gentes y del presidente. Corrida bien presentada, noblotes, sin el menor atisbo de maldad; unos toros para que los diestros se lucieran en que, casi todos, eran de triunfo grande.
Como digo, el protagonismo se lo llevó Enrique Ponce que, a sus veintiocho años de alternativa salió de nuevo a hombros en Madrid, todo por un capricho del destino que confabuló a su favor. Y, cuidado, recordémosle a los aficionados jóvenes que, este Ponce que ahora actúa con esa técnica que le desborda, en ocasiones como enfermero para que no se le caigan los toros, ha lidiado auténticos toros a lo largo de su carrera, pero hace años decidió abandonar la épica porque se vive mejor junto a la comodidad, como por ejemplo hace unos días en que mató los burros de Juan Pedro en Córdoba, una vergüenza sin paliativos que, en honor a la verdad, dice muy poco del diestro valenciano. No era ayer su triunfo el éxito de la verdad; mandó el triunfalismo y él, en la posición que ocupa, se benefició de tal dádiva generosa por parte de todos.
Salió un toro llamado Inclusero que le quiso regalar a David Mora un cortijo. Nadie sabía de dónde se había sacado Inclusero el cortijo citado, pero es cierto que lo tenía para entregárselo a Mora que, el hombre, no acertó en su planteamiento y, siendo un buen torero, no supo tocar las teclas para llevarse el cortijo a su casa. Al final, en su segundo toro, a la hora de matar sufrió una espeluznante cogida que, como su mayor éxito, éste no fue otro que salir ileso de aquel horrible envite. No se llevó el cortijo, pero salvó la vida que, en definitiva, es lo más importante.
Entre los nervios, el viento y otras cosas más, todo jugó en contra de Varea que, ilusionadísimo acudía a Madrid para confirmar su alternativa. Nada le salió y mira que el chico lo intentó. Otra vez será, hermano.
En el día anterior tuvimos que sufrir los rigores de esa porquería de toros que ahora tiene Juan Pedro, una corrida que jamás debió ser lidiada en Madrid que, dicho como recuerdo, hasta tuvo un tremendo baile de corrales para lograr cinco toros para el festejo que, en maldita hora se aprobaron porque, repito, dicha corrida sirvió para que la gente se enfadara, que Joaquín Galdós se buscara la ruina, que Manzanares hiciera el ridículo y para que Cayetano, tieso como un poste, se diera un baño de multitudes, más como personaje que como torero.
Como digo, las dos últimas corridas que ha lidiado Juan Pedro, tanto en Córdoba como en Madrid, deberían de hacerle recapacitar. Lo sensato sería mandar todos los toros al matadero y empezar de nuevo; si su señor padre, en los últimos años ya cosechó tremendos fracasos, lo del hijo, como digo, es de angustia total.
Foto: Muriel Feiner
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